Guzmán Carriquiry Lecour 11 de febrero de 2019
“¡Qué
lamentable que la consigna y la utopía de un ‘socialismo del siglo XXI’ queden
degeneradas por el régimen autocrático y cada vez más liberticida del
presidente Maduro, en total fracaso económico y miseria social”. Así yo lo
señalaba a comienzos de este año, en un texto (bajo el título de “Post data”)
publicado en la página oficial de la Comisión Pontificia para América Latina,
en el que examinaba la actual coyuntura política en América Latina, auspicando
“un gran proyecto alternativo de reconstrucción nacional y movilización
popular” para Venezuela.
Pues
bien, pocos días después, el creciente descontento incubado en un cuerpo social
cada vez más sufrido estalló en grandes manifestaciones populares. Fue, sobre
todo, la escasez de alimentos y medicinas lo que provocó ese estallido. Se
coaguló además en torno al liderazgo de Guaidó, presidente de la Asamblea
Legislativa, proclamado por ésta, el 23 de enero pasado, Presidente de
Venezuela, apelándose a textos constitucionales. El reconocimiento de Guaidó
como Presidente legítimo del país por parte del Presidente Trump, seguido
inmediatamente por la mayoría de los gobiernos de países latinoamericanos y
europeos, así como por el Parlamento de la Unión Europea, por una parte, y por
otra parte, la solidaridad con el régimen de Maduro de Rusia, China, Turquía e
Irán, han puesto esta dramática situación venezolana en el centro de la
atención mundial.
Cuando
comenzó a acelerarse la crisis venezolana, el papa Francisco no quedó por
cierto en silencio. Al contrario, tres veces sucesivas intervino sobre esta
difícil y tensa situación, asumiéndose el riesgo de ser “mal interpretado”.
Desde Panamá, durante la Jornada Mundial de la Juventud, el papa Francisco abogó
por “una solución justa y pacífica para superar la crisis, en el respeto de los
derechos humanos y buscando exclusivamente el bien de todos los habitantes del
país”. Pocas horas después, conversando con los periodistas en el vuelo que lo
llevaba de vuelta a Roma, afirmó: “La sangre no es una solución (...). Tengo
que ser Pastor, de todos. Y si hay necesidad de ayuda, que la pidan de común
acuerdo. Éste es el camino”. Y también el 5 de febrero, volviendo del
extraordinario viaje apostólico en los Emiratos, el Papa recordó que la Santa
Sede sigue con mucha preocupación la situación venezolana desde hace años y que
intervino desde el año 2016 para facilitar el diálogo.El resultado de aquella
intervención desgraciadamente fue “nulo, humo”. El Papa Bergoglio dijo que
tenía que tenía que entrar en conocimiento de la carta que le había enviado
Maduro solicitándole una mediación, pero que la primera condición era que ambas
partes la pidieran, agregando que “nosotros estamos siempre dispuestos”.
Es
obvio, exigido por su propia misión, que la Iglesia esté dispuesta a facilitar
todo diálogo o negociación, incluso una mediación, si las condiciones la hacen
razonable, realista y con posibilidades de resultados benéficos. Y más todavía
ante una situación de extrema polarización, con riesgo inminente de estallar en
violencias y represiones descontroladas y las terribles consecuencias de baños
de sangre. Esa disponibilidad tiene que estar siempre abierta incluso cuando
los precedentes planteen muy serias dudas acerca de la credibilidad de la
solicitud llegada por carta al Santo Padre. La Santa Sede tiene memoria larga y
recuerda perfectamente bien – como lo hacía el Santo Padre en el vuelo de
regreso de Panamá – que su intervención en el año 2016 para facilitar el
diálogo en Venezuela se encontró con la resistencia del régimen de Maduro y con
la realidad de una oposición dividida y confusa. ¡Cómo no recordar incluso los
insultos pronunciados por voceros del régimen de Maduro en respuesta a la carta
en la que el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, planteaba algunas
condiciones necesarias para aquel diálogo! Que la solicitud de una mediación
sea el manotón de ahogado de un régimen que se siente acorralado, aislado
interior y exteriormente, con el propósito de ganar tiempo y respiro, pero que
no esté realmente movida por un sincero propósito de ayudar a sacar el país del
pantano en el que ha sido sumido, es una hipótesis que no puede no
tenerse muy presente.
