AGUS MORALES 23 de junio de 2019
El
éxodo masivo de venezolanos, solo superado en cantidad por los sirios que huyen
de la guerra, revela que la forma de pensar en los refugiados creada tras la
Segunda Guerra Mundial ya no alcanza para pensar los movimientos forzados de
población en la actualidad.
Si
existiera el país de los refugiados, ya sumaría más habitantes que la población
combinada de Colombia y Chile. Un total de 70,8 millones de personas están
desplazadas debido a situaciones de violencia y persecución en todo el mundo.
Lo
dice el informe anual que acaba de difundir la agencia de la ONU para los
Refugiados (Acnur). Es la cifra más alta desde que nació este organismo tras el
fin de la Segunda Guerra Mundial. Una cifra que no ha dejado de crecer desde
2011 y dibuja un mundo de guerras irresueltas que esconde un crudo panorama: el
de millones de personas acogidas en países pobres ante la falta de solidaridad
de los países ricos.
Pero
es una cifra que no incluye a uno de los éxodos que ha transformado el mapa de
las migraciones: el venezolano. Para finales de 2018, 3,4 millones de
venezolanos habían salido del país (los últimos datos dicen que ahora son más
de 4 millones). Solo el éxodo sirio, que surge de un escenario bélico, es
mayor: 6,7 millones de personas.
“Estamos
en un limbo terrible, porque no me dan la residencia en España”, dice Nelson
Álvarez, un venezolano de 66 años que llegó a Las Palmas de Gran Canaria hace
un año y ocho meses. “La burocracia es muy grande y somos personas, no
números”.
Su
hijo sufre epilepsia convulsiva y necesita medicamentos, así que Álvarez y su
mujer, Carmen María González, decidieron abandonar una Venezuela con un sistema
de salud colapsado. Su esposa —cuyos padres habían emigrado de Las Palmas a
Venezuela en 1953— y su hijo tienen la nacionalidad española, así que él
solicitó la tarjeta de residencia de familiar de comunitario europeo, pero le
fue denegada. Hoy sigue sin poder trabajar y está a la espera de un último
recurso por razones excepcionales. No se planteó pedir protección
internacional, porque esta vía le parecía la más lógica.
“Vinimos
legales a España. Yo no quiero vivir del Estado español”, dice Álvarez. “Para
mí el trabajo es salud”.
Álvarez
no computa en el recuento oficial de Acnur porque no está bajo su paraguas:
muchos venezolanos como él no han pedido el asilo y han intentado obtener
permisos de residencia para permanecer en otros países. La singularidad del
caso venezolano es tal que el epígrafe “Venezolanos desplazados en el
extranjero” aparece en el glosario del informe de Acnur junto a las categorías
generales de “refugiados” o “desplazados internos”.
Todo
indica que la lectura del planeta en clave migratoria debe revisarse. El
triángulo que dibujan Asia Central (refugiados afganos), Oriente Medio
(refugiados sirios) y África subsahariana (refugiados sursudaneses y de otros
países) exige que también se hable del continente americano: de las 7,8
millones de personas aún desplazadas dentro de Colombia, de los miles de
centroamericanos que huyen hacia Estados Unidos y cuyas solicitudes de asilo
solo son la punta del iceberg. Y, por supuesto, de Venezuela, el movimiento de
población más importante de la región en los últimos años.
Al
cierre de 2018 había 1,3 millones de venezolanos en Colombia, más de 700.000 en
Perú, casi 300.000 en Chile y 263.000 en Ecuador. Pese a todas las diferencias
que los separan, quienes huyen de Venezuela y quienes lo hacen de Honduras o El
Salvador tienen algo en común: sus casos no se están interpretando en el marco
del sistema internacional de asilo. En España, por ejemplo, sus solicitudes de
protección internacional generalmente son rechazadas.
Son
460.000 los venezolanos que han pedido el asilo en todo el mundo (350.000 de
ellos lo hicieron recién el año pasado). Fue la comunidad que más solicitó
protección internacional, por delante de Afganistán, Siria e Irak. Hasta el
momento, solo 21.000 han sido reconocidas como personas refugiadas. En un
escenario con la carga política de Venezuela, se ha hecho evidente la falta de
imaginación para proteger a esta población, con esta u otras figuras legales.
La
agencia de la ONU dice que “varios factores interconectados están provocando
las salidas de Venezuela”, pero admite que “dado el deterioro de las
condiciones políticas y socioeconómicas y de derechos humanos”, los criterios
de protección internacional son aplicables “a la mayoría” de los venezolanos.
Para Acnur, este movimiento de población ha tomado cada vez más las
características de una situación clásica de éxodo de personas refugiadas.
El
continente americano es quizá el máximo exponente de una realidad cada vez más
abrumadora: se necesitan nuevas figuras de protección internacional, nuevas
fórmulas, para asistir a estas poblaciones. Algunas ya existen, como las
llamadas visas humanitarias.
“El
80 por ciento de los conflictos actuales no son armados en el sentido
tradicional, son otras formas de violencia”, dice Blanca Garcés, investigadora
del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob). “Quienes huyen de estos
países no son considerados refugiados bajo la Convención de Ginebra, porque
está pensada para el refugiado de la Segunda Guerra Mundial. Hay un desfase
entre las historias detrás de los que huyen sufriendo por su supervivencia y
aquellos que formalmente son considerados merecedores del estatuto de
refugiado”.
El
debate pendiente exige algo difícil: entender que los movimientos de población
forzosos responden a algo más complejo que las guerras convencionales. Y
entender, quizá, que el amparo de esas personas debe desligarse del furor
ideológico alrededor de crisis bélicas, políticas, económicas e incluso
climáticas cada vez más indistinguibles.
Refugios
urbanos
A
principios de siglo, la mayoría de las personas refugiadas vivían —subsistían—
en campos o en el ámbito rural, algo que las últimas décadas han desmontado:
Acnur estima que el 61 por ciento de ellas vive hoy en entornos urbanos. Muchos
son sirios que viven en megaurbes turcas como Estambul o en ciudades de
Alemania, que tiene una población refugiada urbana de más de un millón de
personas.
Los
agrios debates migratorios que se libran en Europa y en Estados Unidos, los
miedos y la xenofobia que se usan como arma electoral en Occidente, producen un
dato contundente: según Acnur, países como Bangladés, Chad, República
Democrática del Congo, Etiopía, Ruanda, Sudán del Sur, Sudán, Tanzania, Uganda
y Yemen acogen el 33 por ciento de los refugiados de todo el mundo, pese a que
combinados apenas tienen un 1,25 por ciento del PIB mundial.
La
cercanía de estos países con las peores guerras de nuestro tiempo puede
explicar que sean los que acogen a los refugiados en primera instancia (y no
son pocos los países que han intentado desembarazarse de ellos). Pero los
campos de refugiados en Bangladés o Uganda siguen eternizándose. La ONU estima
que 1,4 millones de personas necesitaban ser reasentadas en terceros países el
año pasado, pero solo 81.300 plazas fueron ofrecidas por un total de 29 países.
El
mapa global de las migraciones también se puede leer así: los países ricos solo
acogen a un 16 por ciento de los refugiados.
Las
ciudades, con sus oportunidades económicas y con el riesgo que a veces
representan —redes de explotación y tráfico de personas—, son el nuevo
escenario de las migraciones. La paradoja es que siguen siendo los Estados, con
políticas de externalización de fronteras cada vez más agresivas, quienes
tienen las competencias de asilo.
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