Por Tomás Páez
Moisés Naím, en su artículo
del pasado 19 de mayo, afirma: “Suponer que Maduro y los suyos pueden
participar en un diálogo sin mentir y sin intentar manipularlo puede ser
ingenuo. Pero, quizás, más ingenuo aún es suponer que, en Venezuela, es posible
evitar el diálogo político indefinidamente”. La primera parte del párrafo
es una advertencia, pone en evidencia el talante de aquellos con quienes se
negocia. La segunda, es una clara y urgente convocatoria al diálogo.
Nos sitúa ante un dilema y
la respuesta práctica no es sencilla: exige dosis extra de convencimiento,
preparación, paciencia, inteligencia y liderazgo, como mínimo. Juan Guaidó ha
sabido, pese a las adversidades, mantene@TomasPaezr
un elevado grado de cohesión de la gran mayoría social. En Venezuela, el
diálogo adquiere connotaciones negativas. La sociedad ha escarmentado en carne
propia la ausencia de resultados positivos de los diálogos realizados hasta el
día de hoy, fracasos de los que no escapan las mesas de diálogo enarboladas por
el régimen tras cada conflicto sectorial
De esas experiencias surge,
en muchos ciudadanos, una respuesta automática: ¿Diálogo como para qué? A lo
que sigue la afirmación: Es una estrategia para alargar la agonía de los
venezolanos. ¿Hay alguna diferencia con los anteriores? ¿Podemos esperar un
resultado diferente si aplicamos el mismo procedimiento? Ellos, mientras
hablan de diálogo, continúan violando la Constitución y el bufete de abogados
del señor Nicolás desmantela la Asamblea Nacional. A los diputados los
desconocieron y menospreciaron, les negaron su salario y cuando les daba su
“real gana” cortaban los servicios básicos de las oficinas del Parlamento.
La experiencia negativa de
diálogos previos no merma su importancia y utilidad. El diálogo y las
iniciativas en Noruega y más recientemente Suecia, demuestran, como afirma el
presidente interino, que “existe consenso en el mundo de la necesidad de una
elección presidencial libre en Venezuela”. Hay quienes se preguntan si el
diálogo no implica validar y permitir que crezca el número de fallecimientos
por escasez de medicinas y alimentos, se eleve el porcentaje de desnutrición,
desaparezca el sector eléctrico, aumente la inseguridad y el número de
homicidios, se destruya el transporte público, culmine la devastación de
la industria petrolera, fuente de 96% de las divisas del país y hoy reducida a
escombros, o que ascienda el número, hoy estimado en más de 7 millones de
venezolanos, cuya situación ha sido catalogada como de tragedia humanitaria
compleja.
O, por el contrario, son
estos terribles datos los que justifican la segunda parte del párrafo de Moisés
Naím, “la urgencia de entablar un diálogo”, con el fin de frenar la
destrucción del país y las penurias que padecen los venezolanos. Esa inmensa
mayoría que ha expresado, por todos los medios posibles, votos, marchas y
movilizaciones, su rechazo al señor Nicolás y su equipo, cuyo periodo
presidencial venció el 10 de enero. Se aferran al poder con el respaldo de las
bayonetas, pese al repudio de los venezolanos y la comunidad democrática
internacional.
Desde esa fecha al día de
hoy el panorama se ha transformado. Han sido muchos y variados los cambios en
todas las variables, los cuales, a su vez, impactan el comportamiento de las
restantes. Se crean nuevas realidades y la política lidia con ellas pues, como
dice el refranero popular, “deseos no empreñan”. En enero, el presidente (interino)
obtuvo el apoyo de más de 90% de la población y un importante respaldo
internacional: los países que integran el Grupo de Lima y la OEA, la Unión
Europea y Estados Unidos.
A este masivo respaldo ha
contribuido, sin duda alguna, el trabajo de hormiga realizado por las
asociaciones diaspóricas a lo largo de estas dos décadas. Los pronunciamientos
subrayan la necesidad de detener la catástrofe humanitaria en Venezuela y
aminorar sus efectos más allá de sus fronteras. Los actores internacionales
tienen distintas prioridades y formas de concebir la transición a la
democracia. La OEA habla de “la responsabilidad de proteger”, la Unión Europea
ha creado un grupo para iniciar el diálogo con países y, en grupos como el de
Lima, las frescas declaraciones de algunos de los representantes de Estados
Unidos dan pie a distintas interpretaciones. Las conversaciones e intercambios
entre ellos y con terceros países, fraguan una progresiva convergencia hacia el
diálogo y la negociación como instrumentos para recuperar la democracia. Más
recientemente, Noruega se ofrece como facilitador del diálogo y hace pocos días
Suecia se suma desde otro ángulo a esta iniciativa.
