Vladimir de la Cruz 13 de julio de 2018
Una de
las riquezas de nuestra bicentenaria Democracia, de la vida democrática
nacional, es el respeto de las autoridades políticas, en las personas de cada
uno de ellos, en su integridad física y la de su familia, en la seguridad con
que se desenvuelven en su vida privada aun cuando son funcionarios de los altos
puestos de Estado o de Gobierno.
Recuerdo
las siguientes imágenes que son testimonio de esta riqueza de vida democrática.
Durante
el gobierno de Rodrigo Carazo Odio, 1978-1982, recuerdo un día que iba
manejando mi carro en la avenida segunda, a la altura del alto del semáforo de
la antigua Soda Palace, que estaba en rojo, cuando a la par, a la izquierda
mía, se detuvo un carro cuyo conductor era nada menos que el Presidente de la
República, quien iba solo en su vehículo, probablemente, en esa ruta hacia la
Casa Presidencial de Zapote que él estableció en ese lugar.
Discretamente
atrás iba un carro negro, con varios ocupantes, todos bien vestidos,
probablemente agentes de la seguridad y de su custodia, que se pusieron muy
nerviosos durante casi los 400 metros en que yo, intencionadamente me metí
entre ellos y el auto que conducía en persona el Presidente de la República.
No
llevaba en esa época el carro de Rodrigo Carazo vidrios polarizados, ni se
acostumbraba eso en los autos, de manera que era visible su figura y era
también visible la sorpresa de los ciudadanos, que en cada parada de carro por
los semáforos, veían al propio Presidente manejando “solo”. Él respondía
saludos que le hacían gentilmente, y posiblemente con su sonrisa, la de la
campaña electoral, con su mano, a algunos gestos de saludo que le hacían
quienes le reconocían.
Rodrigo
Carazo nombró a María Eugenia Dengo Obregón como Ministra de Educación,
1978-1982, destacada académica y educadora nacional, a quien me encontré en
varias ocasiones haciendo fila, como cualquier ciudadano, ella Ministra, en el
antiguo Banco Anglo Costarricense, en las oficinas que tenía a la entrada de la
actual Calle de la Amargura, en San Pedro de Montes de Oca, para cambiar su
cheque, un fin de mes. Nos saludábamos amable y afectuosamente, ella en su
lugar y yo ocupaba el último de la fila en ese momento. La saludaba como
Ministra sin causar asombro extraño en el resto de la fila.
Óscar
Arias Sánchez, en su primer gobierno, nombró como Ministro de Ciencia y
Tecnología, 1986-1990, a uno de los científicos más connotados y sobresalientes
de Costa Rica, al Dr. Rodrigo Zeledón Araya, a quien también en dos ocasiones
me lo encontré en ese mismo Banco Anglo cambiando su cheque de fin de mes, como
cualquier mortal. Del mismo modo le saludé como Ministro en ejercicio, que era,
sin que ello causara tampoco asombro alguno de los que estaban en fila.
En
1987, bajo el segundo Gobierno de Óscar Arias Sánchez, recién pasada la campaña
electoral, en que participé por tercera vez como candidato presidencial de
Fuerza Democrática, y lo enfrenté a él como candidato de Liberación Nacional,
falleció mi madre.
Ella
había dispuesto ser cremada y no tener oficios religiosos, de manera que nos
reunimos el domingo de su muerte en la funeraria, allí por la Sabana, para
recibir a los familiares y amigos que quisieran acompañarnos en ese momento.
Cuál fue mi sorpresa, y también la de quienes estaban acompañándonos, cuando me
llegaron a avisar que estaba llegando a la funeraria el presidente Óscar Arias,
manejando su propio carro y solo. Me asomé por la ventana del segundo piso de
la funeraria y efectivamente el Presidente estaba parqueando. Bajé a recibirlo.
Muy gentilmente me expresó sus sentimientos de pesar, pasó a la funeraria y
compartió con quienes estábamos allí por casi dos horas su estadía, con igual
sorpresa para algunos de los presentes. Igual, manejaba su carro solo, sin
custodia policial alguna.
En la
funeraria se encontraba Francisco Morales Hernández, que era Ministro, quien
también andaba solo, amigo de muchos años y compañero de trabajo en el
Instituto de Estudios del Trabajo de la Universidad Nacional.
