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jueves, 16 de abril de 2015

En Panamá: como la guayabera, por @LuisGarciaMora


Por Luis García Mora 12 de abril, 2015

Estados Unidos y Cuba se acaban de abrazar en Panamá. Y Venezuela ha quedado colgada y por fuera, como la guayabera, junto con su profunda y severa crisis de subsistencia.

El Gobierno se ha desentendido olímpicamente del desastre y de sus dimensiones. Sin importarle la situación de emergencia se ha lanzado a politiquear con ella cuando se prevén en el horizonte necesidades masivas de ayuda humanitaria, como si nos halláramos en una guerra o una catástrofe.

Jamás el país había vivido en semejante orfandad.

Jamás habíamos estado ante una irresponsabilidad tan monumental.

Jamás.

Maduro se confunde con Castro de una manera tan espeluznante y confusa que solo atisba a decir que ahora Venezuela “está lista” para una “nueva era” de relaciones con Estados Unidos, como si de ello dependiera la solución a lo que nos ocurre.

Tal es el alcance de la esquizofrenia chavista.

Durante un fin de semana pusimos toda nuestra atención en Panamá y en la recolección de firmas, como si de aquellos olvidados shows de Sábado Sensacional se tratase.

La llamada de Obama a Castro del pasado miércoles, antes de abandonar Washington con destino a Jamaica y Panamá, fue la segunda conversación de mandatarios de los dos países en más de cincuenta años. Y la conversación entre cancilleres, la de Kerry con Rodríguez, fue la de más alto nivel desde aquella de 1958, en los estertores del régimen de Fulgencio Batista, meses antes de que aquel vicepresidente Richard Nixon se viera con Fidel.

El mapa se ha movido en Latinoamérica, y el acercamiento ha situado al gobierno venezolano en un escenario de mayor debilidad, con un entorno de presión generalizada, como para que esta especie de comodín que se llama Nicolás Maduro hablara (¡como si él fuera Raúl!) de una “nueva era de relaciones” con Washington, antes de regresarse a Caracas.

“Sorprendente giro”, dicen todos, sin que se soslayen en ningún momento las intensas llamadas efectuadas por diversos países, entre ellos Brasil, invocando la calma a un Maduro sacudido por sus circunstancias, para evitar que volviera a cometer otras de sus legendarias metidas de pata, tras la pólvora que le dio Obama a sus cañones retóricos al apelar a una “emergencia nacional” ante Venezuela, en un decreto en el que sonadamente sancionaba a siete funcionarios del gobierno por la violación de nuestros derechos humanos y por corrupción.

Tuvieron que sacudir como un trapo viejo al país para recoger firmas en el término de la distancia. Un desgaste energético nacional que nada tiene que ver con la crisis, con la intención de demostrarle su supuesto error a Obama. Ojo: no sin antes dejar de recibir al “apagafuegos profesional” de Thomas Shannon en una visita relámpago, antes de que Obama anunciara a Maduro el jueves una suerte de “No, Nicolás, no creemos que Venezuela sea una amenaza para los Estados Unidos. No te olvides de que tenemos un intercambio comercial de más de 40 mil millones de dólares, el más grande de nuestra historia. Y tampoco nosotros somos una amenaza para ustedes”.

Pero sí, el panorama ha empezado a cambiar. La denuncia de los veinticinco expresidentes iberoamericanos por las persecuciones políticas que el gobierno mantiene sobre sus connacionales, supone, como dicen, una prueba de fuego a su ya limitada credibilidad.

Un país con la inflación más alta del mundo (que algunos estiman superará el 100% a fin de año) ahora mismo se desangra con la caída del petróleo (el 95% de las exportaciones) y en el que el gobierno está obligado a reducir el gasto y a no cumplir sus compromisos (con Petrocaribe, por ejemplo).

Visto el contexto, el gobierno va a tener que esforzarse más en la búsqueda del enemigo exterior, ya que ese abrazo Obama-Castro va a absorber toda la atención, porque no sólo refuerza al primero como figura presidencial norteamericana, hambrienta de historia, sino que indirectamente distancia a Maduro de su más fiel aliado.

Es más: en vista de la creciente “cooperación” entre La Habana y Madrid frente a los etarras y su papel “facilitador” en las conversaciones de paz entre Colombia y las FARC, Estados Unidos ha dispuesto sacarla de la lista negra de patrocinadores del terrorismo. De manera que el nuevo compromiso con Cuba ha sido apoyado por toda la región, Venezuela incluida; de modo que (dirá Obama) a ver qué hacen con ese apocalipsis nacional que, o lo resuelven o siguen haciéndose los locos.

