Por Luis García Mora 12 de abril, 2015
Estados Unidos y Cuba se acaban de
abrazar en Panamá. Y Venezuela ha quedado colgada y por fuera, como la
guayabera, junto con su profunda y severa crisis de subsistencia.
El Gobierno se ha desentendido olímpicamente
del desastre y de sus dimensiones. Sin importarle la situación de emergencia se
ha lanzado a politiquear con ella cuando se prevén en el horizonte necesidades
masivas de ayuda humanitaria, como si nos halláramos en una guerra o una
catástrofe.
Jamás el país había vivido en semejante
orfandad.
Jamás habíamos estado ante una
irresponsabilidad tan monumental.
Jamás.
Maduro se confunde con Castro de una
manera tan espeluznante y confusa que solo atisba a decir que ahora Venezuela
“está lista” para una “nueva era” de relaciones con Estados Unidos, como si de
ello dependiera la solución a lo que nos ocurre.
Tal es el alcance de la esquizofrenia
chavista.
Durante un fin de semana pusimos toda
nuestra atención en Panamá y en la recolección de firmas, como si de aquellos
olvidados shows de Sábado Sensacional se tratase.
La llamada de Obama a Castro del pasado
miércoles, antes de abandonar Washington con destino a Jamaica y Panamá, fue la
segunda conversación de mandatarios de los dos países en más de cincuenta años.
Y la conversación entre cancilleres, la de Kerry con Rodríguez, fue la de más
alto nivel desde aquella de 1958, en los estertores del régimen de Fulgencio
Batista, meses antes de que aquel vicepresidente Richard Nixon se viera con
Fidel.
El mapa se ha movido en Latinoamérica, y
el acercamiento ha situado al gobierno venezolano en un escenario de mayor
debilidad, con un entorno de presión generalizada, como para que esta especie
de comodín que se llama Nicolás Maduro hablara (¡como si él fuera Raúl!) de una
“nueva era de relaciones” con Washington, antes de regresarse a Caracas.
“Sorprendente giro”, dicen todos, sin
que se soslayen en ningún momento las intensas llamadas efectuadas por diversos
países, entre ellos Brasil, invocando la calma a un Maduro sacudido por sus
circunstancias, para evitar que volviera a cometer otras de sus legendarias
metidas de pata, tras la pólvora que le dio Obama a sus cañones retóricos al
apelar a una “emergencia nacional” ante Venezuela, en un decreto en el que
sonadamente sancionaba a siete funcionarios del gobierno por la violación de
nuestros derechos humanos y por corrupción.
Tuvieron que sacudir como un trapo viejo
al país para recoger firmas en el término de la distancia. Un desgaste
energético nacional que nada tiene que ver con la crisis, con la intención de
demostrarle su supuesto error a Obama. Ojo: no sin antes dejar de recibir al
“apagafuegos profesional” de Thomas Shannon en una visita relámpago, antes de
que Obama anunciara a Maduro el jueves una suerte de “No, Nicolás, no creemos
que Venezuela sea una amenaza para los Estados Unidos. No te olvides de que
tenemos un intercambio comercial de más de 40 mil millones de dólares, el más
grande de nuestra historia. Y tampoco nosotros somos una amenaza para ustedes”.
Pero sí, el panorama ha empezado a
cambiar. La denuncia de los veinticinco expresidentes iberoamericanos por las
persecuciones políticas que el gobierno mantiene sobre sus connacionales,
supone, como dicen, una prueba de fuego a su ya limitada credibilidad.
Un país con la inflación más alta del
mundo (que algunos estiman superará el 100% a fin de año) ahora mismo se
desangra con la caída del petróleo (el 95% de las exportaciones) y en el que el
gobierno está obligado a reducir el gasto y a no cumplir sus compromisos (con
Petrocaribe, por ejemplo).
Visto el contexto, el gobierno va a
tener que esforzarse más en la búsqueda del enemigo exterior, ya que ese abrazo
Obama-Castro va a absorber toda la atención, porque no sólo refuerza al primero
como figura presidencial norteamericana, hambrienta de historia, sino que indirectamente
distancia a Maduro de su más fiel aliado.
Es más: en vista de la creciente
“cooperación” entre La Habana y Madrid frente a los etarras y su papel
“facilitador” en las conversaciones de paz entre Colombia y las FARC, Estados
Unidos ha dispuesto sacarla de la lista negra de patrocinadores del terrorismo.
