Juan Guerrero 20 de junio de 2019
@camilodeasis
En
un curso de fotografía que realicé hace poco más de un año, el profesor se
presentó de manera muy jocosa e informal. Tanto fue su informalidad que en un
momento de su presentación, de manera natural, nos afirmó: -Es que no existe
nada más placentero que ¡cagar! Hubo un segundo de silencio. Uno que otro se
ladeo para sonreírse mientras el profesor, sin inmutarse, continuó con su
argumentación sobre el derecho de todo ciudadano a negarse al frenesí de una
vida acelerada y truculenta.
Es
esta tragedia humana que nos lleva al extremo de una felicidad fingida. Que nos
niega el derecho a la tristeza, al llanto y al estremecimiento por lo
inevitable del fracaso y la derrota.
Tanta
alegría fingida y de utilería que existe en la fábrica del fetichismo que
transita por las redes sociales (RRSS) hace que se convierta en una ilusión
esta realidad-real de la cotidianidad por donde nos toca desenvolvernos. Nos
transforma en seres de contradicciones permanentes, también obligadas a
negarlas. Porque esta sociedad busca que seas perfecto y exacto para ser
cuadriculadamente aceptado por todos.
Siempre
nos persiguen los sacerdotes de las alegrías de las buenas nuevas, exigiéndonos
nuestra dosis diaria de sonrisas. En la sociedad de la tragedia continuada, la
resistencia ante la debacle que otros realizaron y ahora se llama catástrofe
humanitaria, te la están paulatinamente achacando a ti, cada vez que pueden,
culpándote por no abrir la puerta de tu casa y gritar maldiciones o colocar
ramas, troncos y cables en el semáforo para impedir el tránsito.
Es
que los políticos de cualquier color y siglas son bien parecidos a los
vendedores de ilusiones religiosas. Esos cultores de la felicidad permanente
con sonrisas de azafatas. No, no voy a claudicar a mi derecho a la tristeza ni
menos al del fracaso ni al ocio. Tengo también derecho a la lentitud y la
contemplación de la vida y del instante.
Ya
existe una multitud inmensa que busca generalizar y presentar la vida en serie,
como una descomunal fábrica de alegres chorizos. Creo que la existencia humana
también se trata de individuación. Personalizar y presentar con nombre y
apellido la gracia de la existencia y la creación.
Porque
el arte está alejado de eso que llaman tumulto y muchedumbre. Eso tan feo y
nocivo que han dado en llamar, masa. La masa sabe a mazamorra y no tiene
identidad ni sentido de pertenencia ni de trascendencia, plenitud, ruta ni
guía. Simplemente vaga y discurre sin pena ni gloria por cualquier parte. El
hombre-masa habita la vida. El individuo, por el contrario, es ciudadano que
civiliza y asume cívicamente el ser de su existencia. Tiene, por definición,
derecho a un lenguaje que lo nombre. Es el lenguaje que en boca de este
hombre-ciudadano, adquiere sentido y norma el verbo, lo conjuga y comulga
(comulgar lo común es comunidad) para vivir y convivir en plena libertad de
palabra y vida.
Creo
que la vida tiene momentos donde es indispensable, rigurosamente necesario,
detenernos por momentos, para meditar sobre el sentido que tiene nuestra vida,
nuestro devenir como individuo. Sentir cómo el aire entra por tu nariz y
alimenta tu cuerpo. Te nutres mientras disfrutas la nadería de ese instante que
ya no volverá. Esos pequeños instantes tan sagradamente indispensables. Esos
momentos que solo pertenecen a ti y a nadie más.
Sabes
entonces que perteneces a ti. Tú eres el amo de tu mundo. De ti dependes y
nadie más vendrá ni huirá de ti. Estás en ti y eso ya es suficiente para
abrirte al mundo y a los demás.
Porque
el mundo del ocio es el instante que precede a la creación. Ocio niega al
neg-ocio, que es contrario a creación y realización individual.
El
ocio de la creación es plenitud y luminosidad. Es lucidez del instante en la
escritura y es ars poética (poiesis) que en su esencia, es producción,
materialización de aquello que ha sido visualizado en potencia (potens) como
esplendor de eso (Deus) que adviene a la vida desde su origen luminoso.
Acercarse
al ocio con la actitud de quien penetra un universo de creación es nutrirse de
humanidad y trascenderse a sí mismo. Nutrirse de mundo teniendo la con-ciencia
de vivir en la tristeza del aquí y el ahora de un tiempo y una realidad que nos
niegan lo que siempre hemos sido y seremos: seres únicos, irrepetibles e
infinitamente transformadores de nuestra realidad.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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