Por Froilán Barrios
La Venezuela del siglo XXI
se ha convertido como jamás en la guillotina del liderazgo político nacional y
regional, tanto del lado oficialista como del sector opositor. Esto
refleja dos aspectos: la madurez de la población en la evaluación de la
clase política y los niveles de la crisis, que son de tal
magnitud que someten diariamente a juicio público a sus dirigentes,
llevándolos al cadalso o a la aprobación de acuerdo con los resultados de su
gestión, de su capacidad de respuesta ante el impasse político, económico,
social y cultural más agudo de nuestra historia, labrada con miseria, sangre,
sudor y lágrimas desde 1999 hasta el presente.
En esta materia nuestro país
había dictado cátedra continental, por contar con dirigentes de prestigio cuya
trayectoria signó nuestros tiempos a lo largo del siglo XX. Básicamente,
dos generaciones de políticos se destacaron, la reconocida camada de jóvenes
del 28 y luego la emergente de 1958, ambas con aciertos y errores signaron
el camino de la democracia y enterraron el militarismo de la tradición andina
en el poder. Lo cierto del caso es que su porte resistió al tiempo y las crisis
políticas, supieron perdurar, aun cuando provenían de diferentes corrientes
ideológicas. La socialdemocracia, el socialcristianismo y el marxismo
aprendieron a convivir y generar continuidad en el poder.
Su gran deuda con la
historia nacional es no haber concretado el país proyectado en el Pacto de
Puntofijo, cuya aplicación contenía sembrar el petróleo, industrializar al
país, fortalecer la democracia y combatir la corrupción, por cierto, una de las
causas que defenestraron al dictador oriundo de Michelena. Estos grandes
objetivos fueron logrados a medias, ello le permitió a ese liderazgo permanecer
en su etapa más larga de 40 años, a tal punto que su primer presidente y el
último mandatario de la dinastía fueron contemporáneos del tropel juvenil que
enfrentó y superó al gomecismo.
Este no es el caso del
liderazgo político de nuestros tiempos, en el contexto del socialismo del siglo
XXI proyectado según su mentor de Sabaneta para 2051 e incluso por
siglos. Su ejecutoria llevó al desastre nacional reconocido por la comunidad
internacional, lo desgastó en poco tiempo, a tal punto que se menciona el
resultado de las elecciones presidenciales de octubre 2012 como fraudulento,
cuando fue impuesto por el inefable CNE de la tendencia irreversible un
Chávez moribundo para darle continuidad a la satrapía procastrista; y con
referencia al periodo del "presidente obrero", su estatura de mando
no es de un líder, es simplemente de una marioneta impuesta por La Habana y las
bayonetas.
Por otra
parte, cuál es el curso opositor en este tema si observamos la
galería surgida desde 1999. Sus rasgos característicos
los definen lo efímero de sus aureolas y lo superficial de sus
programas hacia el nuevo país que se pretende reconstruir. En los diferentes
lances políticos acaecidos a lo largo de estas dos décadas han subestimado a la
casta estalinista gobernante, bien sea por ignorancia, escasa formación
política o por poses capituladoras, creyendo que solo un marketing electoral es
suficiente para desalojarlo del poder, aun cuando su estirpe criminal determina
que no abandonarán el poder por las buenas.
La fragilidad de este
liderazgo ha acumulado numerosas derrotas y desesperanzado a la población,
hasta el surgimiento de Juan Guaidó, quien en 5 meses ya sufre los efectos
en política de la relatividad del tiempo, cuando semanas le pueden parecer años
ante el rigor de los retos frente a la dictadura criminal. Hoy la calidad
de su gestión se pone a prueba una vez más con el caso reciente de
corrupción denominado como el Cucutazo, el cual, caiga quien caiga, debe ser
una lección de ética, fundamental y necesaria para la patria que debemos
reconstruir; si no lo hiciereis, como mienta el juramento, pasará a ser
uno más de la hilera de frustraciones que exaspera al pueblo
venezolano.
19-06-19
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