El dinamismo de los
encuentros y las diversas declaraciones y pronunciamientos modifican el
panorama y urden una nueva realidad, lo que demanda un continuo ajuste en las
políticas y en la estrategia. El surgimiento de nuevos actores, datos,
evidencias y hechos exige una gran flexibilidad y la capacidad para monitorear
los cambios necesarios para desarrollar dicha estrategia. Erramos cuando
descalificamos a la realidad por desdecir nuestro esquema y consignas, cuando
no hacemos caso a las señales que nos envía.
En el plano internacional,
se está produciendo una progresiva convergencia en torno a una salida electoral
alejada de las trampas y triquiñuelas del CNE, que tantas vidas han cobrado, al
haber sido garantes del modelo de la destrucción y que han puesto un cerco al
derecho de elegir. En torno al diálogo, Thays Peñalver afirma: “Debe ser
abierto, continuo y no debe esconderse”. El diálogo, además, es un hecho
fundamental de la vida y posee un enorme valor pedagógico y también un
instrumento clave para resolver conflictos de pareja, familia, trabajo,
política y una condición para cualquier proceso de negociación.
Diálogo y negociación
guardan entre sí una indisoluble relación, pese a existir importantes
diferencias entre ambos. Es común escuchar “estoy dispuesto a dialogar y
negociar hasta con un secuestrador,” para justificar el diálogo y la
negociación en Venezuela. En este terreno es recomendable la cautela, pues
podría darse el caso de que alguien diga: “He matado a tu familia, ahora
dialoguemos y negociemos”. También hay que prestar atención a la credibilidad
de las personas con quienes pretendemos negociar porque podríamos estar en
presencia de un farsante. Quienes negocian deben poseer atributos como el de
saber escuchar, tener un cierto grado de empatía y asumir que serán necesarios
los desprendimientos mutuos, un forcejeo en el que quienes participan sacarán
algún provecho de ello.
En este panorama de cambios,
celebro el informe del Banco Central de Venezuela, aun cuando haya salido a la
luz luego de un prolongado, injustificado e ignominioso silencio. En él se
reconocen las penurias de los venezolanos y sus datos se aproximan a los
generados con responsabilidad por parte de la Asamblea Nacional. Echo en falta
datos similares del panorama de la salud, la educación, el suministro de
servicios como electricidad y agua, y los referidos a las enormes dimensiones
de la diáspora venezolana. Tendríamos una idea más cercana de la terrible
realidad.
Mibelis Acevedo,
refiriéndose a la comunidad internacional y sus propuestas, habla de anteponer
la necesidad de resolver la emergencia que azota a los venezolanos”, colocando
el futuro de los ciudadanos como objetivo prioritario. El hecho de que los datos
del BCV y la Asamblea Nacional coincidan en torno a la gravedad de la
situación, no deja de ser un buen indicio; admitir que el problema existe es un
paso indispensable. En dirección opuesta se coloca la declaración del señor
Arreaza al desconocer y negar las dimensiones del mayor fenómeno migratorio de
Latinoamérica.
Entre quienes adversan el
diálogo, también hay diferencias. Hay quienes de plano niegan esta posibilidad
y quienes asumen que para el gobierno el diálogo es solo un pretexto, un ardid
para ganar tiempo y continuar rebanando a la Asamblea Nacional (20 diputados
perseguidos).
En realidad, el señor Maduro
no las tiene todas consigo: una inmensa deuda imposible de honrar, con todos
“sus motores” fuera de circulación y sin repuestos; con una industria petrolera
de la que van quedando los despojos y una caída bestial, abrupta, de la
producción, muy pronunciada en sectores como el de la construcción y las
energías. Además, se encuentra sin recursos, pues se los han “espalillado” sin
contemplación, sufre importantes fracturas internas y no cuenta con el respaldo
social, a pesar de los intentos de transar con las bolsas de las penurias cuyos
productos son de pésima calidad.
Negociar exige definir qué,
cómo, con quién, lapsos y aquello en lo que es o no posible el forcejeo. A
ciertos negociadores hay que exigirles, por ejemplo, alguna prueba de vida del
“secuestrado”, so pena de perderlo todo. Los fracasos de los diálogos previos
no son argumentos para invalidar el diálogo y la negociación futuros; es concebir
al futuro como proyección del pasado en el que desaparecen los cambios y se
omite la realidad. Habría que extraer aprendizajes de los diálogos previos. El
diálogo no se presenta como una disyuntiva al derramamiento de sangre, sino más
bien como una forma de evitar que este continúe.
Si descartamos el diálogo y
la negociación, ¿cuáles son las opciones que se abren? ¿Cuál es la factibilidad
de estas y con cuáles apoyos se cuenta? No es poco lo que está en juego.
Recuperar el siglo perdido para que el país pueda ingresar, finalmente, al
siglo XXI sin mirarlo de reojo. Sobre estos temas entablan diálogos los países
e instituciones que apoyan a los demócratas venezolanos y los venezolanos no
podemos eludirlos.
18-06-19
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