Por Andrés Cañizález
Ha concluido la visita a
Caracas de la alta comisionada de la ONU para los derechos
humanos, Michelle Bachelet. No ha sido esta visita el final de algo, y al
contrario estamos en el inicio de un proceso. Un punto álgido nos espera el 5
de julio cuando está prevista la presentación del informe sobre la situación
en Venezuela, en las sesiones que tendrán lugar en Ginebra.
La estadía necesariamente
sería corta, como suele ocurrir en estos casos, ya que el alto comisionado vela
por los derechos humanos en todo el mundo, y tiene bastante tela que cortar. Un
aspecto central de una visita de este tipo es la posibilidad de que la
visitante pueda reunirse sin la mediación oficial con las víctimas y defensores
de derechos humanos.
Las reuniones de alta
política, incluso los encuentros con Nicolás Maduro y Juan
Guaidó, son sólo parte de un acuerdo diplomático. Deben ocurrir, sin duda
alguna, pero no es de tales reuniones que una alta comisionada obtiene una
vivencia directa de lo que ocurre realmente en el país.
Una solicitud previa de la
oficina de Bachelet, y condición para venir a Venezuela, era poder manejar su
agenda de forma libre y colocar las condiciones en que debían transcurrir los
diferentes momentos de su estadía en Caracas.
La combinación de ambos
elementos, un encuentro cara a cara con las víctimas y sus familiares, junto a
los defensores de derechos humanos, y la decisión de preparar tal encuentro
bajo una total discreción, le daban una característica especial a la sesión
programada para el jueves 20 en las instalaciones de la Universidad
Metropolitana.
La señora Bachelet debió
tener en esa sesión el contacto más directo con el clima generalizado de
violaciones a derechos humanos en Venezuela. No es que un político o un actor
gubernamental se lo contaran. Estaban allí los familiares y víctimas coreando,
con sus pancartas improvisadas, las palabras justicia y libertad.
A esos venezolanos que han
sufrido en carne propia las vejaciones y atropellos del régimen de
Maduro se les perdona el momento de exaltación, que no estaba en el protocolo.
Son las víctimas, víctimas que por primera vez en años tienen la esperanza de
que su caso sea oído por una persona relevante del sistema de naciones unidas.
Este momento, que me atrevo
a definir como litúrgico, previsto solo para la interacción entre Bachelet y el
mundo de los derechos humanos, fue interrumpido por un periodista, le
llamaré vedette.
Vedette, según el
diccionario de la real academia española, se aplica para una persona que quiere
hacerse notar en un ámbito. Ese es el periodista Luis Olavarrieta.
Lo que definimos como
litúrgico y que se vivía de modo intenso por las víctimas y los defensores, de
que finalmente su voz y su rostro se encontrarán con la señora Bachelet, tuvo
la irrupción de Olavarrieta, quien se saltó el protocolo (incluso me han dicho
que ingresó al campus universitario en la maletera de un vehículo), aseguró que
le haría a alta comisionada las preguntas que nadie se atrevía a hacerle, y
acto seguido, al ser conminado a dejar el lugar, ya que no era ni víctima, ni
defensor de derechos humanos, alegó haber sido atropellado.
He buscado en varios códigos
de ética periodística para ver si encontraba algo que me ayudara en este
escrito. Pero no, no existe un mandato ético que diga que el periodista no
es una vedette.
El periodismo, como
cualquier práctica profesional hecha de cara al público, requiere que el
periodista tenga una dosis de ego. Esto me lo recuerda con frecuencia Luz Mely
Reyes. Pero cuál es la línea amarilla que no se debe cruzar. El código de la
UNESCO de forma explícita dice que el periodista debe respetar la dignidad
humana.
No era el momento para
Olavarrieta
El encuentro en la UNIMET se
preparó por parte de la ONU y de las organizaciones locales de derechos
humanos, en aras de velar por la dignidad y seguridad de víctimas y familiares.
No, no era el espacio para
preguntas periodísticas. No era el espacio para hacerse la víctima, ya que las
víctimas genuinamente eran otras en realidad. Olavarrieta, en
definitiva no era ese el ámbito para hacerse notar.
Otros dos comunicadores que
conozco bastante bien estuvieron allí en el encuentro. Uno como defensor de
derechos humanos y el otro como víctima.
Ambos entendieron que su rol
allí no era de periodista vedette, que por encima del tubazo, estaba
eso que definimos como liturgia, que debía ocurrir como de hecho ocurrió –a
pesar de Olavarrieta- para se generara el momentum entre la señora Bachelet y
las víctimas. Este acto litúrgico, a fin de cuentas, es lo que valía la pena de
esta visita, es lo que la señora Bachelet no podía vivir en su oficina de
Ginebra.
25-06-19
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