Por Froilán Barrios
El expediente de la
dictadura se amplía cada día que permanece en el poder, casi un millar de
presos políticos, torturados, humillados, las cifras patibularias de una
economía en ruinas que sólo sirve de datos de lo que no debe repetir
ningún gobierno sensato en el mundo, así también los académicos de las más
prestigiosas universidades citan lo que ocurre en Venezuela como el
ejemplo de lo que se debe evitar, de arruinar la riqueza nacional y luego
pasar de un estadio de prosperidad a la hambruna general, propiciada por un
estado fallido de indiferencia brutal ante la muerte de mengua de infantes,
adultos mayores a partir de la destrucción del sistema de salud, en medio de un
sin fin de calamidades que ya no asombran, sino que se traducen en costumbre
cotidiana, ante la alarma y consternación de la comunidad internacional.
Ese escenario dantesco que
se sufre en nuestra geografía, se agrava por un crimen por el que deberá ser
juzgado igualmente el régimen chavomadurista, y es el de haber propiciado la
diáspora de más de 4,5 millones de venezolanos por el mundo entero,
determinando la estampida descomunal más pronunciada del siglo XXI reconocida a
nivel global, incluso superior a la de Siria, a la de los Rogynyas en Myanmar,
las de países centroamericanos a Norteamérica, con situaciones dramáticas que
por ser recientes no permiten todavía dimensionar la tragedia de cientos de miles
de familias destruidas, del fallecimiento de centenas de venezolanos en las
carreteras y páramos del continente, en cuyos países se ha desatado una
xenofobia contra seres humanos de un país que acogió sin restricciones en su
etapa de progreso del siglo XX, a nacionalidades de las regiones más apartadas
del planeta, víctimas de guerras civiles, mundiales o de hambrunas.
Esta tragedia ha convertido
a una gran mayoría de los venezolanos de la diáspora en seres vulnerables, a
expensas de apetitos inhumanos de todo tipo, de lo cual se han aprovechado para
precarizar el trabajo, al extremo de la humillación y al desparpajo del
desprecio xenófobo, solo superado por lo sufrido por el pueblo judío en el
Holocausto. Las imágenes de nuestros ciudadanos en los corredores fronterizos
de Cúcuta en Colombia, Tumbes entre Ecuador y Perú, Arica en Chile, o en
la frontera de Brasil en Santa Elena de Uairen, tocan el fondo del alma
nacional, de un pueblo que no necesitó jamás emigrar, por el contrario se
jactaba de orgullo de vivir en esta tierra de gracia.
Vivimos horas amargas como
aquella España de fin de siglo XIX, despojada de sus riquezas y dominios, lo
que a la hora del té le ha determinado a nuestras generaciones del siglo XXI un
éxodo para huir de la miseria, determinado por un salario de 10 dólares
mensuales, 0,3 centavos al día, entre tanto en Paraguay el salario de un
trabajador doméstico es de 2.500.000 guaraníes equivalente a 370 dólares
mensuales. Cuando vemos a odontólogos, economistas, bioanalistas, periodistas,
educadores, médicos, etc. trabajando en cualquier oficio diferente a su
profesión, representa la dignidad de una juventud dispuesta a no dejar morir de
hambre a sus familias residentes aún en el territorio nacional, sacrificando su
carrera a cambio del aliento de vida de sus congéneres.
Esta minusvalía ha sido
aprovechada y abusada por el mercado, al remunerar con salarios por debajo de
los niveles mínimos de cada país, las cifras que arrojan estudios recientes
realizados en Colombia, Perú, Ecuador indican que los venezolanos devengan
entre 30% y 50% por debajo de de los mínimos nacionales. Incluso en América del
Norte y Europa donde la mayoría de la diáspora venezolana no ha podido
legalizar su residencia, es manipulada a placer del empleador, que conociendo
la formación profesional de muchos de ellos y la calidad de su trabajo, la
reconocen sólo a niveles de mercado negro, sin protección social, condicionados
a la precarización del trabajo.
Si bien es cierto se
identifican casos de reconocimiento laboral a la diáspora criolla como los
publicitados en Chile, Perú, Colombia, Estados Unidos, entre otros, éstos
representan una minoría, ante cifras que apuntan para finales de 2019 a superar
los cinco millones de venezolanos en el extranjero, si no se identifica un
desenlace a la crisis venezolana, que ya resulta insoportable para los países
de la región, producto de un régimen capaz de conllevar a nuestro país, a la
peor condición económica de la historia universal. Por tanto pedirle a los
venezolanos que regresen a reintegrarse a la reconstrucción nacional, pasa
primero por definir e identificar cual es la sociedad del trabajo que se
promoverá en el nuevo país.
26-06-19
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