Por Isabela
Iturriza Soulés, 25/05/2015
Soy público
frecuente de los conciertos de las orquestas del Sistema y voy casi una vez a
la semana a la nueva sede en Quebrada Onda, el Centro de Acción Social por la
Música. Sin embargo, el concierto del viernes 15 de mayo nunca lo voy a
olvidar, no porque interpretaran una de mis obras favoritas, el concierto para
piano de Maurice Ravel, sino porque tuvimos que dedicar un minuto de silencio
por la muerte de dos niños del sistema.
Carlos Hernández
(13 años) y Jimbert Hernández (15 años) no estaban enfermos, no tuvieron un
accidente, los mataron. En ese minuto supe lo que es un silencio ensordecedor,
por un minuto hubo absoluta comunión en la tristeza y el dolor. Se me vinieron
a la mente los recuerdos de tantos venezolanos que han muerto como víctimas de
quienes ejercen hoy el poder en Venezuela, víctimas de su indolencia y su
barbarie.
Los asesinatos de
Carlos y Jimbert no se pueden ver como hechos aislados, son producto de 16 años
de un plan destructivo para la nación. Nótese que no digo que fueron víctimas
de un gobierno, porque en Venezuela no hay gobierno porque no hay
instituciones, no hay justicia, no hay seguridad. En Venezuela ejerce el poder
el más fuerte, el que más grita, el que más golpea, el que más pisa, el que más
roba, el que más muertos acumula, el más vivo, el que más aprovecha, el que más
se aprovecha de los demás... No distingo entre los poderosos “con cargo” y los
que no lo tienen, porque a efectos de ser delincuentes, son lo mismo.
Después de ese
minuto de silencio, un instante eterno, siguió un concierto sublime. Con música
que te hace tener la certeza de que la vida no puede terminar con la
desaparición física, de que hay algo que vibra en nuestro interior con la
belleza: el alma.
El público pidió un
bis a la talentosísima pianista, Kana Okada, quien interpretó el concierto para
piano de Ravel. El director invitado, Bruno Mantovani, nos contó que se
enteraron de la muerte de Carlos y Jimbert cuando estaban ensayando, y en su
honor repetirían el segundo movimiento de la obra, el adagio assai. Quienes
conocen la composición sabrán lo desgarradora que es y la capacidad magnífica
que tiene para sensibilizar el alma. Mientras tocaban, por primera vez en
muchos años, vi el rostro de los músicos no sólo como intérpretes con un don
especial para hacer arte. En ese momento eran venezolanos padeciendo y
sufriendo como todos los demás. Los presentes en la sala estábamos tocados por
el mismo dolor profundo que causa una patria que se está consumiendo en la
violencia.
Mantovani
refiriéndose el lema del sistema, dijo, “recordemos que la música es tocar y
luchar, sigamos luchando”. En ese momento reconocí que la música del alma es la
esperanza, si dejamos que nos la quiten, perdemos ese bastión sagrado de
humanidad que necesitamos para ser personas. Si perdemos la esperanza en medio
de esta tragedia, gana el miedo, gana el terror, ganan ellos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico