Ricardo Lagos 01 de
marzo de 2015
Algo
no está bien cuando se observa la reacción de la comunidad latinoamericana
frente a lo que ocurre en Venezuela. Parece como si todos prefirieran mirar
hacia el lado sin afrontar un desafío real: hemos reaccionado con tibieza.
Decir que lo de Venezuela es un tema de venezolanos y ellos deben encontrar su
camino es una falacia. Desde hace tres décadas, los conceptos de coordinación y
cooperación política son parte viva de nuestra historia y los ejemplos que
demuestran su vigencia son múltiples. Allí están los foros e instituciones que
hemos creado, como CELAC, UNASUR, y el propio MERCOSUR. En todos ellos el
tratamiento de la crisis de Venezuela se torna legítimo para los demás países
del continente.
Por
cierto, lo de Venezuela es un tema que reclama soluciones políticas. Soluciones
realistas, pragmáticas y abiertas a superar el momento de crisis, donde tanto
los partidarios del gobierno como de la oposición perciban que el escenario
nacional les pertenece, que ese país es de todos.
En
los setenta y buena parte de los ochenta, cuando las dictaduras campeaban en
América Latina, Venezuela fue una isla de la democracia, un oasis porque allí
el sistema democrático funcionaba, ese sistema creado tras la caída del general
Marcos Pérez Jiménez en 1958. Pero progresivamente se perdió el rumbo, los
partidos políticos vieron disminuida su legitimidad, parecía no importar quién
gobernara porque las políticas seguían siendo las mismas y la corrupción
emergía erosionando las instituciones. La riqueza del petróleo no fue parte de
un gran proyecto de desarrollo, donde todos los sectores encontraran su
oportunidad. A mediados de la segunda administración de Carlos Andrés Pérez
hubo un intento de golpe de Estado encabezado por un coronel llamado Hugo
Chávez. Tras cumplir su pena en prisión, Chávez entró a la arena política y
llegó al poder democráticamente.
Chávez
se convirtió en el líder carismático que el pueblo esperaba. El surgimiento de
la República Bolivariana fue la respuesta a la búsqueda de un nuevo tipo de
política que dejara atrás el fracaso de una elite dirigente. Cualquiera sea la
opinión que se tenga sobre la experiencia del “Socialismo del siglo 21”
impulsada el Comandante Chávez, cabe reconocer que se propuso avanzar hacia la
solución de muchos temas y demandas vivas en la sociedad venezolana. Estaban
los recursos del petróleo, y con pródigos recursos Chávez proyectó su propuesta
por el continente.
Pero
hubo una cierta miopía estratégica al no ver que esa condición favorable del
petróleo podía cambiar. Y eso ahora lo sabe muy bien el Presidente Maduro. El
fue elegido democráticamente y aunque el margen fue estrecho, su opositor
reconoció el triunfo. Sin embargo, una cosa es ganar una elección y otra ganar
el reconocimiento de la ciudadanía por saber dar gobernabilidad al país.
Hoy
tenemos una situación compleja y difícil ante nosotros. Hace más de un año que
el dirigente Leopoldo López está en la cárcel y hasta ahora no hay pruebas
contundentes presentadas en su contra. El 22 de enero pasado, en una sesión del
juicio celebrada a puertas cerradas, pero grabada clandestinamente por el
diario El Nacional, López reclamó que, sin un juicio justo donde presente sus
descargos, el régimen lo condena día a día por televisión. Expertos de dentro y
fuera de Venezuela señalan que allí no se ha dado el “debido proceso”. La
semana pasada el alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, un social demócrata a
carta cabal, líder político respetado por todos, ha terminado también en la
cárcel. Su detención por las fuerzas de inteligencia al servicio del gobierno
se hizo con una violencia innecesaria acusándolo de incitar al golpe. Lo que
sabemos es que firmó una convocatoria al diálogo político cara a cara con el
gobierno y muchos otros dirigentes, incluidos los del social cristiano COPEI, que
también lo suscribió con posterioridad, como señal de solidaridad y protesta
por la detención de Antonio Ledezma.
Mientras,
la crisis económica es fuerte. La inflación llega al 64%; el desabastecimiento
es enorme. Un estudio de tres universidades venezolanas encontró que 1,7
millones de hogares están en condición de pobreza extrema. Todo esto conduce a
que la gobernabilidad del país se pone en cuestión y frente a ello, la
comunidad internacional y en particular nosotros latinoamericanos, debemos asumir
que nos corresponde ser parte de la solución del problema. No se trata de
intervenir en asuntos de otro país, pero hay momentos en que la responsabilidad
de proteger, reconocida por Naciones Unidas, obliga a la comunidad
internacional a actuar y proponer salidas cuando un pueblo está viviendo bajo
condiciones extremas.
Nuestra
deuda de gratitud con Venezuela por lo que ella representó en un momento de
oscuridad en todos nuestros países. Con esa misma gratitud expliquemos y
digamos con claridad que el problema de Venezuela es político. Hace un año,
cuando la crisis llenaba de protestas las calles, Chile, desde el nuevo
gobierno, impulsó una reunión de Cancilleres de UNASUR la cual decidió enviar
una misión para promover el diálogo político entre gobierno y oposición.
Aquello, no tuvo el seguimiento necesario, pero ahora las urgencias son mayores
y por ello es clave la misión de los cancilleres de Ecuador, Colombia y Brasil,
tras lo cual es fundamental un encuentro de todos los cancilleres del
continente, para definir una “hoja de ruta” clara y precisa para el devenir
político de Venezuela.
América
Latina debe dar señales de madurez, demostrar su capacidad de ayudar a uno de
los nuestros cuando se encuentra en dificultades mayores. Hoy nos duele lo que
ocurre en Venezuela, pero debemos ir más allá: asumir con responsabilidad lo
que nos cabe hacer como región. En política el vacío no existe. Si no hacemos
la tarea, otros podrían aparecer para actuar ante la crisis.
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