Pocos
meses después de haber regresado de Venezuela, donde había sido nombrado
Embajador, 2008-2010, en la Universidad Nacional, le hicieron un homenaje al
presidente Óscar Arias Sánchez, 2006-2010, al que me pidió que le acompañara,
por haber yo trabajado de profesor por muchos años en esa casa de estudios. Con
mucho gusto lo hice. Quedamos en que yo pasaría por él. Pensaba que iba a ir en
su carro y cuál fue mi sorpresa que me pidió que lo llevara en el mío, a lo que
por supuesto accedí. El acto estaba programado a las 6 p.m. por lo que por las
dificultades de desplazamiento vial habíamos dispuesto irnos temprano, poquito
antes de las 5 de la tarde, todavía con luz de día, para llegar a tiempo. Mi
sorpresa mayor fue cuando el presidente Arias bajó el vidrio de su asiento, iba
a la par mía, adelante, yo manejando. Igual sorpresa causaba con los
conductores y viajantes de otros carros que se ponían a la par, el que él fuera
allí, a ventana abierta, devolviendo saludos con la mano, y a veces con la
palabra agradeciendo saludos de conductores que directamente se le dirigían.
En el
acto universitario que le hicieron, al terminar, se formó una inmensa fila de
estudiantes, de funcionarios administrativos y de profesores, algunos de ellos
reconocidos opositores políticos del presidente Arias, que querían tomarse una
foto con el conferenciante de esa noche. Generosamente dispuso del tiempo que
le fue requerido para cumplir con quienes querían tener el recuerdo físico, en
una foto, de ese encuentro con el Presidente.
Durante
el gobierno de Luis Guillermo Solís, 2014-2018, me tocó ver, en espacios
públicos, sin custodia alguna, a la primera dama de la República, a Mercedes
Peñas Domingo, en un café acompañada de amigas, con la mayor tranquilidad y
naturalidad del mundo, y sin custodias policiales, más que con su chofer que la
esperaba afuera, en el parqueo, así como una vez en un supermercado haciendo
sus compras sin ninguna compañía oficial, sola.
Otra
primera dama que me tocó ver de compras en supermercado, por lo menos tres
veces, fue a Gloria Bejarano, la esposa del presidente Rafael Ángel Calderón
Fournier, 1990-1994, sin ninguna escolta policial, sola y tranquila. Igual me
sucedió con Josette Altmann, la primera dama del Gobierno de José María
Figueres, 1994-1998, con quien tuve una relación más cercana por razones
académicas y laborales, quien salía de esa misma manera, sola y segura, a
distintas actividades.
Igual,
mi esposa Anabelle Picado y yo, nos hemos encontrado en un supermercado, con la
ministra de Planificación, del gobierno de Luis Guillermo Solís, Olga Marta
Sánchez Oviedo, también sin custodia alguna, quien fue compañera de secundaria
de mi esposa, muy amiga desde entonces, y testigo de mi matrimonio con
Anabelle, que lo hizo en ese momento como su mejor amiga.
Del
mismo modo, un día, mi esposa y yo, nos encontramos con la segunda
vicepresidenta de la República, del gobierno de Luis Guillermo Solís Rivera,
Ana Elena Chacón Echeverría, en un supermercado, ella haciendo sola sus
compras, también sin custodia alguna. Nos saludamos y aprovechamos para
felicitarla por el triunfo, muy personal de ella, sin lugar a dudas, y del
Gobierno de la República, por el resultado de la consulta que hicieran ante la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, sobre los matrimonios de personas del
mismo sexo.
Antes
de finalizar su mandato presidencial Luis Guillermo Solís, en un restaurante en
el barrio Escalante, donde me encontraba con mi familia, llegó a almorzar
acompañado de su familia, su esposa, la primera dama, y tres de sus hijos, sin
provocar ninguna atención especial. Como todos los que llegaban a ese sitio,
tuvieron que esperar unos minutos por estar lleno el lugar, mientras les
buscaban mesa, sin alterar para nada el ambiente. No había afuera ningún
despliegue de seguridad que dijera o llamara la atención sobre su presencia.
El
restaurante estaba lleno y había una fila de comensales esperando que les
ubicaran en mesas en el momento en que se desocuparan. Algunos de ellos
sentados en esa espera. Luis Guillermo, entonces presidente de la República,
como cualquier otro ciudadano hizo la fila sentado, con su familia, quedando a
pocos metros de distancia de donde yo estaba, en donde al verme cruzamos
saludos. Me levanté para saludarlo personalmente. Volví a la mesa, y vi a uno
de los meseros acercarse al Presidente, saludarlo, y probablemente decirle que
en el momento en que hubiera una mesa disponible le pasaría. El Presidente
siguió sentado unos minutos más, y después de dos grupos de personas, los
condujeron a él y su familia.