En esto, el escritor cubano Iván de La Nuez, esta semana, ha sido preciso e iluminador, al desnudar con frío escarpelo lo que verdaderamente encierra este apretón de manos en la Cumbre.

Con el pragmatismo al que histórica y cíclicamente nos tiene acostumbrados, el gobierno de los Estados Unidos habla del fin de una era. Como en 1972, cuando Nixon viajó a Pekín para formalizar las relaciones con la China de Mao, considerada en esos tiempos uno de los enemigos más importantes de Washington. Ahora hace lo mismo con la apertura de relaciones con Cuba, donde para nada se tocó el tema de la democratización.

Es más, el consejero de seguridad nacional, Ben Rhodes, ha declarado que “estamos comprometidos con el establecimiento de relaciones diplomáticas, no con el cambio de régimen”.

Para Washington,  el giro en la política cubana es también un  giro en la política latinoamericana. En este sentido, el pragmatismo de los Castro y Obama, sería apenas una reedición devaluada del de Reagan, Bush y Gorbachov, en una jugada en la que esta vez nuestro país (esta desafortunada Venezuela) junto al apoyo de Cuba a la revolución latinoamericana, han sido vendidos sobre la mesa de negociaciones al igual que La Habana lo fue a fines de 1988 cuando la URSS se desembarazó de sus compromisos en el Tercer Mundo, se puso fin a la guerra civil en Nicaragua, y Cuba se quedó ciega y sin luz.

Tal sería el significado de la llegada de Obama a Kingston.

Para iniciar el reemplazo del vacío que está dejando Venezuela si, como registra un reportaje de la BBC, por causa de sus dificultades económicas, se ve obligada a replegarse en la región.

“La Cumbre fue organizada porque Petrocaribe está en las últimas y el fin de Petrocaribe es una amenaza real para la seguridad nacional de Estados Unidos”, según Jason Marczak del Atlantic Council, “pues podría llevar a una crisis severa que podría desatar una dificultad migratoria y otros desafíos reales cerca de nuestras costas”.

Junto a un conjunto de factores desestabilizantes que han obligado a esta potencia a desactivar el conflicto hemisférico. No olvidemos que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Cuba después del derrumbamiento del Muro de Berlín en 1989, hizo que el final de la Guerra Fría se prolongara hasta un cuarto de siglo después.

Cuba ha sabido muy astutamente negociar el colapso de la vida de los venezolanos, ante la mirada vacía de patriotismo de los conductores de su gobierno, y desde el 17 de diciembre pasado ha abandonando su maximalismo, los discursos altisonantes del “todo o nada”, del “Patria o Muerte” o, como lo señalaba Iván de La Nuez: “la vida con mayúsculas”, para empezar a operar con minúsculas, al contrario de Venezuela. Que ha recibido un jalón hacia atrás.

Y para dolor de una élite ilustrada, hoy bajo la alfombra o el exilio, el país se nos escapa al garete, mientras en Cuba la mengua de la Vida Mayúscula (de La Nuez) se deja ver como la erosión en el monopolio del Estado sobre las vidas: desgaste que abarca la información, el entretenimiento, la alimentación, la escuela, la medicina o la posibilidad de viajar. Aquí, todo ese manotón aprieta más.

Estrangula.

Y mientras, allá, un país sometido durante décadas a una demanda continua de sacrificio, cambia el discurso de rigor por el del beneficio del trabajo y la vida. Eso sí: los cubanos negocian sin comprometer el poder de la cúpula ni ceder en lo político aquello que toleran en lo económico, asumiendo ahora sí el capitalismo en una versión del modelo chino.

Por el contrario, en Venezuela se llama a la renuncia y a la privación, a una especie de desaparición con anestesia: una convocatoria hacia la muerte, al tiempo que La Habana se “miamiza”.

Venezuela se hace cada vez más triste.

Más paupérrima.

Y al alimón de un país como Cuba que, sin completar su Utopía (otra vez de La Nuez, no Sebastián), se dedica a evitar el Apocalipsis, con esa mezcla de zonas postcomunistas, régimen socialista, autoritarismo y cultura del espectáculo, partido único y turismo, aquí, a años luz de la Utopía, llegó el Apocalipsis.


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