Dr. Ángel R. Lombardi 21 de junio de 2019
@lombardiboscan
“Cuando
emigras, sientes que ya no eres de tu patria pero tampoco del lugar en el que
estás”.
Se
han marchado cuatro millones de venezolanos al extranjero huyendo del desastre
en que el chavismo ha sumido a Venezuela. Las cifras son reales y avaladas por
la ONU, ACNUR, OEA y la realidad de nuestras familias rotas. Nadie abandona su
propio país de manera ligera o pretende asumirse de iluso turista. Detrás de
Siria, país en guerra, Venezuela le sigue en el mundo con más personas que ya
no se van del país de manera organizada sino a lo desesperado. Y sí esto no
cambia de una vez por todas, con el retorno a la Democracia, el éxodo seguirá
creciendo. Algunos se refieren a la tragedia venezolana como un Holodomor
(matar de hambre); otros a un inmenso Gulag o Campo de Concentración a
semejanza de los que existieron en la era soviética y nazi.
La
escasez y el abandono de los servicios públicos junto a la inseguridad y la
falta de competitividad de los salarios junto al quiebre de las escuelas y
universidades que no ofrecen profesiones con posibilidades de garantizar un
futuro a los jóvenes profesionales son algunas de las causas de éste éxodo tan
trágico como lamentable y que sin disimulos ha sido estimulado por la actual
hegemonía en el poder. Además, éste plan de evacuación casi forzado está
desangrando a Venezuela de sus muy bien formados profesionales, y de paso, le
está enviando una bomba demográfica a los países vecinos, en su mayoría
adversarios del chavismo, para desestabilizarlos. El chavismo sólo maneja un
plan para permanecer en el poder: crear problemas y profundizarlos entre sus
propios dirigidos para arrodillarlos. Y quienes no estén dispuestos a ésta
humillación perpetua: a que se vayan del país.
Nadie
se quiere ir de su país a las patadas. Otra cosa es muy distinta marcharse uno
por propia voluntad con medios de fortuna y un trabajo previamente concertado
en el país de acogida. Las inmigraciones forzadas las hacen los desesperados
quienes no encuentran presente y futuro en su propio país y el costo a pagar es
demasiado elevado. Aun así hay un cálculo optimista que la dura realidad de
vivir en el extranjero va disipando en función de la buena o mala suerte.
La
desdicha del inmigrante se inicia desde el mismo momento en que toma la
decisión de marcharse a una aventura bajo el peso de la más grande y angustiosa
incertidumbre. Lo afectivo/familiar; lo legal y lo económico son tres fardos de
grueso calibre. Dejar a la familia rota y dispersa destruye una vida de afectos
cuyo epicentro es la seguridad emocional; además, el reencuentro familiar por
lo general siempre se dilata y la culpa se hace omnipresente. La parte legal es
cada vez más engorrosa para el inmigrante venezolano que ahora es visto como un
indeseable; como un refugiado que viene a crear más problemas que aportes. Y
ese recurso reivindicativo moral de que Venezuela acogió generosamente a los
inmigrantes en el pasado no es algo retroactivo. De hecho, hoy la tendencia dominante en el
mundo es la que lidera Matteo Salvini y Donald Trump, que no es otra que
orientar todo su discurso nacionalista en el combate en contra de la
inmigración masiva de los pobres (aporofobia).
La
ilusión del inmigrante venezolano es volver a reencontrarse con una calidad de
vida que el chavismo le arrebató. Sólo que éste deseo en la mayoría de los
casos termina siendo otra ilusión de armonía que las duras circunstancias de la
vida como extranjero terminan negando. Huyendo de nuestros problemas sociales,
muchas veces, nos encontramos con mayores problemas como desarraigados y nuevos
huérfanos apelando a una fraternidad humana cuyo imperio nominal está muy por
debajo del acendrado egoísmo humano alimentado por siglos de odios
nacionalistas, culturales y religiosos.
Hay
una novela de actualidad, venezolana, escrita en el ya lejano año de 1901 de
Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927): “Ídolos Rotos”, en dónde su autor, un
opositor del dictador Cipriano Castro (1858-1924), llega a la conclusión que
las guerras civiles y el atraso social sólo conduce al “Finis Patriae”, el
exilio tanto interior como el de la huida del propio país.
Que
hoy, en pleno siglo XXI, millones de venezolanos tengamos que plantearnos el
muy duro dilema de quedarnos o marcharnos no habla bien de nuestra evolución
política/histórica ni de los logros alcanzados de la mano de la fortuna
petrolera que hemos disfrutado y no hemos sabido invertir en resguardo de
nosotros mismos. Además, en una época donde la bandera de los Derechos Humanos
goza de un unánime reconocimiento mundial es inconcebible que nuestros propios
gobernantes nos hayan arruinado.
Dr.
Ángel R. Lombardi
@lombardiboscan
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