Por Gregorio Salazar
El vecindario no pareciera
estar ubicado en la ciudad de un país que está a las puertas de recibir tropas
extranjeras en son de paz o de guerra. Extraño pero cierto. Uno mira el chat y
lo que encuentra son los apuros para llegar a tiempo a la compra del combo de
pollo y huevos o el pago de las cajas CLAP, cuya distribución el gobierno
intensificó esta semana en todo el territorio nacional.
Eso sí, bajando en
contenido y subiendo de precios, aunque todavía un regalo. Se insertan audios,
videos, fotos y memes, pero la discusión o el intercambio de opiniones entre
vecinos sobre el gran trance nacional está ausente. Sospechamos que más
por cautela de convivencia comunitaria que por indiferencia, porque es
imposible que no haya temores y/o expectativas.
A pesar de que hasta
mediados de semana la marcha de los acontecimientos no ha sido vertiginosa ni
mucho menos, no más allá de rounds de estudio o escarceos como el presentado
con el bloqueo de un puente fronterizo con Colombia, crece la certeza de
que la marcha para la salida de Maduro del poder no tiene retorno, que eso
ocurrirá más temprano que tarde, por las buenas, las malas o las peores. Trump
sabe que ahora es aquí en Venezuela donde se juega su reelección y no va a
desaprovechar el desconocimiento que ha hecho del gobierno de Maduro la mayor
parte de América Latina y de la Unión Europea.
Mucho menos va a ignorar el
inmenso nivel de rechazo del agobiado pueblo venezolano, empujado cada vez más
a vivir en condiciones infrahumanas. Los niveles de desaprobación, según
algunas firmas encuestadoras, superan el 80 por ciento. El régimen de Maduro ha
quedado convertido en una fuerza de ocupación que en aras del poder sacrifica a
su pueblo con la injerencia de gobiernos extranjeros. La intervención
humanitaria apela a la causa justa de detener un holocausto en marcha
Maduro, Cabello y su entorno
más íntimo parecen seguir en sus trece. Es la vieja letanía: “No le vamos a
entregar el poder a la derecha”. Es al menos lo que dicen de boquilla. Lo
difícil es oír gritar con el furor de antaño “¡No volverán!”. Ya de eso no
se está tan seguro. Cuando tienden la mirada hacia al sur y ven a Lula
tras barrotes, Cristina a las puertas de una celda y Correa acusado con pruebas
por la justicia se les hiela la sangre en las venas. Sobre todo a aquellos con prontuarios
más abultados que hablan en sus programas de TV como si la vida y los bienes de
los venezolanos le van a pertenecer eternamente.
La llamada movilización del
pueblo en armas, gente enfranelada de rojo, famélica y tan delgada como el
fusil que empuñan, pareciera buscar un efecto disuasivo pero no por la vía de
la amenaza sino por la conmiseración. ¿Cómo se puede disparar sobre esa pobre
gente? Los pobres como escudo humano de un grupo político corrompido y
entregado al régimen cubano
Maduro apela ahora de nuevo
a los llamados al diálogo, a la no injerencia, a la autodeterminación de los
pueblos, a los valores más patrióticos, a la libertaria inspiración
bolivariana, a su compromiso con los trabajadores, al mundo de justicia,
igualdad e inclusión que dice haber creado en Venezuela. Justo todo lo que
ha burlado, desconocido, traicionado, destruido.
No es que tuviera alguna vez
como gobernante un aceptable nivel de credibilidad, pero quién no sabe que si
existe en Venezuela algo más inservible que el bolívar soberano es la palabra
de Maduro. Se la toma como paja reseca, papel usado, desechos que ruedan
arrastrados por el viento
Y Maduro pareciera no
entenderlo o no querer darse cuenta. Probablemente se siente envuelto en un
mágico halo protector que le dejó su atolondrado antecesor. Decirle al Papa que
él está “al servicio de la causa de Cristo” es una pequeña pero elocuente
muestra de ese desvarío. Asume poses místicas que resultan cuchufletas.Ese
es un campo en el que nada resulta creíble viniendo de semejante réprobo, dirá
cualquier cura de pueblo.
Maduro debería aprovechar el
puente de plata que le asomó Juan Guaidó en una de sus alocuciones. Irse del
poder y dejar que los venezolanos reconstruyan su país y sus vidas en paz, en
democracia y con la mayor armonía de la que sean capaces. Sería un
verdadero horror, una descomunal tragedia que por defender a Maduro se derrame
sangre de nuestro pueblo. Ni siquiera la que cabe en un colibrí, como
diría Andrés Eloy.
10-02-19
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