Carlos Padilla Esteban 29 de junio de 2019
Se trata de vivir en plenitud mis días consagrando a
Dios cada cosa que hago
Un joven seminarista murió estos días en Chile después
de una larga lucha contra el cáncer. Tenía sólo 31 años. Era un
joven idealista y enamorado de Jesús.
Después de una larga lucha se entregó dócil:
“No hay nada que me alegre más el corazón que si
muriese siendo un hombre consagrado a Sion, siendo de Jesús para siempre”.
Quería morir perteneciendo a su comunidad para
siempre. No hubo tiempo para sellar esa consagración perpetua en la
tierra. Quedó sellada en el cielo para siempre con su muerte.
Murió atado a esa cruz de Jesús a quien amaba. Murió
junto a Jesús que era su amigo para siempre.
No le dio tiempo a ser sacerdote, a ser predicador, a
consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo. No pudo confesar a nadie, ayudar a
otros con sus consejos.
No le bastaron sus días. Jesús se lo llevó antes de
tiempo. Tal vez la vida consista en lo que leía hace tiempo: “Añadir
vida a los días cuando no se pueden añadir días a la vida”.
Eso hizo él con los días que tenía. Luego vino ese
final que parece acabar con todos los sueños de seguimiento. Pero es sólo en
esta tierra.
Se me ahorra el tiempo de surcar mares aquí, ahora.
Para llegar de un solo salto a ese mismo lugar que todo corazón anhela: el
paraíso.
Faltan los días. Pero la manera de llenar de vida mis
días está en mis manos, de mí depende. Puedo hacerlo. Puedo dar vida nueva a
cada uno de mis días. Los puedo vivir con intensidad.
Este joven ha llegado a ser sacerdote en el cielo. Era
lo que soñaba. Allí estará con Jesús y con los que ama para siempre. Serán uno.
No habrá hecho presente a Jesús con sus manos
consagrando. Pero sí con su forma de vivir el dolor y la enfermedad. Con su
manera humilde de enfrentarse a la muerte.
Su forma de vivir y de morir marcan una forma de
entender la vida. Yo también quiero seguir a Jesús como él. Sin importarme ni
el cómo ni el dónde.
Simplemente llenando de la vida de Jesús cada uno de
los días que aún me quedan. Eso lo puedo hacer. Para eso no hay excusas. “Se
levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio”.
Así lo hizo Eliseo después de quemar sus herramientas
antes de cambiar de vida. Creo en la llamada de Jesús que sale a mi encuentro
para que corra siguiendo sus pasos.
Contaba el papa Francisco: “Me salió al encuentro
para invitarme a seguirle”. Los días de seguimiento pueden ser muchos,
o tal vez muy pocos. No importa. Yo no conozco el final.
Pero sí decido el principio de mis primeros pasos. Y
la forma como quiero vivir en plenitud mis días consagrando a Dios cada
cosa que hago.
Vale la pena dar la vida por Él. Esa vida que me ha
confiado. Quiere que llene de la vida de Jesús todos mis caminos. Le sigo. No
lo dudo. Vale la pena vivir y morir por Él.
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