Por Asdrúbal Oliveros y
Pilar Navarro
1. Devaluación sin
beneficios fiscales y costosa socialmente
Venezuela no es principiante
en lo que a controles de cambio y tipo de cambio fijo se refiere: solo en los
últimos cuarenta años se han registrado tres controles de cambio. En los dos
primeros casos, los controles no superaron los seis años y las tasas de cambio
fijas se fueron ajustando de acuerdo a las caídas de los precios petroleros.
Esta lógica de ajustar los
tipos de cambios en medio de caídas de los precios petroleros con miras a
aumentar los ingresos fiscales en bolívares y cerrar los déficits se había
venido aplicando también a lo largo del control actual. En lo que llamamos “la
era Cadivi”, que acumula catorce años, se ha devaluado la moneda cinco veces o
en su defecto se han creado mecanismos alternos con tasas superiores,
coincidiendo con las caídas de los ingresos petroleros.
Sin embargo, en los dos
últimos años la historia ha sido distinta. En 2015 y 2016, con una caída de los
precios del petróleo de 60,4% y un déficit fiscal que estimamos cerró 2015 en
20,2 puntos del Producto Interno Bruto (PIB), se esperaba que el Ejecutivo
realizara un ajuste cambiario agresivo que le permitiera aumentar sus ingresos
fiscales. Sin embargo, esto no fue así ya que las fuertes devaluaciones han
hecho poco por sanear las cuentas fiscales.
En 2015, el Ejecutivo
mantuvo sin cambios la tasa más sobrevaluada (6,3 bolívares por dólar), unificó
el SICAD I y II (pero a la menor tasa: 12,0 bolívares por dólar) y creó Simadi
(con una tasa de 170,0 bolívares por dólar). Sin embargo, a pesar de la
creación de un mecanismo alternativo con un tipo de cambio superior que
permitiría al Ejecutivo aumentar sus ingresos fiscales y ajustar sus cuentas,
el Ejecutivo decidió vender la mayor proporción de las divisas a la
tasa más sobrevaluada. Si se hubiera optado por vender al menos 30,0% de las
divisas por este mecanismo, manteniendo una oferta continua, permitiendo que
PDVSA y las empresas mixtas ofertaran, el Ejecutivo podría haberse ahorrado
algunos puntos de déficit, además de contener la depreciación del tipo de
cambio paralelo que ese año fue de nada menos que 79,2%.
A costa de una base de
divisas mermada, se mantuvo una tasa artificialmente sobrevaluada, acentuando
los desequilibrios fiscales, propiciando la continuidad del financiamiento
monetario, la inflación así como la escasez y creando mayores incentivos para
el arbitraje, la formación de mercados negros y el contrabando.
El 2016 no fue mejor. El año
pasado el Ejecutivo simplificó el modelo cambiario, pasando a un sistema dual,
Dipro, con una tasa de 10,0 bolívares por dólar (lo que representó una
devaluación de 37,0%) y se creó el Dicom, un sistema que generó muchas
expectativas y se proclamó nuevamente que “pulverizaría” la tasa del mercado
paralelo. Lo cierto es que, a pesar de que la tasa Dicom pasó de 200,0
bolívares por dólar en su inicio a 663,9 bolívares por dólar al cierre de
diciembre, actualmente se estima que el 88,7% de las importaciones públicas se
realizan a tasa Dipro y el 65,9% de las divisas de la economía se venden a
dicha tasa.
De esta manera tenemos que,
a pesar del fuerte ajuste en la tasa alternativa, que ha configurado un aumento
generalizado de los precios alineados a esta tasa oficial, incluso a la no
oficial por la caída de las liquidaciones, el Ejecutivo opera a una tipo de
cambio fiscal cercano a 63,5 bolívares por dólar por lo que estimamos que el
déficit cerró en torno a 16,4% del PIB en 2016.
Visto de manera superficial,
la lógica ha sido hacer ajustes cambiarios “políticamente correctos” con los
que el Gobierno intenta proteger el poder adquisitivo de la población al
mantener un tipo de cambio sobrevaluado para subsidiar las importaciones. Sin
embargo, hoy, más que nunca, esta premisa ha perdido sustento.