Desde
donde yo estaba pude ver cuando llegaba a pie cruzando la calle hacia el
restaurante, porque seguramente había dejado su carro unos metros alejado del
restaurante, porque es una zona con pocos espacios de estacionamiento. Pero lo
importante es que no hubo un carro que le dejara al frente del restaurante, ni
ningún despliegue policial o de seguridad al respecto. Él iba manejando el
suyo, al menos esa fue la sensación que me produjo, y por eso unos cuantos
metros en la calle lo vi caminar solo con su familia.
Esto
fue el sábado 3 de febrero, la víspera del día de las elecciones
Pocos
minutos después llegó al mismo sitio la diputada liberacionista Sandra Piszk,
con su esposo, de la misma manera, natural y tranquilamente, a quien sentaron en
una mesa a la par de la que yo estaba con mi familia.
Dos
anécdotas más. La primera, la conocida de Otilio Ulate, presidente de la
República, 1949-1953, que caminando hacia la Casa Presidencial, cuando esta
quedaba donde está hoy el Tribunal Supremo de Elecciones, lo “atropello” una
persona en bicicleta. La segunda, de la que fui testigo directo, cuando
estábamos los estudiantes universitarios, en la lucha contra el Contrato Ley de
ALCOA, principios de 1970, que se debatía en la Asamblea Legislativa, protestando
ante la Casa Presidencial, todavía allí donde está el Tribunal Supremo
Electoral. De pronto, por una de las puertas laterales, que daban al frente del
Parque Nacional, donde estábamos concentrados los estudiantes, salió el
presidente José Joaquín Trejos Fernández, acompañado por uno de sus hijos, para
dirigirse a pie, por la Avenida de las Damas, hacia el Edificio del Correo
Nacional, casi 500 o 600 metros, porque tenía allí una reunión, y con
tranquilidad se aventuró en esa caminata, rodeado y seguido de estudiantes que
le reclamábamos haber enviado el Contrato Ley a la Asamblea Legislativa, sin
que se le hubiera faltado a su integridad física. Nosotros mismos, los
estudiantes, le hicimos un círculo alrededor de su persona, sin que hubiera
intervenido ningún policía o custodio personal, durante la caminata hasta el
Edificio de Correos, de donde volvimos a la protesta que continuaba en el
Parque Nacional.
He
contado estas experiencias, con algunos altos funcionarios y personajes de la
Administración Pública, y de Gobierno, de distintas épocas, porque reflejan
mucho aspectos de la idiosincrasia nacional, del espíritu democrático de
nuestra convivencia, del respeto que se tiene hacia las personas que ocupan
puestos de dirección política y del Estado, más allá de si son o no de nuestra
simpatía o afiliación política.
Pero,
sobre todo, el rasgo relevante es el de estos funcionarios que confían
plenamente en su seguridad e integridad física y moral, sin insultos ni
ofensas, de quienes les ven, con admiración o no, con simpatía o no, pero sin
lugar a dudas con sorpresa y asombro si los distinguen en lo que ellos son y
significan comportándose como cualquier ciudadano, como cualquier mortal
costarricense.
Por
eso resultó repugnante que a una hija de la Segunda Vicepresidenta la hayan
insultado, unos días antes de ese encuentro que tuvimos con ella, en el
supermercado, personas llenas de odio, agresivas verbalmente, intolerantes,
irrespetuosas, y por ello también peligrosas, que están apareciendo en nuestra
selva política, reclamándole por la Respuesta que se recibió de la Consulta que
hiciera el Gobierno a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Me
parece que la Vicepresidenta, cuando la vimos nosotros, luego de ese incidente
con su querida hija, estaba poniendo a prueba su valor personal e
institucional, de lo que ella representaba en ese momento, y el valor
democrático de nuestra sociedad.
Recientemente,
el actual presidente, Carlos Alvarado Quesada ha dado muestras de esta misma
actitud. El mismo día del traspaso de poderes, cuando recibió la investidura
oficial de Presidente de la República, por la noche, se presentó a la explanada
de la Plaza de la Democracia, donde al mediodía habían sucedido los actos
oficiales del Traspaso presidencial, a ver el espectáculo cultural que se
estaban dando allí mismo, ya sin el traje formal del mediodía, junto con su
esposa, ya primera dama. De igual manera, sin una evidente custodia policial.
Y, más recientemente, del mismo modo, sin custodia policial, se hizo presente a
una sala de cine, por la noche, a disfrutar de una película, con su esposa.
¡Por
dicha todavía tenemos esta Costa Rica!
Esta
Costa Rica, donde podemos convivir de manera respetuosa, tolerante, con
reconocimiento a la dignidad de cada persona, es la que debemos cuidar,
fortalecer, enriquecer y desarrollar, como expresión de la democracia nacional
que vivimos, al menos hasta hoy, resultado del progreso social y político que
se ha construido desde hace muchas décadas…¿desde hace 200 años?
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