Por Claudio Nazoa
Estando con Laureano Márquez
en Tenerife, visitamos un pueblito llamado La Orotava. Frente al portón de un
antiquísimo convento, vimos algo extraño: una puertica giratoria con forma de
cajón y una campanita.
¿Para qué servía? La
respuesta es terrible. Servía para que madres desesperadas, que no querían o no
podían criar a sus hijos, los abandonaran conservando el anonimato.
La madre colocaba al bebé en
una planchita que había en el torno, así lo llamaban. Tocaba la campanita y,
desde adentro, alguien giraba el cajón. Si se arrepentía en el último momento y
quería recuperar al bebé, no podía. Lo perdía para siempre porque el torno no giraba
de regreso.
A los niños abandonados en
conventos e iglesias los llamaban expósitos. Generalmente, llevaban una vida
difícil por culpa de una sociedad cruel y prejuiciosa.
Pero no siempre los
expósitos tuvieron infancias tristes ni vidas fracasadas. En Venezuela hay un
ejemplo de uno de estos niños que se transformó en un importante hombre de la
historia: Simón Rodríguez, el supermaestro eterno de Simón Bolívar.
Simón Rodríguez fue un niño
expósito que, en otro niño huérfano de padre y madre, sembró en lo personal,
político, militar y épico la semilla de la libertad.
¿Cómo Bolívar hizo tantas
vainas a la vez? ¿Cómo viajó tanto? ¿En qué tiempo se enamoró tantas veces?
¿Cuándo aprendió a bailar y a ser un dandi de la sociedad de su época? ¿De
dónde sacó tiempo para escribir tanto? Ni siquiera le daba flojera montar a
caballo y decir: Ya vengo, voy a Perú, lo libero, fundo Bolivia y en el camino
libraré varias batallas. Todo eso y más, ¡en 47 años!
Lo anterior habría sido
imposible si un muchachito de la calle, un expósito convertido en maestro, no
le hubiera dicho al niño Bolívar:
—Simoncito, lo importante en
la vida es ser libre. La libertad te dará larga vida sin importar la edad que
realmente tengas. La libertad te hará grande aunque seas bajito. La libertad
estará siempre frente a ti y tú debes decidir qué hacer con ella.
Bolívar fue un hombre libre,
y le sobraba tanta libertad que liberó un continente. Lo imagino en su lecho de
muerte diciéndose a sí mismo:
—Pero, coño… apenas tengo 47
años. ¿En qué tiempo hice tantas cosas…?
Venezuela era una mujer
libre y algunos de sus hijos, en un acto contra natura, la colocaron en el
torno de la puerta del infierno.
Por ellos, Venezuela, hoy,
es un país expósito.
04-06-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico