Por Marta de la Vega
La comprensión de la
realidad política venezolana y sus secuelas trágicas que todos conocemos,
además de la adecuada interpretación del mandato que en forma imperativa e
inmediata otorga al Presidente de la Asamblea Nacional las potestades como
presidente encargado de la república según el artículo 233 de la Constitución
vigente, han hecho posible el respaldo mayoritario de los países
democráticos del mundo al joven diputado Juan Guaidó.
A esto se agrega la
aplicación ciudadana de los artículos 333 y 350 de la Carta Magna, mediante los
cuales no solo juramos todos al momento de juramentarse formalmente el nuevo
presidente interino ante la directiva de la Asamblea Nacional y un importante
número de diputados que representan las diversas regiones del país, sino
que asumimos la responsabilidad histórica de luchar por la libertad y
respeto irrestricto de los derechos humanos fundamentales, en el Cabildo
abierto del 23 de enero pasado, para que todos seamos copartícipes de la
restauración del Estado de Derecho, la recuperación de la legalidad y la
reinstitucionalización de la democracia republicana en Venezuela.
Un nuevo liderazgo, de un
hombre preparado profesionalmente con altas credenciales que honran la majestad
de su nuevo cargo, ecuánime, firme, probo, honesto, franco en sus discursos,
claro en sus ideas, proactivo en sus propósitos y a la vez político, cofundador
del partido Voluntad Popular, hacen de él todo lo contrario de un
improvisado o de un outsider como con frivolidad ha sido calificado
por algunos comentaristas.
Ha logrado la unidad de
propósitos entre los diversos grupos y políticas efectivas para romper las
cadenas de la tiranía. Con los nombramientos acertados de sus embajadores,
entre los cuales tengo amigos y antiguos alumnos que me honran, un aire fresco
de inteligencia y decencia nos afianzan la esperanza.
Su esposa, Fabiana, ha
asumido con dignidad y aplomo su papel como Primera Dama. Se distingue por ser
su compañera inseparable en todas las presentaciones y manifestaciones
públicas. Es decente, inteligente, preparada profesionalmente y con una finura
natural en sus modales que la hacen contrastar con la arrogancia vulgar de
las mujeres de mayor jerarquía en la burocracia pública del régimendurante los
últimos veinte años, salvo la segunda esposa de Chávez, que pasó fugaz en ese
cargo. Además es bella, lo cual no es una virtud sino un adorno más para
enriquecer su encanto personal.
Ellos representan la
mentalidad de los jóvenes luchadores de la generación de 2007, la formación
sólida universitaria, la calidad humana y la coherencia de sus prácticas en la
vida diaria con las virtudes cívicas más apreciadas. Son ejemplo de ejercicio
ético de los valores y principios que construyen confianza y capital social.
Representan a una generación que aprendió a deslastrarse de los vicios
heredados del pasado en la acción política. No son machistas ni son de los que
predican pero no practican, como tanta dirigencia hipócrita y manipuladora, que
veía normal el queridazgo y la traición a la lealtad al cónyuge, con doblez en
las conductas personales.
Nuestra pareja presidencial
nos honra y dignifica como ciudadanos. Ellos sirven como modelos de respeto por
la familia, respeto por los otros, tolerancia, solidaridad, capacidad de perdón
y de reconciliación, en un país herido por el odio que ha sido inoculado entre
los sectores más vulnerables y el sectarismo manipulador de los que detentan el
poder sin merecerlo.
Han sido 20 años de
demagogia y mentiras, base real de la farsa siniestra llamada socialismo del
siglo XXI, que destruyó lo mejor del país, el aparato productivo, la
diversificación industrial que se había consolidado, el desarrollo agrícola y
pecuario y el sentido del logro. Pero sobre todo expulsó en diáspora forzada a
millones de venezolanos, que hoy requerimos para la reconstrucción de Venezuela
en todos los ámbitos.
04-02-19
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