Por Fernando Mires
Será difícil negarlo. La
oposición venezolana vive una profunda crisis. No es una crisis de identidad ni
de ideología. Es una crisis de representación.
Entendemos por crisis de
representación una situación en la cual se pierde la conexión entre
representantes y representados, o digámoslo llanamente: cuando la confianza de
los segundos con respecto a los primeros ya no existe o es muy precaria.
Y bien; si hemos de estudiar
la actual crisis, no podemos aunque queramos, obviar dos palabras. Esas
palabras son: revocatorio y diálogo.
Revocatorio, porque durante la
campaña del Referendo Revocatorio 2016 la comunicación entre la MUD y la
ciudadanía llegó a ser más fluida que nunca. Pocas veces hubo más unidad y
coherencia que durante esos días en los cuales venciendo obstáculos, incluso
geográficos, el pueblo democrático se movilizaba para recolectar firmas. Había
un objetivo, había liderazgo y por eso había unidad.
La Toma de Caracas y la Toma de Venezuela, convocadas por Capriles y la
MUD, fueron las más multitudinarias habidas en períodos no electorales. Por eso
mismo la lucha por el Referendo Revocatorio (RR) después de haber sido éste
robado por el gobierno, debía ser transformada en lucha por la defensa de la
Constitución. Hasta que apareció el diálogo y con ese diálogo la lucha fue
trasladada desde las calles hacia salones con puertas cerradas.
Pero antes de escribir sobre
el diálogo conviene dejar en claro algunos puntos ligados a la historia del
pasado reciente.
Existen al interior de la
oposición venezolana dos lecturas predominantes acerca del capítulo del RR. La
primera dice más o menos así: mediante la presión popular el régimen iba a
verse obligado a ceder y dar curso al RR. En ese sentido el RR adquiría un
carácter insurreccional.
La segunda —ha cobrado auge
entre sectores que acatando el RR no se comprometieron en su campaña— dice así:
ningún gobierno, menos uno como el de Maduro, se deja derrocar. Luego, el RR
era una iniciativa absurda y por lo mismo destinada al fracaso. Más todavía, el
fracaso del RR llevó a dilapidar el triunfo electoral obtenido el 6 de diciembre.
Hay, sin embargo, una tercera
lectura que, aunque no predominante convendría prestarle atención. Ella dice:
el RR fue la respuesta unitaria de la MUD para defender a la Asamblea Nacional
(AN), es decir, para defender el triunfo del 6 de diciembre. Por lo mismo, hay
una conexión directa entre el 6 de diciembre y el RR.
En efecto, formada a partir
del 6 de diciembre una dualidad de poderes al interior del Estado, el régimen
procedió a anular la soberanía de la AN asignándole un rol puramente decorativo
al lado de un Poder Judicial que asumió ilegalmente funciones legislativas. Si
Maduro buscaba el fin de la AN, la AN solo podía buscar el fin del gobierno.
Luego, la vía revocatoria fue elegida en estricta continuidad con la línea de
la MUD. El RR —no lo olvidemos— tenía un carácter defensivo (defensa de la AN),
era constitucional y electoral a la vez.
Así concebido el RR no fue
pensado solo para derrocar a Maduro sino, en caso de que este lograra liquidar
al RR, chocara con la Constitución, es decir, tuviera que declararse, incluso
ante sus propios seguidores, como lo que es: un dictadorzuelo (Luis Almagro). Y,
efectivamente, así sucedió.
Después del robo del RR los
restos de popularidad de Maduro cayeron al suelo, la protesta internacional emergió
con más fuerza que nunca y la movilización popular colmó las calles de todas
las ciudades. Maduro y los suyos estaban, a todas luces, desesperados. Y lo
estaban hasta el punto que Maduro se atrevió a mencionar un llamado a
elecciones generales (no insertas en la Constitución)
El viaje de Maduro a El
Vaticano a mendigar una mediación papal que el mismo había rechazado en
circunstancias anteriores, también fue producto de la desesperación. Maduro
contaba probablemente con que la MUD no iba a aceptar dialogar con el gobierno
en momentos en que ese gobierno estaba acorralado Tal vez ante la propia
sorpresa de Maduro, la MUD aceptó el diálogo. Fue ahí cuando Maduro descubrió
al “diálogo” como medio para controlar y dividir a la oposición.
