Por Antonio Pérez Esclarín
Hoy más que nunca, y
precisamente porque a millones de venezolanos se nos niega la posibilidad de
una vida digna; la esperanza y el compromiso son cada vez más necesarios y
urgentes.
El Derecho a soñar no
aparece en la Declaración de los Derechos Humanos, pero sin este derecho y sin
el agua que da de beber a los otros, todos los demás derechos se morirían de
sed. Soñemos que es posible una Venezuela reconciliada y próspera, sin represión
y sin miseria, con un gobierno democrático elegido mediante elecciones justas y
transparentes, que cumpla y haga cumplir la constitución y las leyes; y
convirtamos el sueño en compromiso, en proyecto de vida, al que dediquemos
nuestros esfuerzos y luchas. Por ello, “disoñemos” una nueva Venezuela, es
decir, soñémosla y diseñémosla al mismo tiempo, en una única acción. El sueño,
sin proyecto, sin acción comprometida, es pura ilusión. Pero el proyecto sin
sueño, sin pasión, sin capacidad de emocionar, no moviliza. En palabras de
Paulo Freire, “Si realmente logramos creer en lo imposible, si logramos
multiplicar personas que crean en lo imposible, lo imposible de ayer y de hoy
será la realidad de mañana, la realidad de los sueños realizados”.
Aceptar el sueño de una
nueva Venezuela y adherirse a él, es participar en el proceso de su creación.
Perder la capacidad de soñar y de sorprenderse es perder el derecho a actuar
como ciudadanos, como autores y actores de los cambios necesarios en el ámbito
político, económico, social y cultural. Por eso, los ciudadanos genuinos
defendemos con tesón y con pasión el valor de la esperanza, que se arraiga en
la fe en el hombre y en la mujer como sujetos de la historia y no renunciamos a
soñar y a trabajar por un país en el que, como decía Paulo Freire, “la paz se
asiente sobre la justicia, un país en el que nadie domine a nadie, nadie robe a
nadie, nadie discrimine a nadie, sin ser castigado legalmente. Un país
profundamente democrático que garantice los derechos de todos y celebre la
diversidad como riqueza. Un país en el que el poder y la política se asienten
sobre la ética, pues su tarea es garantizar las libertades, los derechos y los
deberes, la justicia y la equidad”.
Por ello, frente al
“Pienso, luego existo” de Descartes y el “Conquisto, luego soy” de Hernán
Cortés, que expresan la dinámica de la modernidad; o el “Compro, luego existo”,
“Consumo, luego soy”, fundamentos de la postmodernidad, levantamos un valiente
“Sueño y me comprometo, luego soy” de la esperanza activa. Ser humano significa
tener esperanza, que es el nervio de la felicidad.
La esperanza, como
expresaba Ernst Bloch impide la angustia y el desaliento, pone alas a la
voluntad. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de vivir
y luchar. Pero necesitamos educar la esperanza para superar la ingenuidad y
evitar que resbale en la desesperanza y la desesperación. Esperanza que implica
la creatividad para inventar nuevas propuestas y caminos, para superar el
acomodo y la mediocridad, para no esperar que otros nos resuelvan los
problemas. Esperanza tenaz, que no se rinde, y cultiva el esfuerzo, la
osadía, la innovación. Esperanza que se alimenta de los pequeños logros
alcanzados, pero que implica seguir trabajando con coraje y con paciencia, compartiendo
los sufrimientos y luchas del pueblo. Anatole France decía que “Nunca se da
tanto como cuando se da esperanza”, y no hay peor ladrón que el que roba los
sueños.
Fuente: www.antonioperezesclarin.com
04-10-20
http://revistasic.gumilla.org/2020/disonar-una-nueva-venezuela/
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