Por Marianella Herrera
Cuenca
Episodio I Los aeropuertos
A principios del año 1976,
mis padres me dieron una noticia: vamos por varios meses a China. Como pueden
recordar quienes me conocen, mi papá (Adolfo Herrera Espinal) fue el primer
corresponsal Latinoamericano en trabajar para la agencia de noticias de China
Xinhua, por lo que mi infancia estuvo marcada por la siempre presencia de
China, su gente, costumbres, tradiciones y hasta el idioma, ciertamente el
chino fue el idioma que más escuché en mi infancia mucho más que el inglés.
He relatado en varias
ocasiones, y también mi mamá (ver de Regreso de la Revolución de Gloria
Cuenca), que nunca tuve un ápice de comunista, desde que tuve uso de razón tuve
una particular sensibilidad social que más adelante desarrollé y canalicé
debidamente ¡gracias a Dios! En los años “izquierdosos” de mis padres, siendo
una niña, me “sacudí” como pude la ideología, sin dejar de saborear
profundamente los exquisitos banquetes chinos, o disfrutar a los amigos
entrañables, hijos de los amigos de mis padres que la vida me regaló en aquel
momento, hasta hoy conservamos la amistad.
La mano sabia de Dios
posiblemente tenga que ver con el hecho de que una niña de 8 años se enfrentara
a la Gloria Cuenca y al Adolfo Herrera de aquel entonces. Cuando les dije que
me quería bautizar y hacer la primera Comunión, mis padres siempre correctos,
éticos y respetuosos aceptaron mi petición, es más hasta hubo celebración. Al
año siguiente de mi primera comunión fue el famoso viaje a China.
Al salir del Aeropuerto
Simón Bolívar de Maiquetía, por imitar a mi mamá cuyas notas y apuntes han sido
siempre sobresalientes, y a quien siempre he visto escribir maravillosamente,
utilicé un cuaderno para hacer un diario de mi viaje. Lo conservo hasta el día
de hoy. Que interesante releerlo el día de hoy. Mis notas sobre el aeropuerto
Simón Bolívar: es un aeropuerto no tan pequeño pero es moderno (mi referencia
más cotidiana era el aeropuerto de Porlamar!), al menos así me parecía.
Llego a París, por primera
vez en mi vida, me encuentro con el aeropuerto Charles DeGaulle, con sus rampas
que me parecieron tal cual la serie de los supersónicos, pasamos unos días en
París antes de abordar el avión de Líneas Aéreas Chinas que nos llevaría hasta
Beijing. Ese avión hizo una parada en Karachi, Pakistán y nos bajamos en ese
aeropuerto, mi diario refleja unos comentarios: este país (Pakistán) luce
triste desde el aire, es solo desierto, los ríos lucen secos y para colmo en el
baño del aeropuerto no te dejan tomar el papel de baño, ¡una señora te da un
pedacito! No puedo más que hacer el paralelismo con nuestro aeropuerto de
Maiquetía hoy en día, las señoras que cuidan los baños son las que te dan un
pedacito de papel. Me pregunto cómo luce en realidad el aeropuerto de Karachi,
43 años más tarde, al que no he vuelto nunca más. Al menos en el internet luce
espectacular.
Llego a Pekín o Beijing como
se le conoce hoy en día. Mis notas: es un aeropuerto bastante simple, comparado
con el de París, y aquí viene el detalle: hay un paréntesis que dice (pero es
mejor el de Pekín) en una tinta distinta. ¿Cómo les explico esto? Los grandes
amigos chinos de mis padres de esa época, ya fallecidos por cierto, me tomaron
cariño luego del tour de norte a sur que hicimos en China en aquellos meses,
siempre que podían me hablaban de las maravillas de la revolución, pero a una
niña de nueve años y unos meses que venía de la Venezuela “saudita” y que se
había enfrentado a sus padres por querer bautizarse, no se la engaña tan
fácilmente.
Desde que llegué a China
estuve muy clara en que la energía del país era triste, los ojos de tristeza y
del hambre “atrasada” se su gente no podían ocultarse tan fácilmente. Recuerdo
dos hechos que marcaron una tristeza profunda en mi alma luego de ese viaje:
uno, el haber escrito por obligación esa frase entre paréntesis, otro el haber
visto al mismo presidente Mao en su comitiva de carros presidencial y que me
insistieran hasta el cansancio que no lo había visto. Yo estaba muy clara en
que el aeropuerto de París era más moderno, más bonito y mejor que el de Pekín,
y que sí había visto al presidente Mao con mis propios ojos, a la gente triste
en las calles de cada ciudad que visité y que me fastidié hasta el cansancio
cuando trataron de convencerme que el aeropuerto de Pekín era mejor, que la
gente comía más y mejor, y estaban más felices ahora en revolución, yo me
quería regresar a Venezuela.
China, tal y como el resto
de los países que han crecido, lo ha hecho después de su despertar económico, y
digo que ha crecido porque no puedo hablar de desarrollo, el desarrollo es más
que el mero crecimiento económico, es desarrollo integral de capacidades, es
respeto a los derechos humanos fundamentales, es la seguridad alimentaria, la
garantía de salud y acceso a educación para todos.
Adoro a China y a los
chinos, a los entrañables amigos de toda la vida a pesar de las diferencias, a
los que siempre han sido críticos del sistema y creo que pueden estar más cerca
de eso llamado desarrollo, al menos más cerca que nosotros los venezolanos de
la Venezuela del siglo XXI.
05-06-18
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