El diálogo, en los tiempos y
formas en que tuvo lugar, fue, después de la llamada Salida del 2014, el error
más grande cometido por la oposición en toda su historia. Las razones son
varias.
La primera: no fue su
iniciativa y al no serla entregó la iniciativa al gobierno.
La segunda: desconectó a la
dirigencia política con respecto a las multitudes representadas, precisamente
en los momentos cuando éstas habían alcanzado su más alto grado de
movilización. Aceptó, además, ir al diálogo no como resultado natural de una
lucha entre oposición y gobierno sino justo en el momento cuando la lucha
comenzaba.
La tercera: fue divisionista,
es decir, no fue el producto de una decisión conjunta de la MUD sino solo de
algunas de sus fracciones.
La cuarta: no puso condiciones
para la realización del diálogo, vale decir, no estableció los puntos no
negociables, entre ellos, el menos negociable de todos: la liberación de los
presos políticos.
La quinta: subordinó su
política frente a la organización menos política (y por eso, una de las más respetables)
del mundo: el papado.
La sexta: aceptó
intermediarios que en ningún caso pueden ser considerados imparciales; todo lo
contrario: tanto Samper como Rodríguez Zapatero apoyan a Maduro.
Y la séptima: con el diálogo
desconoció la potestad de la propia AN pues si hay institución destinada a
realizar diálogo esa es el Parlamento. El Parlamento es por su propia
etimología la casa del diálogo, el lugar donde se parla. Maduro, si quería
diálogo, debió haber concurrido al Parlamento o haber enviado allí a sus
representantes a dialogar. Hasta El Vaticano habría entendido esa razón. La
oposición, bajo esas condiciones, no fue capaz de unir diálogo y defensa de la
AN en una sola estrategia.
En vista de esas siete razones
(podríamos también llamarlas, siete pecados capitales del diálogo) la MUD, y
con ello, el conjunto de la oposición, no podía sino caer en la crisis que hoy
vive. Crisis que no fue obra de agentes externos. Fue obra —hay que decirlo con
todas sus letras— de la propia MUD y de sus partidos.
Alentado por la
desmovilización de la oposición, el régimen después de haber liquidado al RR
sin gran resistencia de parte de la MUD, decidió pasar a una segunda fase. Ella
puede resumirse así: el RR era una elección, y la robamos porque robaremos
todas las elecciones que podamos perder, es decir, todas las elecciones. En ese
sentido, quienes argumentan que el RR era absurdo porque Maduro no se iba a
dejar derrocar, tienen que extender esa lógica a todas las elecciones. El RR
era una elección y fue robado porque el régimen ha decidido no dejarse contar.
Cabía esperarlo. Como hemos
sugerido en otra ocasión, con el robo del RR tuvo lugar una mutación del
chavismo. Si Chávez había sido electoralista, Maduro pasó a ser antielectoral.
Lo más probable, y de hecho, está ocurriendo, es que el régimen creará
simulacros electorales, construyendo una oposición a su medida, ilegalizando a
partidos y líderes de la actual MUD. Está intentando sin duda aplicar algunas
de las recetas que utiliza Daniel Ortega en Nicaragua mediante una nueva ley electoral que le
permitirá vencer en las elecciones aún no siendo mayoría.
Desde el robo del RR el
régimen ha mutado. Ya no es una dictadura tácita sino abiertamente declarada.
Pero esa mutación, en contra de lo que pudiera creerse, no ha sido el producto
de su fuerza sino de su debilidad. Reiterando una tesis: mientras el de Chávez
era un régimen político con apoyo militar, el de Maduro es un régimen militar
con muy poco apoyo político.
Aunque parezca paradoja, el
mismo gobierno, al haber emprendido el camino hacia la dictadura militar, está
mostrando la hoja de ruta a la oposición. Pues a la oposición en su conjunto no
le queda más alternativa que luchar por el restablecimiento de las elecciones o
desaparecer.
