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miércoles, 26 de junio de 2019

Bachelet, las víctimas y el periodista vedette por @INFOCRACIA



Por Andrés Cañizález


Ha concluido la visita a Caracas de la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, Michelle Bachelet. No ha sido esta visita el final de algo, y al contrario estamos en el inicio de un proceso. Un punto álgido nos espera el 5 de julio cuando está prevista la presentación del informe sobre la situación en Venezuela, en las sesiones que tendrán lugar en Ginebra.

La estadía necesariamente sería corta, como suele ocurrir en estos casos, ya que el alto comisionado vela por los derechos humanos en todo el mundo, y tiene bastante tela que cortar. Un aspecto central de una visita de este tipo es la posibilidad de que la visitante pueda reunirse sin la mediación oficial con las víctimas y defensores de derechos humanos.

Las reuniones de alta política, incluso los encuentros con Nicolás Maduro y Juan Guaidó, son sólo parte de un acuerdo diplomático. Deben ocurrir, sin duda alguna, pero no es de tales reuniones que una alta comisionada obtiene una vivencia directa de lo que ocurre realmente en el país.

Una solicitud previa de la oficina de Bachelet, y condición para venir a Venezuela, era poder manejar su agenda de forma libre y colocar las condiciones en que debían transcurrir los diferentes momentos de su estadía en Caracas.

La combinación de ambos elementos, un encuentro cara a cara con las víctimas y sus familiares, junto a los defensores de derechos humanos, y la decisión de preparar tal encuentro bajo una total discreción, le daban una característica especial a la sesión programada para el jueves 20 en las instalaciones de la Universidad Metropolitana.

La señora Bachelet debió tener en esa sesión el contacto más directo con el clima generalizado de violaciones a derechos humanos en Venezuela. No es que un político o un actor gubernamental se lo contaran. Estaban allí los familiares y víctimas coreando, con sus pancartas improvisadas, las palabras justicia y libertad.


A esos venezolanos que han sufrido en carne propia las vejaciones y atropellos del régimen de Maduro se les perdona el momento de exaltación, que no estaba en el protocolo. Son las víctimas, víctimas que por primera vez en años tienen la esperanza de que su caso sea oído por una persona relevante del sistema de naciones unidas.

Este momento, que me atrevo a definir como litúrgico, previsto solo para la interacción entre Bachelet y el mundo de los derechos humanos, fue interrumpido por un periodista, le llamaré vedette.

Vedette, según el diccionario de la real academia española, se aplica para una persona que quiere hacerse notar en un ámbito. Ese es el periodista Luis Olavarrieta.

Lo que definimos como litúrgico y que se vivía de modo intenso por las víctimas y los defensores, de que finalmente su voz y su rostro se encontrarán con la señora Bachelet, tuvo la irrupción de Olavarrieta, quien se saltó el protocolo (incluso me han dicho que ingresó al campus universitario en la maletera de un vehículo), aseguró que le haría a alta comisionada las preguntas que nadie se atrevía a hacerle, y acto seguido, al ser conminado a dejar el lugar, ya que no era ni víctima, ni defensor de derechos humanos, alegó haber sido atropellado.

He buscado en varios códigos de ética periodística para ver si encontraba algo que me ayudara en este escrito. Pero no, no existe un mandato ético que diga que el periodista no es una vedette.

El periodismo, como cualquier práctica profesional hecha de cara al público, requiere que el periodista tenga una dosis de ego. Esto me lo recuerda con frecuencia Luz Mely Reyes. Pero cuál es la línea amarilla que no se debe cruzar. El código de la UNESCO de forma explícita dice que el periodista debe respetar la dignidad humana.

No era el momento para Olavarrieta

El encuentro en la UNIMET se preparó por parte de la ONU y de las organizaciones locales de derechos humanos, en aras de velar por la dignidad y seguridad de víctimas y familiares.

No, no era el espacio para preguntas periodísticas. No era el espacio para hacerse la víctima, ya que las víctimas genuinamente eran otras en realidad. Olavarrieta, en definitiva no era ese el ámbito para hacerse notar.

Otros dos comunicadores que conozco bastante bien estuvieron allí en el encuentro. Uno como defensor de derechos humanos y el otro como víctima.
Ambos entendieron que su rol allí no era de periodista vedette, que por encima del tubazo, estaba eso que definimos como liturgia, que debía ocurrir como de hecho ocurrió –a pesar de Olavarrieta- para se generara el momentum entre la señora Bachelet y las víctimas. Este acto litúrgico, a fin de cuentas, es lo que valía la pena de esta visita, es lo que la señora Bachelet no podía vivir en su oficina de Ginebra.

25-06-19




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