FÉLIX PALAZZI sábado 13 de junio de 2015
@felixpalazzi
La antigua virtud de la tolerancia se
consolidó en el discurso social y político a partir de los siglos XVII y XVIII.
En ese entonces, y en un primer momento, la tolerancia, en su ámbito civil, se
entendió como una política de Estado referente a la disidencia o a la
pluralidad religiosa. La relación entre tolerancia y ejercicio del poder es
constitutiva al desarrollo de este concepto.
La tolerancia debe encontrar espacio en
la ética de todo grupo social en cuanto representa un valor civil y
democrático. Su sentir y actuar no es otro que la búsqueda del vivir humanamente,
humanizándonos y humanizando a la realidad. No obstante, son las instituciones
de una sociedad las que deben expresar, promover, incentivar, educar y vivir
valores civilizatorios que busquen el "bien común" o, al menos,
logren superar el "mal común".
Puede ser cierto que en nuestra realidad
la sociedad adolezca de valores desde los que se pueda reconstruir y encontrar
un horizonte común. Pero hay que reconocer que nuestras instituciones están
carcomidas por el cáncer de la intolerancia. Reconstruir y sanar el
"ethos" del país luego de haber vivido el giro de una lógica civil y
democrática a otra militar y revolucionaria, será una tarea que implicará el
esfuerzo de todos sectores de nuestra sociedad para pensar y asumir los valores
desde los que deseamos vivir y construirnos.
A lo largo de este proceso es importante
entender que es absurdo aceptar un diálogo sin condiciones, o al menos sin las
condiciones previas de lo que un diálogo implica y significa. También podemos
sostener que es una contradicción afirmar que nuestras instituciones son
tolerantes, cuando lo que buscan es la rectificación o la anulación del
contrario. Cuando la tolerancia es desvirtuada desde el uso del poder y se
ofrece como una concesión o un permiso, el tolerado o todos aquellos que
acepten ser tolerados -de ese modo- estarían admitiendo su propia desigualdad
de derechos y, por tanto, la abdicación de los mismos.
La necesidad de construir el tejido
político de nuestra realidad requerirá de la tolerancia. Al menos como un acuerdo
en "razones prácticas" que nos permitan vivir o alcanzar los
objetivos que nos propongamos. Según John Rawls la tolerancia se ha de basar en
principios o demandas "razonables" y deben justificarse en el
ejercicio del poder bajo el "criterio de la reciprocidad". El
"otro" ha de ser reconocido como una persona libre con igualdad de
derechos y libre de toda "dominación o manipulación". En
consecuencia, la justicia debe ser la instancia que garantice la reciprocidad
de "derechos y deberes" de los grupos e intereses que coexisten en
todo colectivo humano. Sin la garantía de la reciprocidad la tolerancia se
desvirtúa en una forma cínica de opresión, en simple concesión a existir que no
pasa por el pleno reconocimiento del derecho de existir en igualdad de condiciones.
Avanzar en esta lenta recuperación del
tejido sociopolítico desde los valores civiles que permitan rehacer la
civilidad y la coexistencia, será la tarea que nos debe ocupar durante los
próximos años.
Doctor en Teología
@felixpalazzi
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