A pesar del tipo del cambio
al que se realizan las importaciones públicas (que estimamos representaron
62,0% del total), lo cierto es que el consumidor venezolano se enfrentó en 2016
a una inflación que estimamos sobrepasó 500,0% y a un tipo de cambio de los
consumidores (que no es otra cosa que la ponderación de la canasta básica del
consumidor con respecto a los distintos tipos de cambios) que pasó de 51,3
bolívares por dólar en al cierre de 2014 a 1.331,3 bolívares por dólar en 2016.
La pregunta que resta hacerse es: ¿a dónde va el subsidio cambiario?
Evidentemente, a la población no.
2. PDVSA: de princesa a
cenicienta
Para nadie es un secreto que
desde mediados de 2014 el precio de los principales marcadores internacionales
del petróleo empezó una senda declinante que ha afectado el precio de la cesta
petrolera venezolana (CPV) y las finanzas de la principal industria del país.
No obstante, el deterioro de la industria va más allá de la caída de los
precios.
La producción petrolera
venezolana ha mantenido una tendencia declinante desde hace algunos años, pero
en 2016 la tendencia se aceleró. Según las cifras que PDVSA reporta a la OPEP,
después de haber alcanzado un máximo de 3,20 millones de barriles diarios (3,20
mb/d) en septiembre de 2008, la producción de crudo empezó a declinar y para
diciembre de 2015 había perdido 628.000 barriles diarios (628 kb/d), cerrando
ese año con un nivel de 2,57 mb/d. No obstante, desde ese punto la
producción perdió 300 kb/d en 2016 y cerró diciembre en 2,27 mb/d.
La causa de la disminución
de la producción es multifactorial. Elementos como la falta de mantenimiento de
los pozos, la mala gestión de la compresión de gas, que resulta en una
presurización inadecuada, el aumento de la quema de gas, además de una mayor
demanda de gas para producción termoeléctrica, han hecho que baje el nivel de
gas reinyectado en los pozos y, por ende, la productividad de los mismos,
factores a los que se les une la gran deuda comercial de PDVSA con los
operadores de servicios. Asimismo, la escasez de diluyente, fundamental para el
petróleo extra pesado de la Faja Petrolífera del Orinoco, por las restricciones
de flujo de caja de PDVSA y la disminución de la producción de crudos livianos
de Occidente, han limitado la producción.
La industria nacional vive
un momento muy difícil y, si la situación de deterioro actual continúa, no va a
haber precio del petróleo, por muy elevado que este sea, que nos salve de la
debacle.
3. La hiperinflación: un
monstruo fallecido que resucita en Venezuela
En las décadas de los años
80 y 90, varios de nuestros pares latinoamericanos experimentaron episodios
hiperinflacionarios, sin embargo, Venezuela se mantuvo fuera del club de “la
hiper”. Ahora bien, en la actualidad, a pesar de que para el resto del
continente este es un problema superado, los riesgos de entrar en una espiral
hiperinflacionaria se han venido materializando en nuestro país en los dos
últimos años.
Las peores inflaciones que
se vivieron en Venezuela fueron las de las crisis de 1989 y de 1996, cuando los
precios aumentaron 81,0% y 103,2%, respectivamente. Sin embargo, en 2015 se superaron
todas las marcas, y la inflación saltó de 68,5% en 2014 a 180,9%, todo un
récord. En 2016, a pesar de la ausencia de cifras oficiales, es bastante
tangible para todos los actores de la sociedad venezolana la aceleración que
experimentó el crecimiento de los precios y, según nuestros estimados, la
variación de los precios fue cercana a 511,3%, rompiendo una vez más con todos
los máximos anteriormente registrados.
Para 2017 los elementos
siguen presentes: aumento del gasto público, déficit fiscal, financiamiento
monetario, controles de precios y control de cambio, todos ingredientes de la
hiperinflación y, aunque estos no avisan, ciertamente la mesa está servida.
26-01-17
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