Laureano Márquez 21 de junio de 2019
Vaya
usted a saber qué misterioso sino se la instalado a esta gente en el alma para
que la ruina del país les genere un pervertido disfrute, una inocultada
satisfacción. Son como la mala mujer de la historia del rey Salomón que
prefería la muerte del niño antes que entregarlo a su verdadera madre. Se les ha
medido en la cabeza que lo que no ha de ser de ellos, no será de nadie, que su
apropiación del país es irreversible, que la soberanía popular les pertenece,
al punto que poco importan ya las convicciones de su dueño originario, ni su
vida, ni su suerte. Prefieren ver a Venezuela borrada del mapa de las naciones,
vuelta desierto y tierra arrasada, antes que propiciar los cambios que la gran
mayoría del país reclama con urgencia y en cuyo reclamo se va, literalmente, la
vida.
Quemar,
destruir, robar, saquear, son las palabras que mejor definen sus acciones. La
creatividad e inteligencia que les falta para el buen gobierno, la tienen con
creces para darle el rienda suelta a las más diversas maneras de convertir en
escombros el destino de millones de seres humanos. No dan puntada sin hilo,
distinguen perfectamente aquello que tiene fuerza de símbolo, de lo que no.
Quemaron
y saquearon la Escuela de estudios políticos de la UCV, nuestra “casa que vence
la sombra”. Pocas veces en nuestra historia, como en estos tiempos, ha estado
tan claro cuál es la sombra a vencer. Cuando don Manuel García-Pelayo funda los
estudios de ciencia política, lo hace con la finalidad de separar los estudios
sobre política del ámbito de lo jurídico, poniendo de manifiesto que hay un
terreno fecundo para el estudio de la política más allá de lo normativo. La
política como actividad propia del ser humano puede ser estudiada con rigor
científico. Era común en nuestra EEPA (Escuela de estudios políticos y
administrativos) la discusión acerca de si nuestros estudios constituían una
ciencia, en el estricto sentido de la palabra. Propiciamos sobre el tema
debates entre los profesores que queríamos y admirábamos y que tenían
posiciones encontradas frente al tema. Viene a la memoria un inolvidable debate
entre los profesores Juan Carlos Rey y Pedro Martínez. La comprensión filosofía
política nos persuadía de que la política, sin el concurso de la ética, sin un
profundo sentido espiritual de compromiso, servicio, justicia, termina
fomentando las peores perversiones. Nos graduamos pensando que el cuadro del
buen y mal gobierno de Lorenzetti en Siena, al que el maestro García-Pelayo
dedica también alguna reflexión, tenía -como sigue teniendo- plena vigencia.
No
es casual pues que se queme la Escuela de estudios políticos y que se saqueen
sus espacios. Es la idea de la política lo que se está incendiando en Venezuela
desde hace tiempo. Los últimos presidentes de la Federación de centros
universitarios han salido de nuestra escuela. Nuestros estudiantes
efectivamente saben ganar elecciones y saben hacerlo con convicciones e ideas.
Eso -es verdad- los hace peligrosos, no solo a ellos, sino al espacio que los
forma.
La
destrucción de la educación, en todos los sentidos, la formal y la cívica es
una de las peores secuelas que dejará este terrible “huracán revolucionario”.
Ya no les basta con ahogar financieramente a las universidades insumisas, es
menester incendiar sus espacios, borrar todo vestigio de vida civilizada.
Pobres
ignorantes, tan estrechos de miras, tan pobres de espíritu que no saben que lo
que queman y destruyen es el futuro de sus propios hijos.
Laureano
Márquez
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