Héctor Villa León 04 de octubre de 2020
@heccctorv
Más
de 39 mil migrantes venezolanos llegaron a Perú en diciembre de 2017. Nathali
Carballo forma parte de esta cifra.
La sugerencia de su esposo se convirtió en una
decisión familiar. La más difícil que había tomado. «Mira… Y si no, mejor este
tú la que se va a Perú». Nathali Carballo, madre de cuatro hijos, iniciaría
tres meses después la travesía por tierra de 1.970 kilómetros para llegar a
Lima desde Maracay, con la consigna de buscar una mejor vida para su familia.
Una tarde de octubre de 2017, su esposo le planteó la
idea de que ella fuese la que abriera el camino. Él no tenía pasaporte. Ella
sí. Así se fue gestando el plan de migrar.
Nathali Carballo, oriunda del estado Sucre y de 34
años, es madre de tres niñas: Valerie, de 13; Isabella, de 8; Renata, de
3; y de un hijo, Alejandro Enrique, de 1. Trabajaba como analista en finanzas
en la Fundación de los Abuelos del estado Miranda (Funbisian).
Durante unas vacaciones que tomó en agosto del año
2014 viajó al estado Sucre a visitar a su mamá que se encontraba enferma. “El
viaje era por mi mamá, no esperaba conocer a alguien, menos enamorarme. Yo
tenía 6 años sola”, dice.
En Sucre conoció a Reneldo, o René como le dice
para abreviar. Pero tuvo que volver a Caracas a su trabajo. El hombre fue
persistente y la conquistó cuando viajó desde Sucre hasta la capital
del país para volver a verla.
Cuenta Nathali que de Caracas se mudaron al estado
Sucre, a Pericantar. Ahí estuvieron un año hasta que se mudaron a Maracay.
Para el 2017, Nathali y su esposo estaban pasando una
difícil situación. “Caímos vertiginosamente. El dinero que entraba no
alcanzaba. Además tenía a Renata de cinco meses de nacida. No teníamos cómo
cubrir las necesidades de nuestros hijos”. Nathali recuerda que comenzó a
padecer depresión. “Como madre estaba afectada y mi esposo lo vio, se dio
cuenta. Comenzamos a ver a varios youtubers que se habían ido
a Perú y contaban cómo era migrar. Eso nos llamó la atención y pensamos que
podría ser una opción”.
El inicio de toda una travesía
Su hija Renata, que ahora tiene tres años, nació con
una condición médica llamada pie equinovaro congénito, y aunque había sido
atendida desde los cinco días de su nacimiento, requería más tratamiento. Allí
encontraron una razón más de peso para su viaje.
Pero se enfrentaron a varios problemas. “No
teníamos dinero. Pensamos que lo normal era que saliera él, que encontrara
trabajo y enviara el dinero para luego yo irme con los niños, pero él no tenía
pasaporte. Y sacarlo, ya
para entonces, era bien difícil. Yo era la única que lo tenía. ¿Qué
hacíamos? Era difícil decidir”, recuerda Nathali. Tres años después, con
un bebé que nació en Perú y su familia reunida, todavía siente nostalgia por la
decisión: dejó a sus hijas y a Reneldo en Venezuela para iniciar la búsqueda de
mejores oportunidades.
El primer plan era conseguir el dinero. René tiene
unos primos que viven en España y Estados Unidos, a ellos acudieron. “Nos
ayudaron con algo más de 150 dólares. Un día nos dijeron que ya estaban
depositados en las agencias de Western Union en Cúcuta, por lo que tuvimos que
correr”, dice Nathali.
Ella salió solamente con un bolso, como de mochilero.
Metió lo que tenía a la mano. Salió hasta Caña de Azúcar, un sector aledaño a
El Limón, en Maracay. Allí buscó un dinero en efectivo, que para ese momento
escaseaba en Venezuela, pero que consiguió con el hijo de una amiga, aunque en
la frontera lo pudo cambiar por apenas cinco mil pesos colombianos que le
sirvieron de pasaje.
De ahí se fue hasta el Terminal Central de Maracay
para luego ir Valencia a tomar el bus que la llevaría hasta San Cristóbal,
ciudad fronteriza con Colombia.
“Debía estar a las 3:00 p.m. en el terminal de
Valencia, llegué a las 3:30 p.m. Pensé que el autobús me había dejado. Alquilé
un celular, porque me fui sin teléfono. Mi esposo llamó a la persona que me
consiguió el pasaje y le dijo que no me preocupara, porque el autobús todavía
no había salido. El viaje comenzó a las 5:00 p.m. aproximadamente”, dijo
Nathali.
A ella, haber salido de la manera como lo hizo,
todavía le ocasiona nostalgia. “Cuando me subí al autobús, no paré de llorar.
Había dejado mi vida, a mi esposo, a mis hijas. Pero también me llené de
fuerzas. Quería lo mejor para ellos”.
Nathali llegó a San Cristóbal y tomó un taxi que la
llevó hasta Cúcuta, ciudad de Colombia. Llegó sin conocer nada sobre lo que se
podría encontrar adelante.
Esta experiencia que vivió Nathali, este viaje en
solitario y desprotegida, es algo que está reflejado en el Análisis
Rápido de Género sobre la Crisis de Refugiados y Migrantes en Colombia,
Ecuador, Perú y Venezuela realizado por CARE con apoyo del Centro de
Justicia y Paz (Cepaz). En esta investigación se puede leer un análisis de los
riesgos que corren los venezolanos y cómo aumentan significativamente una vez
que comienzan su viaje migratorio.
