Laureano Márquez 29 de junio de 2019
Conocí
a Aníbal Nazoa gracias a mi amistad con Claudio, su sobrino. Las cenas con
María Lucía -su esposa- y él, en su casa, eran, además de divertidas, terreno
fértil para discusiones de alto vuelo con la concurrencia de gente interesante.
Se conversaba de literatura, de poesía, de ciencia (yo hablaba poco y escuchaba
mucho, además como no existía el celular, era posible concentrarse). Aníbal
sabía de todo con detalle y profundidad, era eso que antes se denominaba un
autodidacta, con justicia su hermano, Aquiles, lo llamaba “el pequeño Larousse
ilustrado”. Las tertulias en su casa dominaban la cena y la trascendían,
llegaban hasta el carro estacionado en la calle en interminable despedida y se
prolongaban aún con el vehículo encendido largo rato (en aquellos tiempos la
inseguridad no era tan extrema) y uno salía de aquella casa con la sensación de
que había aprendido un montón de cosas y que tenía otras tantas por investigar
y muchos libros por leer. Era un verdadero gusto escucharle. Tan sabrosa era su
conversa, que contaba que en los tiempos de su temprana juventud en El
Guarataro, estando su grupo de amigos en precaria situación para pagar una
entrada al cine, hacían una “vaca” y le compraban la entrada a Aníbal para que
luego les contara la película, cosa que él hacía con tal regodeo en los
detalles y tanta habilidad narrativa que, muchas veces, cuando alguno de ellos
podía luego ver la película en cuestión, se sentía decepcionado. Con razón dijo
alguna vez: “Mi infancia fue pobre, pero nunca fue triste”.
Aníbal
Nazoa militó siempre en el pensamiento de izquierda, miembro del partido
comunista, nunca ocultó sus ideales y luchó fervientemente por ellos usando el
arma poderosísima de su ingenio humorístico y su vasta cultura. Siendo hermano
de otro grande del humor venezolano, brilló con luz propia dejando una obra
importante. Sus escritos muestran agudeza, profundidad y un sentido del humor
tan refinado como sutil. Participó en diversas publicaciones de humor, desde
los legendarios tiempos de El morrocoy azul del que fue cofundador, pasando por
la larga lista de semanarios con los que los humoristas del momento intentaron
encontrar un espacio para expresarse. Con el seudónimo de Matias Carrasco mantuvo
por muchos años una columna en el diario El Nacional: “Aquí hace calor”.
Siempre estuvo su arte y su oficio en las antípodas de la descalificación, el
insulto, las mezquindades y el envilecimiento. La estatura intelectual de este
menudo hombre de mirada siempre por encima de sus lentes inquietos, estaba por
muy distante de la reyerta baja y agresiva que se daba en la arena de la lucha
política de momento, como diría el dr. Caldera, cuya candidatura, por cierto,
para el segundo mandato apoyó desde el partido comunista. Eran tiempos en los
que las discrepancias políticas no nos llevaban a odiarnos y éramos capaces de
admirar a la gente más allá de los desacuerdos ideológicos, pues había
personalidades inteligentes en todos los sectores.
A
comienzos de los noventa, se intentó revivir la Cátedra del humor que tanto
éxito había tenido en la Universidad Central y que comandaba -con la habitual
genialidad puesta en todo lo que hacía- Pedro León Zapata. Hicimos el intento
de retomarla bajo la dirección de Aníbal. Se presentó en el Aula Magna en
cuatro o cinco oportunidades, sin el éxito y el apoyo (la verdad sea dicha) de
la original. Hicimos un homenaje al humorista gráfico Claudio Cedeño y dos o
tres cosas más entre las que se cuenta una parodia del Don Juan Tenorio de
Zorrilla para representarla el día de los difuntos, como manda la tradición
española. En esa oportunidad trabajamos juntos en la redacción del guión en
verso, del que solo viene a mi memoria uno, cuya actualidad cobra fuerza en las
actuales circunstancias:
“La
cosa está tan peluda
que
Scannone, el gran gourmet,
come
hasta batata cruda”
Aníbal
Nazoa fue, en definitiva, una figura extraordinaria de nuestra cultura, de
nuestro mejor humorismo. Era de esa gente sabia desde antes, tan sabrosa de
tratar y conocer. Sin duda -por su destacada actividad periodística e
intelectual- merece que un reconocimiento al periodismo lleve su nombre, pero
sobre todo merece, como mínimo, que los galardonados con él sean poseedores de
los mismos valores de talento, integridad, cultura y honestidad que él
representó.
Laureano
Márquez
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