De manera que el nuevo compromiso con Cuba ha sido apoyado por toda la región,
Venezuela incluida; de modo que (dirá Obama) a ver qué hacen con ese
apocalipsis nacional que, o lo resuelven o siguen haciéndose los locos.
En esto, el escritor cubano Iván de La
Nuez, esta semana, ha sido preciso e iluminador, al desnudar con frío escarpelo
lo que verdaderamente encierra este apretón de manos en la Cumbre.
Con el pragmatismo al que histórica y
cíclicamente nos tiene acostumbrados, el gobierno de los Estados Unidos habla
del fin de una era. Como en 1972, cuando Nixon viajó a Pekín para formalizar
las relaciones con la China de Mao, considerada en esos tiempos uno de los
enemigos más importantes de Washington. Ahora hace lo mismo con la apertura de
relaciones con Cuba, donde para nada se tocó el tema de la democratización.
Es más, el consejero de seguridad
nacional, Ben Rhodes, ha declarado que “estamos comprometidos con el
establecimiento de relaciones diplomáticas, no con el cambio de régimen”.
Para Washington, el giro en la política cubana es también
un giro en la política latinoamericana.
En este sentido, el pragmatismo de los Castro y Obama, sería apenas una reedición
devaluada del de Reagan, Bush y Gorbachov, en una jugada en la que esta vez
nuestro país (esta desafortunada Venezuela) junto al apoyo de Cuba a la
revolución latinoamericana, han sido vendidos sobre la mesa de negociaciones al
igual que La Habana lo fue a fines de 1988 cuando la URSS se desembarazó de sus
compromisos en el Tercer Mundo, se puso fin a la guerra civil en Nicaragua, y
Cuba se quedó ciega y sin luz.
Tal sería el significado de la llegada
de Obama a Kingston.
Para iniciar el reemplazo del vacío que
está dejando Venezuela si, como registra un reportaje de la BBC, por causa de
sus dificultades económicas, se ve obligada a replegarse en la región.
“La Cumbre fue organizada porque
Petrocaribe está en las últimas y el fin de Petrocaribe es una amenaza real
para la seguridad nacional de Estados Unidos”, según Jason Marczak del Atlantic
Council, “pues podría llevar a una crisis severa que podría desatar una
dificultad migratoria y otros desafíos reales cerca de nuestras costas”.
Junto a un conjunto de factores
desestabilizantes que han obligado a esta potencia a desactivar el conflicto
hemisférico. No olvidemos que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Cuba
después del derrumbamiento del Muro de Berlín en 1989, hizo que el final de la
Guerra Fría se prolongara hasta un cuarto de siglo después.
Cuba ha sabido muy astutamente negociar
el colapso de la vida de los venezolanos, ante la mirada vacía de patriotismo
de los conductores de su gobierno, y desde el 17 de diciembre pasado ha
abandonando su maximalismo, los discursos altisonantes del “todo o nada”, del
“Patria o Muerte” o, como lo señalaba Iván de La Nuez: “la vida con
mayúsculas”, para empezar a operar con minúsculas, al contrario de Venezuela.
Que ha recibido un jalón hacia atrás.
Y para dolor de una élite ilustrada, hoy
bajo la alfombra o el exilio, el país se nos escapa al garete, mientras en Cuba
la mengua de la Vida Mayúscula (de La Nuez) se deja ver como la erosión en el
monopolio del Estado sobre las vidas: desgaste que abarca la información, el
entretenimiento, la alimentación, la escuela, la medicina o la posibilidad de
viajar. Aquí, todo ese manotón aprieta más.
Estrangula.
Y mientras, allá, un país sometido
durante décadas a una demanda continua de sacrificio, cambia el discurso de
rigor por el del beneficio del trabajo y la vida. Eso sí: los cubanos negocian
sin comprometer el poder de la cúpula ni ceder en lo político aquello que
toleran en lo económico, asumiendo ahora sí el capitalismo en una versión del
modelo chino.
Por el contrario, en Venezuela se llama
a la renuncia y a la privación, a una especie de desaparición con anestesia:
una convocatoria hacia la muerte, al tiempo que La Habana se “miamiza”.
Venezuela se hace cada vez más triste.
Más paupérrima.
Y al alimón de un país como Cuba que,
sin completar su Utopía (otra vez de La Nuez, no Sebastián), se dedica a evitar
el Apocalipsis, con esa mezcla de zonas postcomunistas, régimen socialista,
autoritarismo y cultura del espectáculo, partido único y turismo, aquí, a años
luz de la Utopía, llegó el Apocalipsis.
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