FAUSTO MASÓ 04 de septiembre de 2016
Hasta
la propia familia de Nicolás sonó las cacerolas, nunca ha habido en la historia
de América Latina un presidente tan aislado, tan impopular y tan suicida, que
como el avestruz viva con la cabeza
enterrada en la arena: no oye, no ve, no siente. Maduro se esfuma. Pobre Cilia.
Está enterrando al chavismo y los propios chavistas no saben cómo quítaselo de
encima.
Esta
semana las mayores manifestaciones que se hayan dado en Venezuela invadieron
las principales ciudades del país. Sin organización, sin recursos,
espontáneamente, los venezolanos se tiraron a la calle. ¿Qué dice Maduro? Finge
no enterarse. Vive en las nubes. Así no se dura en Miraflores.
¿Cree
Maduro que en estas condiciones terminará su mandato? O más sencillo, ¿llegará
hasta diciembre? Solo una suerte prodigiosa lo salvará. Maduro tiene los días
contados.
Luis
Castro Leiva escribía proféticamente
“Todo
en nuestra cultura y antropología políticas indica que las presidencias se
inventaron en Venezuela, en esta república, para que las pudiera y supiera
asumir alguien con «carácter», en el sentido clásico de este concepto y no como
si se tratara de un guapo o de una quimera”.
Eso es
lo que le falta dramáticamente a Nicolás Maduro, personalidad, carácter,
decisión. Anda perdido por el mundo, ni siquiera repite con propiedad el
discurso de Hugo Chávez. Es un revolucionario sin revolución, un radical que se
expresa como un conservador, un hombre de izquierda que piensa como uno de
derecha. No es nada, pues. Llegó a la presidencia porque Chávez no quería a su
lado nadie que le hiciera sombra.
¿Cómo
sigue en Miraflores?
Por la
fuerza de la inercia, porque la oposición apenas este año decidió derrotarlo en
unas elecciones, para las que por fin se unió. Sin esa unidad tampoco ninguno
de los líderes de la oposición hubiera llegado al parlamento. Ahora, se
requiere más, porque como ya lo hemos
repetido, solo hay una silla presidencial, un gobierno, y todos aspiran al
mismo. Maduro sigue en Miraflores, por esa razón, no por nada de lo que haga o
deje de hacer.
Nicolás
Maduro oyó, le retumbó en la cabeza, ese feroz cacerolazo que sonó hasta en el
último pueblo de Venezuela. Maduro sabe que no lo quieren, pero ignora como
irse. Qué drama
Repetimos
lo que ya escribimos, pero cuya actualidad se mantiene trágicamente:
Venezuela
es el único país del mundo con inflación de tres dígitos (con escasez de
alimentos y medicinas por encima de 50%, y con “bachaqueo. Un desastre pues.
73% de los hogares en Venezuela han caído por debajo de la línea de pobreza. El
FondoMonetario Internacional, acaba de señalar que la economía venezolana estará
registrando una caída del Producto Interno Bruto de 8%, el mayor retroceso de
cualquier país a nivel mundial y tres años consecutivos de contracción
económica
Llegó
la hora de pasar hambre.
Hoy la
miseria llega al 80%, el producto sigue cayendo y no hay esperanzas a la vista,
porque el destino ha vuelto ciego a Maduro, o quizá ya no se atreva a tomar las
medidas que lo ayudarían, como acudir al Fondo Monetario Internacional, por
ejemplo, porque solo tales medidas le permitirían a Maduro ganar tiempo. No lo
hará. Maduro como el avestruz no ve lo que le rodea. El mismo en definitiva se
construyó ese final poco glorioso, ni siquiera un estruendoso cacerolazo lo
hace despertar.
Maduro
es la tumba del chavismo, una lección para Venezuela y para América de las
consecuencias de la locura chavista.
A
Venezuela le toca ahora poner los pies en el suelo.
¿Sabremos
hacerlo?
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