Además,
como dijo el Papa, se requiere el consenso de ambas partes. Y la otra parte ya
no es una oposición dividida sino que habla con una sola voz a través del
liderazgo de Guaidó. Y Guaidó ha pedido ayuda al Santo Padre, en la reciente
entrevista televisiva concedida en Italia, para “ir hacia un proceso de transición
ordenada que estabilice el país”, a través de libres elecciones y el fin de la
“usurpación del poder”. Esto no significa ni puede ser aceptado como un
consenso de la otra parte para la mediación solicitada. Así lo confirmó el
comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede, subrayando que “el Santo
Padre siempre se ha reservado y, por tanto, se reserva la posibilidad de
verificar la voluntad de ambas partes , examinando si existen las condiciones
para recorrer este camino (de diálogo)”. Las condiciones a las que se refiere
la Santa Sede no se limitan al consenso de las partes, sino que razonablemente
evocan aquellas ya planteadas por la carta del Secretario de Estado: la
apertura de canales humanitarios para salir al encuentro de las necesidades de
la población y aliviar sus sufrimientos, la convocatoria dentro de plazos
próximos y realistas de elecciones libres y transparentes, el reconocimiento de
la Asamblea nacional (controlada por la oposición), la liberación de presos
políticos y el fin de violencias y represiones.
Similares
condiciones por su parte han sido puestas por el “grupo internacional de
contacto” reunido en Montevideo, con la participación de gobiernos de Uruguay,
México, Costa Rica y Bolivia, junto con cancillerías de numerosos países europeos
convocados por la Unión Europea.
La
fluidez de la situación venezolana puede desencadenarse de un día para otro,
por diversos e incluso opuestos caminos. La cuestión fundamental es la de
evitar un baño de sangre. Cualquier represión violenta de manifestaciones
populares – como, gracias a Dios, no se ha dado en la última realizada – o de
intentonas de intervención militar extranjeras serían las peores de las
pretendidas “soluciones” posibles.
El
pueblo venezolano merece toda la solidaridad posible de los pueblos hermanos de
América Latina. No estaría mal que el “grupo de Río” (de los países
latinoamericanos que han reconocido a Guaidó como Presidente de Venezuela) y el
“grupo internacional de contacto” mantuvieran entre ellos un mayor diálogo, porque
siempre toda división entre latinoamericanos ante situaciones tan dramáticas no
es por cierto un bien y debilita la credibilidad y protagonismo de la región en
una situación que les concierne a todos en primera línea. Mejor no olvidarse de
lo que ya aconsejaba el gaucho Martín Fierro en sus versos:
“Los hermanos sean unidos/Porque esa es la ley primera
Tengan unión verdadera/En cualquier tiempo que sea
Porque si entre ellos pelean/Los devoran los de afuera”
Que
pueda realizarse una “mediación” es considerada cosa “irrealizabble” “inviable”
por el Cardenal Baltazar Porras, arzobispo venezolano de Mérida y
administrador apostólico de Caracas, quien señaló que Maduro, cada vez que “se
ve con el agua al cuello” apela a este tipo de recurso. A su vez, destacó la
existencia de “una unidad de criterio de actuación plena y total y un
relacionamiento permanente” del Episcopado del país con el Vaticano. Tras
señalar que el actual pontífice “siente como el Episcopado y lo respalda”,
precisó que “cada uno tiene que cumplir su rol y tenemos nosotros (Obispos y
clero venezolanos), en primer lugar, la obligación de dar la cara” y estar muy
cercanos a los sufrimientos y esperanzas del propio pueblo.
No
queda más que auspiciar y rezar que la actual situación dé lugar efectivamente
a un proceso de transición, si fuera posible por un gobierno de unidad nacional
que contara con la credibilidad y el consenso popular para abrir caminos de
esperanza, pacificación y reconstrucción en ese país “bolivariano”, atendiendo
ante todo las penurias padecidas desde hace muchas décadas por vastos sectores
del pueblo venezolano que siguen sufriendo la exclusión y condiciones indignas
de vida.
11 de
febrero de 2019
Dr.
Guzmán M. Carriquiry Lecour
Secretario-VicePresidente
Comisión
Pontificia para América Latina
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