“Yo tenía miedo de preguntar. Hay gente que puede
hacer daño”, dice. Pero se atrevió. En un puesto donde se comió una empanada,
se encontraban dos muchachos a quienes les preguntó sobre lo que había que
hacer. “Ellos me indicaron que tenía que ir al punto fronterizo y sellar el
pasaporte para cruzar hacia Colombia. Fueron muy amables”.
Cuando logró sellar su salida de Venezuela lo supo:
“Ya no había vuelta atrás”. Desde entonces, Nathali se aferró a sus creencias:
“Dios me abría las puertas por donde iba”.
Relató cómo, al cruzar por el Puente Internacional
Simón Bolívar, los funcionarios revisaban las maletas de los migrantes. Sin
embargo, ella logró pasar como si fuera invisible.
El trayecto que duró cinco días
El primer paso era retirar el dinero que le habían enviado
los primos de René al Western Union en Cúcuta. Pero para hacerlo debía tener el
pasaporte con el sello de entrada a Colombia y un pasaje de salida o la tarjeta
fronteriza. Nathali no los tenía. “Me dijeron que un señor de un cyber cercano
sacaba la tarjeta fronteriza, porque no podría comprar un pasaje ya que no
tenía dinero. Así que marqué la cola con una señora, me fui
corriendo al cyber y tuve que dejar mi maleta como aval de que regresaría con
el dinero para pagar la impresión de la tarjeta”. A las 6:00 p.m., finalmente,
Nathali pudo obtener alrededor de 500 mil pesos (los $150 que le habían
enviado), y con eso pagó al señor del cyber los 10 mil de la tarjeta (casi tres
dólares) y corrió al terminal para comprar el pasaje hasta Bogotá y luego sellar
su pasaporte para seguir su camino.
El viaje fue sencillo en un primer tramo. Nathali
llegó a Bogotá, pudo realizar una llamada internacional, comunicarse con René y
decirle que todo iba bien. Sintió nostalgia, no solo en su voz, sino en la de
su esposo. Pero otra vez se armó de valor. Al colgar el teléfono fue a comprar
el otro boleto, pero que en esta ocasión la llevaría al Puente Internacional de
Rumichaca, que conecta a Ecuador con Colombia. “En este viaje me encontré con
personas que me ayudaron. Unos colombianos con quienes llegué hasta Lima y me
daban de lo que compraban: almuerzos o galletas, y también con otro muchacho
que se quedó en Pastos, en Colombia, que me prestó el teléfono para comunicarme
con mi esposo por el chat de messenger de Facebook”.
Sin embargo, cuando llegó a Ecuador, no le quisieron
sellar el pasaporte porque estaba en el límite de los seis meses previos al
vencimiento. Tuvo que optar por la Carta Andina, que le permitió continuar con
su viaje.
Para este punto ya Nathali, como cuenta, estaba corta
de dinero. Entonces apareció Gabriela Cos. Se trataba también de una
prima de René; ella le envió otros 60 dólares para que pudiera seguir su viaje.
Nathali retiró el dinero que le enviaron y compró el
pasaje que la llevaría a Perú. Antes de salir, pudo comprar un plato de comida
que le costó aproximadamente tres dólares. “Era arroz, una chuleta frita y
ensalada. Después de tanto tiempo, era la primera vez que tenía una comida
caliente desde mi salida de Cúcuta”, cuenta. Esta comida completa le permitió
seguir con su trayecto.
Cruzar Ecuador le llevó aproximadamente un día. Cuando
llegó a Tumbes, ciudad fronteriza al norte de Perú, resultó que no había
transporte. Nathali realizó el viaje en lo que ella llamó “una fecha muy mala,
¡pleno diciembre!”. Como pudo, compró un boleto en una línea de transporte que
le cobró 80 soles (aproximadamente 25 dólares). “Para mí era algo costoso, pero
lo hice”. Así, finalmente, partió desde Aguas Verdes hasta Piura, en un viaje
de cinco horas. Ahí compró el último pasaje que la llevaría hasta Lima.
Después de casi 5 días de haber salido de su ciudad,
Maracay, cruzado tres fronteras, comprar pasajes de manera rápida y salir casi
de inmediato de un país a otro, ya estaba cerca de su destino.
“Yo salí con una expectativa… Me vine con la esperanza
de que mis hijas estuvieran mejor. Estaban muy delgadas por la falta de
proteína y eso me desgastaba. Me dije: mis hijas van a tener sus tres comidas
diarias, sus meriendas, las voy a llevar a todos lados. Ese era el propósito
que tenía en mente”.
El 26 de diciembre de 2017, a las 2:00 p.m., Nathali
Carballo arribó al Terminal Terrestre de Plaza Norte, ubicado en la ciudad de
Lima, capital de Perú. Fue recibida por Jhonny González, un amigo que tiene 5
años en el país y con quien compartió en el que fue su último trabajo en
Venezuela, la Fundación de los Abuelos del estado Miranda (Funbisian).
Ese día, Nathali se convirtió en una de las 39.549 venezolanas y venezolanos que ingresaron a Perú
en diciembre de 2017.
Al pisar la avenida Tomás Valle, Nathali había
cumplido una parte de su cometido. Con su bolso en la espalda, unas pocas
pertenencias, 20 soles en su bolsillo y el cansancio a cuestas, se preparó para
ir al lugar donde descansaría. ¿Lo siguiente? Reunir fuerzas para buscar
trabajo, ahorrar pronto el dinero y traer a su familia para estar juntos. Sin
embargo, Perú tampoco sería un destino para arraigarse. Tres años después,
Reneldo y Nathali tendrían otra conversación decisiva, una que los llevaría
replantearse su permanencia en tierras incas para honrar la consigna inicial: darle
lo mejor a la familia.
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