Diego Lombardi Boscán 22 de junio de 2019
@lombardidiego
La
ruptura de familias enteras por la migración forzada es irreversible, como lo
es la muerte de decenas de personas por la violencia y por la mengua de un
sistema de salud precario, también lo son las deficiencias cognitivas y motoras
que miles de niños están heredando por algún conflicto. En Venezuela y Siria,
como en muchos otros países, esta realidad está vigente.Sociedades que no
terminan de funcionar, de encontrar su ruta hacia lo que la modernidad ha
definido como progreso; en ellas miles de persona intentan sobrevivir, algunas
sin saberlo con un futuro que ya les cerró las puertas de las oportunidades, y
que quizás se las abra en una, dos o hasta cinco generaciones en el mejor de
los casos.
Frente
a esto el llamado mundo desarrollado observa, intenta actuar, pero lo hace
tímidamente y atrapado en sus propias realidades.
Los
tiempos históricos no son iguales a los tiempos de una persona.
20
años de la historia de un país puede ser contada en unas cuantas páginas, pero
esas dos décadas para un hombre o una mujer pueden ser la única ventana de
oportunidad para lograr sus propósitos. De esta falta de sincronía entre los
tiempos históricos y los tiempos personales nace la desesperación de miles de
venezolanos, y también de otros miles que sufren, al observar como pasa el
tiempo y no ven una salida más allá de seguir sobreviviendo, no importa si en
su país de nacimiento o fuera de éste.
¿Por
qué los poderes internacionales no actúan y generan soluciones definitivas?
Adam Smith, en su Teoría de los Sentimientos Morales (1759) da una pista. El
ser humano, de acuerdo con Smith, nunca podrá experimentar los sentimientos de
los demás con la misma intensidad con que el otro los vive, y esto lo ilustra
con el caso de una madre cuyo hijo agoniza, mientras la primera experimenta su
propio dolor asociado a la pérdida y frente a la incertidumbre de su futuro, el
niño sólo siente el dolor y vive el presente. Esta visión es contraria a la de
David Hume, contemporáneo con Smith, quien argumentaba que ese sentir lo que
los demás sienten puede ser completo, como una especie de “contagio”.
La
idea de Hume estaría mas cercana a lo que hoy, como parte de cierta moda,
muchos llaman empatía. Más allá de la discusión filosófica, la apreciación de
Smith parece tener suficiente sentido común como para afirmar, sin temor a
equivocarse, que efectivamente los sentimientos entre dos personas nunca pueden
trasladarse completamente entre uno y otro. Esto se hace más evidente en la
medida que esos dos actores no comparten situaciones comunes, como es el caso
de dos personas que viven en países distintos. Así, el estar en la posición del
otro, y tratar de sentir sus vivencias, se convierte más en un ejercicio de
buena voluntad que en una posibilidad cierta.
Lo
anterior explica en gran medida por qué es tan difícil que la solidaridad que
muchos sienten hacia el pueblo venezolano se convierta en acciones concretas,
al menos no con la urgencia que muchos desearían. La razón es simple, un
habitante de Noruega, Estados Unidos o cualquier otro país, vive su propia
realidad, puede intentar “ponerse en los zapatos” de miles que sufren, por
ejemplo en el caso de los venezolanos, pero nunca podrá sentir lo que siente
alguien que ha perdido un ser querido por falta de medicamentos, o que haya
visto a sus hijos irse a dormir sin comer, o tantas otras tragedias cotidianas
que se han vuelto normales para muchas familias.
El
Vaticano, las Naciones Unidas, los Gobiernos de tantos países, así como miles
de personas, están solidarizados con causas como la venezolana o la siria, como
la de las “caravanas migrantes” de Centro América, los conflictos interminables
de África, y muchas otras tantas situaciones lamentables que ocurren en el
mundo. Pero una cosa es la solidaridad, y otra muy distinta las acciones
requeridas para remediar los problemas, los cuales debido a la imposibilidad de
sufrir exactamente lo que sufren las víctimas produce una asincronía entre la
urgencia y los tiempos históricos.
Al
final, la principal solución está en las propias manos y mente de quien sufre.
Diego
Lombardi Boscán
@lombardidiego
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