MOISÉS NAÍM 15 de junio de 2019
@moisesnaim
La
mayoría de movilizaciones logra concesiones menores o fracasa. Pero algunas
provocan cambios importantes
¿Qué
tienen en común Corea del Norte y Cuba? La respuesta obvia es que ambas son
dictaduras. La menos obvia es que, este año, ambos países han celebrado
consultas electorales. En Corea del Norte, el Gobierno informó de que el 12 de
marzo el 99,99% de los ciudadanos votaron y que el 100% de los votos fue para
los 687 diputados que fueron postulados por el régimen. No había otros. Semanas
antes, los cubanos también se habían expresado a través de un referendo en el
cual se les preguntó si aprobaban una nueva Constitución. El 91% de los votos
fue a favor.
Esta
propensión de las dictaduras a llevar a cabo elecciones fraudulentas es muy
curiosa. Se basa en la suposición de que una elección, aunque sea solo teatro,
puede compensar en algo la ilegitimidad de un Gobierno autocrático. De hecho,
ahora hay más eventos electorales que nunca antes, en democracias y en
dictaduras. Este año, 33 países tendrán comicios presidenciales y 76 naciones,
elecciones parlamentarias. Pero hay otra forma de expresión política que está
mucho más de moda que las elecciones: las protestas callejeras. Además de las
marchas, los bloqueos a la circulación de vehículos se han convertido en un
frecuente instrumento de expresión política.
Tan
solo la semana pasada hubo masivas protestas populares en varios países. En
Moscú, por ejemplo, la policía detuvo a más de 400 manifestantes que
protestaban contra las autoridades que arrestaron a Ivan Golunov, un periodista
que investiga la corrupción en el Kremlin. La policía lo acusó de tenencia y
tráfico de drogas, cargos que periodistas y políticos denunciaron como
espurios. Al mismo tiempo, en Hong Kong, más de un millón de personas tomaron
las calles para protestar contra una ley de extradición que facilita la
represión de Pekín en este territorio. Gracias a las protestas, Golunov ha sido
liberado y en Hong Kong la ley de amnistía fue retirada.
En
Sudán también hubo protestas. El Gobierno las reprimió brutalmente y murieron
más de cien manifestantes. Desde diciembre, los sudaneses exigen el cese del
Gobierno autocrático, elecciones limpias y libertades democráticas. Lo mismo
que, al otro lado del mundo, piden los venezolanos liderados por Juan Guaidó.
Esto
no es nada nuevo. La política y las actividades de calle siempre han ido de la
mano. Pero, en su versión de este temprano siglo XXI, tienen varias
peculiaridades.
La
primera es su frecuencia. Thomas Carothers y Richard Youngs, dos de los
principales expertos en el tema de las protestas políticas en el mundo, han
investigado esto a fondo y concluyen que las protestas de calle han aumentado
en frecuencia y tamaño. El uso de teléfonos móviles y las redes sociales
facilitan la organización. También ayuda que en muchos países ahora existen
clases medias más numerosas, conectadas y activadas. Los motivos que impulsan
las protestas son variados: algunas tienen objetivos genéricos como el repudio
a la corrupción, por ejemplo. Otras, como las de Hong Kong, son concretas:
impedir la aprobación de la ley de extradición. Otras comienzan con reclamos
específicos pero, rápidamente, agregan demandas más ambiciosas.
La
gran pregunta es si las protestas tienen éxito. No está claro. La mayoría
logran concesiones menores o fracasan por completo. Pero algunas han provocado
cambios políticos importantes. ¿Qué caracteriza a las que tienen éxito? La
combinación de nuevas tecnologías con antiguos métodos de organización política
es indispensable. Las redes sociales, por sí solas, no bastan. Para ser
exitosas, las protestas deben involucrar a gran parte de la sociedad y no solo
a través de Internet. En algunos casos, la presión internacional y de las
fuerzas armadas ha sido determinante. Pero, como siempre, lo más importante es
el liderazgo. El éxito requiere que haya jefes y jefas. La ilusión de un
activismo político basado en decisiones colectivas y sin líderes claros suele
terminar siendo eso, una ilusión.
Moisés
Naim
@moisesnaim
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