Francisco Fernández-Carvajal 25 de junio de
2019
— Llamada universal a la santidad.
— Filiación divina. Omnia in bonum!
— Apostolado. Trascendencia de nuestra vida.
I. Os
daré pastores conforme a mi corazón, que os apacentarán con ciencia y
experiencia(Antífona de entrada).
El Señor ha querido dar a su Iglesia a San Josemaría
como un buen pastor conforme a su corazón, para recordar a todos
los hombres que somos llamados por Dios a ser santos, a una amistad creciente
con Él. Esta cercanía con el Señor se traduce en un deseo ardiente de acercar a
muchos a Cristo, para que le amen y le sirvan en la entraña misma de la
sociedad. A todos nos pide Dios convertir nuestras ocupaciones ordinarias
en medio y camino que nos lleve a Él: la familia, el trabajo,
la amistad, el deporte, el dolor y la enfermedad, los éxitos y los fracasos...
Del mismo modo, nos pide el Señor a todos señalar el camino de santidad a
otros, con el ejemplo y la palabra. Este fue el mensaje fundamental de este
Santo sacerdote, fundador del Opus Dei.
El que escribe estas líneas pudo oír de sus labios
comentar aquel mandato del Señor: Sed, pues, perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto1.
Nos decía, con una convicción profunda, que Dios nos quería santos no a
pesar del trabajo en medio del mundo, de las dificultades...,
sino a través de esas realidades. Nos inculcaba que para
todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes
planes. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión, raza
o condición social. Todos podemos y debemos ser seguidores de Cristo, con una
llamada personal y única. Dios nos escogió para ser santos y sin mancha
en su presencia2.
Esta doctrina de la llamada universal de todos los
bautizados a la santidad y a la santificación del trabajo profesional en la
vida ordinaria, fue, por inspiración divina, uno de los puntos centrales de su
mensaje espiritual. Volvió a recordar en nuestro tiempo que el cristiano, por
su Bautismo, está llamado a la plenitud de la vida cristiana.
El Concilio Vaticano II declaró para toda la Iglesia
esta «vieja y nueva» doctrina evangélica: «Todos los fieles, cualesquiera que
sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a
la perfección de la santidad, por la que el mismo Padre es perfecto»3.
Todos y cada uno de los fieles. Nosotros y quienes nos rodean.
Llama el Señor a los cristianos que están en medio del
mundo en plena ocupación profesional, para que allí le encuentren, realizando
aquella tarea según el espíritu de Jesucristo; es decir, con perfección humana
y, a la vez, con sentido sobrenatural: ofreciéndola a Dios, viviendo la caridad
con las personas que tratan, con espíritu de servicio..., y así contribuir a la
santificación del mundo.
Hoy podemos preguntarnos en nuestra oración ante el
Señor si le damos gracias con frecuencia por esta llamada a seguirle de cerca,
si estamos correspondiendo a las gracias recibidas mediante una lucha ascética
clara y vibrante por adquirir las virtudes, si estamos vigilantes para rechazar
todo aburguesamiento, que enflaquece los deseos de santidad y deja el alma
sumida en la mediocridad espiritual y en la tibieza. No basta con querer
ser buenos; el Señor nos pide que nos esforcemos decididamente
por ser santos. Hoy puede ser un buen día para recomenzar en nuestro camino
hacia el Señor.
II. Sabemos
que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios4,
leemos en la segunda lectura de su Misa.
El sentido de la filiación divina nos ayuda a
descubrir que todos los acontecimientos de nuestra vida son dirigidos, o
permitidos para nuestro bien, para nuestra santidad, por la amabilísima
Voluntad de Dios. Él, que es nuestro Padre, nos concede lo que más nos conviene
y espera que sepamos ver su amor paternal tanto en los acontecimientos
favorables como en los adversos. Este espíritu de confianza en Dios, de
filiación, estuvo siempre en el núcleo de las enseñanzas de San Josemaría, «el
santo de lo normal», como lo calificó Juan Pablo II.
El que ama a Dios con obras sabe que, pase lo que
pase, todo será para bien, si no busca más que la gloria de Dios. Y,
precisamente porque ama, pone los medios para que el resultado sea bueno. Y,
después, se abandona en Dios y descansa en su providencia amorosa. Ante los
acontecimientos en los que nada podemos hacer, diremos en la intimidad de
nuestro corazón: Omnia in bonum, todo es para bien. Era esta una
jaculatoria que San Josemaría empleó en muchas ocasiones: resuena aún en mis
oídos. Expresaba su confianza en Dios Padre, fundamento de su vida y de sus
enseñanzas.
Con esta convicción, también nosotros viviremos con
optimismo y esperanza y superaremos así muchas dificultades en nuestro camino
de santidad: «Parece que el mundo se te viene encima. A tu alrededor no se
vislumbra una salida. Imposible, esta vez, superar las dificultades.
»Pero, ¿me has vuelto a olvidar que Dios es tu Padre?:
omnipotente, infinitamente sabio, misericordioso. Él no puede enviarte nada
malo. Eso que te preocupa, te conviene, aunque los ojos tuyos de carne estén
ahora ciegos.
»Omnia in bonum! ¡Señor,
que otra vez y siempre se cumpla tu sapientísima Voluntad!»5.
Omnia in bonum! ¡Todo
es para bien! Todo lo podemos convertir en algo agradable a Dios, y en bien del
alma. Esta expresión, que resume la de San Pablo, puede servirnos para
repetirla a modo de jaculatoria, como una pequeña oración, que nos dará paz en
momentos difíciles.
III. El
Evangelio de la Misa6 nos
muestra a Jesús junto al lago de Genesaret con una gran muchedumbre que deseaba
oír la Palabra de Dios. Pedro y sus compañeros de trabajo lavaban las redes
después de bregar una noche sin pescar nada. Y Jesús, que quiere meterse
hondamente en el alma de Simón, le pidió la barca y le rogó que la apartase un
poco de tierra.
Cuando terminó de hablar, Jesús dijo a Simón: Guía
mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Quizá han terminado de
limpiar las redes de las algas y del fango del lago. Todo invita a la excusa:
el cansancio, las redes lavadas y preparadas para la noche siguiente, la
inoportunidad de la hora... Pero la mirada de Jesús, el modo imperativo y a la
vez amable de dar la orden, el supremo atractivo que Cristo ejerce sobre las
almas nobles... llevaron a Pedro a embarcarse de nuevo. El único motivo de
echarse al agua con las barcas es Jesús: Maestro –le dice
Pedro–, hemos estado fatigándonos durante toda la noche y nada hemos
pescado; pero no obstante, sobre tu palabra echaré las redes. In
verbo autem tuo..., sobre tu palabra. Esta es la gran razón de los santos,
la que movió a San Josemaría en todos los momentos de su vida. In verbo
autem tuo... En tu palabra; porque Tú lo quieres, porque esa es Tu
voluntad...
Si en alguna ocasión aparece esa fatiga peculiar que
origina el no ver frutos en la vida interior personal o en el apostolado, en la
familia, cuando encontramos motivos humanos para abandonar la tarea, debemos
oír la voz de Jesús que nos dice: Duc in altum, guía mar adentro,
deja la orilla, recomienza de nuevo, vuelve a empezar... en mi Nombre.
¡Cuántas veces nos dijo San Josemaría que en la vida
interior, en el apostolado habíamos de estar siempre recomenzando! El secreto
de la victoria definitiva está en saber «volver a empezar», en intentarlo una
vez más con la ayuda de la gracia, acudiendo con más confianza a la intercesión
de la Virgen, que es garantía de que todo saldrá adelante.
Pedro se adentró en el lago con Jesús en su barca y
pronto se dio cuenta de que las redes se llenaban de peces; tantos, que parecía
que se iban a romper. Entonces hicieron señas a los compañeros que
estaban en la otra barca para que vinieran y les ayudasen. Vinieron y llenaron
las dos barcas de modo que casi se hundían. Dios premia siempre, con frutos
incontables, el deseo de hacer su voluntad.
Así ha sucedido con el Opus Dei, que San Josemaría
fundó por inspiración divina7 el
2 de octubre de 1928. Su fe operativa consiguió, con la ayuda del Señor, que se
removiesen los obstáculos que se levantaban. Será también nuestra fe y el deseo
de hacer la voluntad de Dios, con la ayuda de la gracia y la intercesión de la
Virgen, la que vencerá los obstáculos que podamos encontrar en nuestra vida, en
el apostolado, en el ambiente...También nosotros podremos decir: Omnia
possum in eo qui me confortat!8,
¡todo lo puedo en Aquel que me conforta! Y «para cumplir una misión tan
comprometedora, es necesario un incesante crecimiento interior, alimentado por
la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, a la que
consideraba como una extraordinaria «arma» para redimir el mundo (...). Este es
el fondo, el secreto de la santidad y del auténtico éxito de los santos»9.
