Por Gregorio Salazar
Por todas partes se prenden
candelitas. Y no son aquellas marcadas por las revueltas políticas para las que
Chávez, el titán de la “revolución humanista”, exigía por todo remedio apagar
con “gas del bueno”. Todavía no se han extinguido las candelitas encendidas por
la lucha de las enfermeras y los profesores universitarios y en el ambiente ya
se perciben los chispazos de otras que están por estallar y propagarse. No
puede ser de otra forma: los trabajadores venezolanos viven una espantosa
realidad que jamás llegaron a imaginar.
No es que al autodenominado
“presidente obrero” se le haya agotado el arsenal de lacrimógenas o le falten
ganas de arremeter contra quienes día a día durante las últimas dos semanas han
estado sacando sus reclamos a la calle. Eso pueden tenerlo por
seguro. Pero tampoco bastaría esa acción represiva para sofocar las
demandas de quienes han llegado a una situación límite: con el salario de un
mes a lo mejor se hace una sola comida. ¿Y qué se hace con el resto de
necesidades vitales que tiene todo ser humano y su familia?
El clima del país se va
calentando, paulatinamente pero sin pausa. Los trabajadores viven una situación
acuciante que no admite demoras. La cosa fumea ahora por el Ministerio del
Trabajo. Se agitan sus trabajadores. Un solo cometido: lucha por
reivindicaciones urgentes para revertir la cruel situación que los consume:
trabajar sin poder ganar para sobrevivir.
Si algunos empleados públicos
están forzosamente familiarizados con la lucha reivindicativa, esos son sin
dudas los del Ministerio del Trabajo y especialmente los de las
inspectorías. Por esos espacios han desfilado por muchas décadas la lucha
organizada de los trabajadores en procura de mejores salarios y de
reinvindicaciones, respeto a su libertad de asociación y de contratar
colectivamente. Y, por supuesto, para ejercer todos los derechos que le
garantizan la Constitución y los convenios de la OIT ya sea por la vía pacífica
o conflictiva, mediante el diálogo o la huelga. Así es la democracia donde
existe.
No deja de llamar la atención
que un ámbito donde tales derechos estaban todos los días en disputa los
propios empleados del MinTrabajo tengan un contrato colectivo vencido desde el
2011. ¿Cómo se llegó a tal situación? ¿Dónde estaban y donde están los
dirigentes sindicales que vieron transcurrir el tiempo sin levantar sus voces
de reclamo y de protesta? A lo mejor anulados o plegados a aquella sentencia
que olímpicamente hizo al comienzo de su mandato aquel caudillo de quien
alguien dijo que era “fascista sin saberlo”: “los sindicatos no pueden ser
independientes”.
Claro que no. Para él y sus
nefastos herederos todo debe estar sometido al poder omnímodo de los intereses
de la secta, la que se ha adueñado del destino de Venezuela y sigue empeñada en
convertirla en una nación invivible e inviable
Ojalá se entendiera, aunque
sea tardíamente, que cuando se dijo que los sindicatos no podían ser
independientes significaba que eran prescindibles, a no ser que se plegaran
sumisamente al eje del poder y a su arbitrario ejercicio, aunque eso
significara aplastar al movimiento sindical y llevar a los trabajadores a
atroces condiciones desde el punto de vista de su realidad humana y
laboral. NI el salario, ni otros conceptos reivindicativos como
vacaciones, bonos, utilidades o prestaciones existen. El bolívar como moneda es
una ficción y la escalada hiperinflacionaria terminó de pulverizar lo que ya
eran ficciones.
Las exigencias de los
empleados de Mintrabajo dice también de las dimensiones de sus urgencias: nuevo
contrato y nuevo salario que cubra la cesta básica, indexado a la
inflación. Exigencias ajustadas a sus necesidades, pero en modo alguno
factibles de ser ni mediana ni remotamente cumplidas por un régimen que piensa
que los venezolanos sólo se merecen el mendrugo de una caja de comida una vez
por la cuaresma.
Tengan esto presente: si los
sindicatos independientes son prescindibles, también lo es el propio ministerio
donde se debería administrar justicia por los derechos de quienes los integran.
No se necesitarán para dirimir nada. Los “protectores” velarán por todo. Para
ellos todo es prescindible. Hasta la vida misma de quienes no pertenezcan
o no se sometan a sus dictados. Hay una esperanza: que esas candelitas como la
que comienza a arder en Mintrabajo no se apaguen y que se multipliquen por todo
el país.
15-07-18
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