Trino Márquez 19 de julio de 2018
@trinomarquezc
El
cambio de gobierno en España a favor de Pedro Sánchez y el triunfo de López
Obrador en México han traído aparejado un cambio en la actitud de los líderes
victoriosos frente a la hecatombe que vive Venezuela.
Los gobiernos
de Rajoy y Peña Nieto condenaron de forma categórica la destrucción de la
democracia venezolana, la represión y violación sistemática de los derechos humanos y la crisis
humanitaria que devora a los venezolanos. La solidaridad de la España de Rajoy
con Venezuela fue explícita. Sin rodeos. Ahora vuelve a entronizarse un
gobierno de izquierda -cuyo ministro de asuntos exteriores, Josep Borrel, se
limita a expresar en Bruselas ante el canciller Jorge Arreaza -en un encuentro
entre la Celac y la Unión Europea- su “preocupación” por lo que sucede en
Venezuela y a pedir elecciones “libres y justas”, sin mencionar países.
México,
en el gobierno de Peña Nieto, abandonó la Doctrina Estrada, formulada por
Genaro Estrada, secretario de Relaciones Exteriores en 1930, durante la
administración de Pascual Ortiz Rubio. Esa doctrina es simple: en nombre de la
autodeterminación de los pueblos y la soberanía de las naciones, los gobiernos
pueden destruir sus propios países sin que México los sancione o, incluso, los
critique. En un continente plagado de regímenes autoritarios y caporales, la
decisión de un país tan importante para la región, les vino de maravilla. Ahora
López Obrador desempolva la vieja tesis. Su gobierno se hará el desentendido
frente a tragedias como la venezolana y la nicaragüense.
En
unas declaraciones recientes, el director de Human Right Watch para América
Latina, el combativo José Miguel Vivanco, criticó el “silencio” del gobierno
del izquierdista Tabaré Vásquez ante el drama de Venezuela. Vivanco le
recrimina al mandatario uruguayo que se resista a adherirse a la declaración
presentada por Perú el pasado 6 de julio ante
el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, suscrita por 53 naciones, en
la cual se critica la situación venezolana y se condena al gobierno de Nicolás
Maduro.
El
Congreso de Guatemala, dominado por la izquierda, se negó a firmar una
resolución en la cual ese parlamento enjuicia la masacre perpetrada por Daniel
Ortega y Rosario Morillo contra el pueblo de esa pequeña y arruinada nación.
El
comportamiento cómplice de ese sector de la izquierda –que, cuando le conviene, posee una
visión aldeana de la política, que no le interesa nada que ocurra más allá de
sus fronteras nacionales, ni le importan los derechos humanos, ni la
destrucción de otra sociedad que no sea la suya- permitió que la tiranía cubana
se eternizase y, –con su silencio e indiferencia- consiente que Venezuela y
Nicaragua sean destruidas por camarillas militaristas, corruptas y sanguinarias.
El
celestinaje de esa izquierda se modifica cuando un gobierno democrático actúa
para defenderse de sus enemigos. En esos casos reacciona con estridencia. De
Fidel Castro se han escrito numerosos volúmenes documentando sus incursiones en
buena parte de los países de América Latina, con el propósito de implantar el
socialismo. Hugo Chávez también desplegó una febril actividad internacional en
el marco de la filosofía expansionista del Foro de Sao Paulo, que acaba de
ratificarse en La Habana con el respaldo a los regímenes de Maduro y Ortega. En
2008 Chavez movilizó las tropas del ejército –en una operación bufa- contra
Colombia, cuando el presidente Álvaro Uribe decidió atacar en Ecuador el
campamento de Raúl Reyes, uno de los más
temibles líderes de las Farc. En ese acto irresponsable, la “solidaridad” de
Chávez comprometió la seguridad nacional y la vida de los soldados y oficiales
venezolanos, quienes nada tenían que ver con ese episodio y quienes
tradicionalmente fueron víctimas de las
tropelías de esos insurgentes narcotraficantes. Por fortuna, su decisión de
atacar a Uribe no pasó de ser una opereta, de las tantas que protagonizó.
El
estado de Israel fue blanco favorito de los ataques de Chávez y sigue siéndolo
de la iracundia de Maduro. Debido a su manifiesto apoyo a los palestinos, el
gobierno venezolano rompió relaciones diplomáticas con Israel, a pesar de la
numerosa e importante colonia israelita que vive en nuestro país. Maduro ha
apoyado públicamente en varias oportunidades a los independentistas catalanes,
quienes se colocaron al margen de la Constitución de 1978 y actúan contra el
Estado español.
La
izquierda no se detiene ante fronteras nacionales cuando intenta proyectar internacionalmente sus
planes. En esos trances invocan el internacionalismo proletario proclamado por
Marx y Engels. Cuando lo que buscan es someter las sociedades, esclavizarlas y
destruirlas, apelan a los principios opuestos: la autodeterminación y la
soberanía. Son unos tartufos, expertos
en el arte de protegerse lanzando luces de bengala para confundir.
De los
cambios que están produciéndose en el panorama internacional y de la
blandenguería de los gobiernos de España, Uruguay y del que asumirá en México,
debemos tomar nota los venezolanos. El apoyo internacional siempre hay que
procurarlo, pero nada de forjarse ilusiones. Del régimen de Maduro solo
saldremos cuando internamente acumulemos la fuerza necesaria para sustituirlo.
Con los gobiernos “progresistas” no podemos contar.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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