Por Leonardo Morales
La galopante y pavorosa
crisis que vive el país amenaza con dejar perplejos a toda la nación.
Cada día que transcurre las tensiones sociales aumentan considerablemente sin
que, por lo pronto, se observe de parte de quienes tienen la responsabilidad de
dar respuesta a las exigencias colectivas iniciativas que conduzcan a abrir
expectativas positivas en la satisfacción de las demandas.
El gobierno rodeado por
doquier de amenazas, reclamos, exigencias de diversa naturaleza, además de
inquirido y demandado por sus propios adherentes y de otros ya no tan sumisos y
subordinados al desatino gubernamental, deambula ensimismado en su
tragedia.
Candelita que se prenda…
Célebre fue la frase pronunciada
por algún vocero impertinente y arrogante: “candelita que ser prenda, candelita
que se apaga” El mismo Maduro la utilizó, y por estos tiempos no aparecen los
bomberos suficientes para impedir la propagación de una llama que amenaza a
todo el país.
El gobierno no brinda
salidas convincentes y eficaces para satisfacer los reclamos, por el contrario,
sus ofrecimientos se convierten en combustible que acelera la intensidad de la
llama que flamea si cesar y con más vigor. La única política en práctica para
impedir el reclamo y la protesta es la represión policial que siempre tiene un
límite y su eficacia tiende a desaparecer como se apreció en los recientes
acontecimientos de Cumaná.
Del Caracazo al Cumanazo
Por mucho tiempo, desde el
desatinado galáctico hasta nuestros días,los jefecillos rojos han buscado
enaltecer, como parte del proceso revolucionario, los infaustos acontecimientos
del 27 de febrero de 1989. Se han atrevido a celebrar y hasta significar la
fecha como la chispa que dio lugar a lo que pomposamente han dado en llamar
génesis de la revolución bolivariana.
Del Caracazo que tanto
enorgullece a la oligarquía roja se recuerda su explosión por los Valles de
Pacairigua hasta tomar vigor en ciudades cercanas, incluida Caracas. De una
gran insatisfacción popular por el aumento del precio del transporte devino en
un vulgar vandalismo y pillerías que afectódiversos comercios. Nadie protestaba
por hambre ni por escasez de bienes esenciales. El Caracazo no fue el inicio de
una revolución, mucho menos bolivariana como algunos tontos pretenden hacer
ver, pero sí tuvo algunos de los rasgos que emboban y hacen babear a los
revolucionarios: violencia, destrucción y muerte.
Alcanzar el ideal
En Cumaná, el ahora llamado
“El Cumanazo”, tampoco es el origen de una revolución ni de una
contrarrevolución. Es simplemente una acción social, reprochable y nunca
admisible, de unos ciudadanos que, sin saberlo, revelan la precariedad de un
gobierno que se quedó sin estima y sin legitimidad.Volver la mirada hacia
Cumaná y sonreír ante la tragedia gubernamental de no poder reivindicar “el
Cumanazo” como parte del proceso revolucionario porque lo ocurrido los desnuda
y los pone en evidencia, es un error.
La misión positiva de un
nuevo liderazgo debe estar enmarcada en la superación de los males del
presente; el inicio de ese nuevo siglo fue signado por la destrucción de lo
existente, por la apropiación de tierras productivas que ahora yacen sin
ofrecer nada a los venezolanos, por la expropiación de empresas que al presente
dan pérdidas al Estado. Hay que poner la vista en la prosperidad y en el
progreso.
El reencuentro con una
Venezuela próspera es un ideal que debe ser procurado, luego de 17 años
absurdos, con la participación incluyente de toda la sociedad: un amplio
acuerdo nacional, en la búsqueda del porvenir y el bienestar.
17-06-16
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