Por Gregorio Salazar
Fue un 17 de diciembre de
uno de los primeros años de la efervescencia demagógica del chavismo cuando el
caudillo convocó a su hueste a la avenida Libertador para hacerlos jurar por el
revoltillo ideológico que desde la campaña electoral les venía inculcando. Que
la fecha fuera un aniversario de la muerte de Bolívar era parte de la
pretendida solemnidad con la que siempre, ultrajando la memoria del héroe,
quiso revestir cada uno de sus desmanes.
Los hacía jurar que
derrotarían a los enemigos de la patria para liberarla de las garras del
imperio y la burguesía y la engrandecerían como nunca antes, pero el objetivo
más claro era ponerles a sus fanatizados seguidores el grillete de la fidelidad
con él y con el proceso revolucionario que a la postre destruiría a uno de los
países latinoamericanos con mejores potencialidades para el desarrollo en
democracia.
Esa noche, porque la
oscurana resulta buen cómplice para atizar los instintos de la masa, se explayó
en sus ataques a los medios, los dueños de los medios, la labor
contrarrevolucionaria de los medios. Era, más allá de la búsqueda sincera de
cualquier rectificación a la que hubiera lugar, una política de desfiguración
deliberada. Se trataba de lanzar un manto de incredulidad sobre todo el que
tuviera poder de influenciar sobre la opinión pública, mucho más si podía
ofrecer un registro de la realidad distinto a la visión heroica y paradisíaca
que él podía ofrecer de su acción y de su obra.
En un momento, en pleno
delirio del populacho que se solazaba en esos desbordes de odio, el comandante
se preguntó: “¿Y los periodistas?”. Y él mismo se dio la respuesta: “¡Los
periodistas no son inocentes! ¡Aquí el único inocente es el Niño Jesús! ¡El
pueblo se va a poner más duro y el gobierno se va a poner más duro”!
Era, más que un pronóstico,
una orden de inmediato cumplimiento y no de otra forma fue interpretada por la
muchedumbre que se abalanzó contra los andamios donde habían sido colocadas
plataformas para el trabajo de los reporteros gráficos. Esas estructuras
metálicas fueron sacudidas, estremecidas, hasta poner en fuga a los
trabajadores de la prensa.
Pero han sido miles y
ejecutados por las más diversas vías los episodios de agresiones contra medios
y periodistas. Son veinte años de asedio, de cerco, que se ha ido estrechando a
medida que se fue acentuando la intolerancia y agravando la represión por la
acción informativa más simple, que puede ser la sola presencia de un periodista
o un camarógrafo en un lugar donde un grupo ciudadanos proteste por cualquiera
de las calamidades en las que los han sumido un régimen ideológicamente
enloquecido, inepto y encima de eso desalmado. La compasión no está en el
ADN de aquella revolución que en sus inicios proclamaban como epítome del
humanismo.
El panorama mediático
venezolano no guarda parecido con la nutrida red de medios independientes que
operaba en el país a la llegada de Chávez al poder. De más de 90 medios
impresos restará una veintena y eso no es achacable en este caso al avance de
las plataformas digitales. Decenas de radioemisoras, incluyendo a varias de las
más importantes, han sido cerradas con expedientes verdaderamente arbitrarios.
Y en lo televisivo, el cierre de RCTV, recorre toda una gama del abuso del
poder.
Como contrapartida, hubo una
explosión de medios públicos que repiten hasta la náusea el mismo discurso disociado
de los jerarcas del chavismo. En ellos no tienen cabida el pluralismo ni la
diversidad. Son pagados con el dinero de todos los venezolanos pero
usufructuados únicamente por el partido de gobierno. En paralelo reina la
autocensura o la censura expresa, como se ha hecho con el retiro de varios
medios de las parrillas de la televisión por cable. Si no fuera por los
portales de noticias y las redes digitales los venezolanos sólo percibirían la
realidad a través del orificio que constituyen los medios controlados por el
chavismo desde el Estado o por sus intermediarios.
En medio de esta política de
tierra arrasada los periodistas venezolanos han resistido cumpliendo noblemente
el deber supremo que les impone la profesión: la búsqueda de la verdad a toda
costa. En veinte años se fueron viejas generaciones y llegaron otras que
siguieron adelante a pesar de la especie de apartheid en el que los quieren
mantener y a pesar de la brutal política que en la calle se traduce en insultos
y descalificaciones, golpes, juicios amañados, retenciones o detenciones, el
robo o la destrucción de sus equipos y las condiciones económicas miserables de
trabajo en que laboran ellos igual que el resto de los venezolanos.
Este 27 de junio se
conmemora el Día Nacional del Periodista y la ocasión es más que propicia para
decirles nuevamente a todos quienes aquí ¡Gracias, mil gracias! ¡Sigan
adelante! ¡Venezuela está con ustedes!
23-06-19
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