Por Carolina Gómez-Ávila
Casi a diario sucede algún
hecho que despierta dudas sobre quiénes detentan realmente el poder y sobre
quiénes, realmente, intentan apropiárselo.
Para la población, es
imposible determinar si la coalición democrática conspira o si ha sido
utilizada por más hábiles confabuladores. Especialmente, desde el miércoles
pasado, Maduro dijo, en cadena nacional, que el presunto golpe del 30 de abril
pretendía sentar en la silla presidencial a Raúl Baduel. Tampoco sabemos si
dijo la verdad pero es inevitable hacerse un par de preguntas:
¿Cuántos grupúsculos, en el
ámbito de los correligionarios presentes y pasados de Maduro, compiten para
desplazarlo del poder? ¿Cuántos lo hacen entre los que militan en la oposición?
El cálculo sólo lo pueden intentar -no sin temor a equivocarse- ellos mismos.
Se requiere mucha
información privilegiada de carácter político, financiero y militar para
intentar especificar cuántos y cuáles son los grupos de poder que están
activamente interesados en suplantar al actual.
La coalición democrática
está siendo adversada por el Gobierno, por competidores que hacen vida dentro
de él y, también, con más ferocidad, por dos minorías disidentes de la Mesa de
la Unidad Democrática: Unos de discurso extremista que, aparte de azuzar a
cometer actos innombrados jamás se presentan a ejecutarlos. Otros, de discurso
complaciente que blanden consignas pacifistas y democráticas para no desafiar a
quienes usurpan el poder. Ambas minorías, cuando no apoyan lo que les
beneficia, se inclinan por lo que, siendo inocuo para el poder, daña el
prestigio de la alianza.
Si es verdad que detrás de
la conspiración del 30 de abril están figuras tan emblemáticas del chavismo
como Alcalá Cordones y Baduel, es más que probable que la oposición haya sido
madrugada y esté siendo embaucada para extinguirla. Los “originarios” no sólo
se sienten cómodos con los golpes de Estado sino que cuentan con ingentes
recursos para gestar una sublevación, pero puede que primero les interese sacar
de en medio a lo que queda de los partidos políticos, debilitados por no tener
poder de facto.
Como no es remota la
posibilidad de que estén siendo usados por todos, les convendría arrojar luz a
sus recursos blanqueados (medios de comunicación y operadores financieros) y
demostrar que no pretenden la reinstitucionalización sino sustituir al jefe de
la banda. Incluso habría que examinar sus alianzas con los perros de la guerra,
capaces de pactar con adversos para terminar de destruir al bloque opositor.
Este escenario es muy
conveniente para motivarnos a escuchar a Houcine Abassi. El sindicalista
tunecino fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2015 como parte
del “Cuarteto de Diálogo Nacional de Túnez”, “por haber contribuido a crear una
democracia plural en ese país”. Sobre cómo se dieron estos hechos tras la
“Revolución de los Jazmines”, 2011 -y si alguna de esas iniciativas es
extrapolable a la situación venezolana- es de lo que ha estado conversando
Abassi con distintos sectores.
Están por trascender las
conclusiones y ya se ven personas y medios muy interesados en promoverlas, por
lo que habrá que estar alerta. Sin embargo, por compromiso con la vida, evitaré
la fábrica de opinión que se activó tras la llegada del Nobel e intentaré
separar la paja del trigo que traiga Abassi porque, en la actual situación, no
es posible articular nada. Estamos en desbandada.
29-06-19
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