Después de aquel milagro, Jesús dijo a Simón: No
temas: desde ahora serán hombres los que has de pescar. Pedro y quienes le
habían acompañado en la pesca, sacando las barcas a tierra, dejadas
todas las cosas, le siguieron.
Jesús comenzó pidiendo a Pedro una barca y se quedó
con su vida. Algo parecido a lo que hizo con nosotros. El Apóstol dejaría tras
de sí una huella imborrable en tantas almas que Cristo mismo puso a su alcance.
Comenzó correspondiendo en lo pequeño y el Señor le manifestó los grandes
planes que para él, pobre pescador de Galilea, tenía desde la eternidad. Nunca
pudo sospechar la trascendencia y el valor de su vida. Miles y miles de
personas encendieron su fe en la de aquellos que siguieron a Jesús, y muy
particularmente en la de Pedro, que sería la roca, el cimiento
inconmovible de la Iglesia.
La correspondencia fiel de San Josemaría, tuvo unas
consecuencias insospechadas en pocos años: gracias a su oración y
mortificación, y al influjo espiritual, miles de personas de los cinco
continentes de toda condición social han dedicado su vida, en las
circunstancias ordinarias, a seguir de cerca al Señor al servicio de la Iglesia
y de todas las almas. La Prelatura del Opus Dei es como un río de paz para
tantas personas en medio del mundo, en la entraña misma de la sociedad.
Tampoco nosotros podemos sospechar las consecuencias
de nuestro seguimiento fiel a Cristo. Cada vez nos pide más correspondencia a
lo que, de modo diferente, nos va manifestando. Si somos fieles, un día nos
hará contemplar el Señor la trascendencia de nuestro seguirle con obras:
«Eres, entre los tuyos –alma de apóstol–, la piedra
caída en el lago. -Produce, con tu ejemplo y tu palabra un primer círculo... y
este, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho.
»¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?»10.
No pongamos límites al Señor, como no los puso Pedro,
ni los santos, ni tampoco San Josemaría, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy.
Nuestra Madre Santa María, Stella maris, Estrella
del mar, nos enseñará a ser generosos con el Señor cuando nos pida prestada
una barca y cuando quiera que le demos la vida entera. Ninguna condición hemos
puesto para seguirle.
1 Mt 5,
48. —
2 Ef 1,
4. —
3 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 11. —
4 2ª
lectura de la Misa. Rom 8, 28. —
5 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, IX, n. 4. —
6 Lc 5,
1-11. —
7 Cfr. Juan
Pablo II, Const. Apost. Ut sit, 28-XI-1982, Proemio.
—
8 Flp 4,
13. —
9 Juan
Pablo II. Homilía en la Misa de la canonización de San
Josemaría. Roma 6-X-2002. —
10 Camino,
n. 831.
*Nació en Barbastro (España) el
9-I-1902 y murió en Roma, en olor de santidad, el 26-VI-1975. Ordenado
sacerdote el 28-III-1925, comenzó su labor pastoral en parroquias rurales,
continuando después en las barriadas pobres y hospitales de Madrid, entre estudiantes
universitarios y personas de toda clase y condición. El 2-X-1928, Dios le hizo
ver un camino de santidad para cristianos corrientes que viven en medio del
mundo, al que llamó más tarde Opus Dei. Contó desde el principio con la
aprobación de la autoridad diocesana, y, desde 1943, también con la aprobación
de la Santa Sede. A partir de 1928, la vida de San Josemaría Escrivá coincide
con la historia y el desarrollo del Opus Dei. El camino jurídico de esta
institución llegó al término deseado por su Fundador solo después de su muerte,
el 28-XI-1982, cuando Su Santidad Juan Pablo II lo erigió en Prelatura
personal.
*Entre sus escritos de
espiritualidad publicados se cuentan: Camino, Santo Rosario, Es
Cristo que pasa, Amigos de Dios, Vía Crucis, Surco, Forja. Han
sido traducidos a numerosos idiomas, y frecuentemente citados en estos
volúmenes de Hablar con Dios.
*Fue beatificado en Roma por Juan
Pablo II el 17 de mayo de 1992, y canonizado también en Roma el 6 de octubre de
2002, ante una multitud de personas que llenaba la plaza de San Pedro y sus
alrededores.
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