Las demostraciones del 23 de
enero, llamadas en defensa de la vía electoral, si bien no fueron tumultuosas
como las del RR, demostraron que, pese a no sentirse representados, grandes
sectores de la población están dispuestos a dar la batalla por la recuperación
del canal electoral. Esa alternativa pasa, sin embargo, por la superación de la
crisis de representación que hoy padece la oposición. Y eso supone a su vez,
que la oposición se reconozca a sí misma como lo que es.
Por de pronto hay que aceptar
que la MUD es un centro de coordinación electoral y desde ese punto de vista es
el más valioso instrumento que se ha dado la oposición. Con todos sus defectos,
una oposición de tal magnitud y persistencia no existe ni en Bolivia, ni en
Nicaragua, ni en Ecuador. Por eso el régimen, al suprimir las elecciones,
intenta suprimir a la MUD. Las elecciones y la MUD están ligadas. Sin las unas
no puede existir la otra.
La existencia de la MUD no
anula, sin embargo, las diferencias entre sus diversos partidos. Y está bien
que así sea. La MUD es un órgano de concertación pero no sustituye a los
partidos. Estos últimos tampoco pueden ser sometidos a una disciplina férrea de
parte de la MUD a menos que dejen de ser partidos. Es necesario por lo tanto
que entre la MUD como instrumento electoral y los partidos que la conforman,
exista una relación flexible, siempre y cuando las partes no contradigan los
objetivos centrales acordados unitariamente entre ellos dentro de la MUD.
Aún más allá de los partidos
están los liderazgos personales. Esos líderes tampoco pueden ser sometidos a
una conducción centralizada. Pues una de las condiciones que hacen a un líder
es que su discurso no solo sea expresión de la línea de su partido, sino de la
comunicación —a veces espontánea— establecida entre ellos y sus seguidores.
Para que un líder pueda existir, y siempre es bueno que exista, han de serle
otorgados espacios donde puedan desarrollar todas sus facultades.
En otras palabras, entre la
MUD, sus partidos y sus líderes, debe ser establecida una división del trabajo,
pero en ningún caso relaciones de subordinación entre los unos y los otros. Eso
quiere decir, si un partido llama a movilizaciones, o en contraposición, a un
diálogo, es su responsabilidad como partido, pero en ningún caso
responsabilidad de la MUD.
Si UNT, para poner un ejemplo,
insiste en dialogar con el gobierno, podría hacerlo, pero siempre bajo la
condición de que ese diálogo sea realizado en nombre de UNT y no en nombre de
la MUD. Y si MCM llama a una salida insurreccional, también puede hacerlo, pero
solo en nombre de VENTE, sin comprometer al conjunto de la MUD. Lo ideal sería
que todos actuaran en conjunto. Pero es una imposibilidad, y como tal hay que
aceptarla. La MUD es la MUD y no puede ser más que la MUD: una alianza
electoral en cuyo interior los partidos se relacionan respetando diferencias,
pero también convergiendo y estableciendo alianzas bi-laterales y
multilaterales entre sí.
Flexibilidad no significa, por
supuesto, anarquía. La flexibilidad, para que exista, requiere de la aceptación
de una suerte de pacto de convivencia mutua, sea este firmado o no. Esos pactos
surgen de principios que, bajo ninguna condición pueden ser tocados. Cualquiera
violación a esos principios debería ser sancionada, incluso con la exclusión de
personas o grupos de la MUD. Dentro de esos principios hay tres que no son
propiedad de ningún partido o líder pues pertenecen a toda la oposición. Ellos
son:
1. La lucha por la
libertad de TODOS los presos políticos.
2. La defensa irrestricta
de la AN y de sus atribuciones y
3. La lucha por la
restauración de las elecciones que intenta suprimir el régimen.
Será difícil para la MUD
recuperar la confianza que gozó durante el período de las luchas revocatorias.
Esa confianza, después del robo del RR, podría haber sido invertida en las
jornadas a favor de las elecciones regionales que se avecinan. El diálogo,
instrumentalizado por el régimen fue, lamentablemente, la tijera que cortó el
hilo de continuidad en las luchas de la oposición venezolana.
Sin embargo, el capital social
y político acumulado por la oposición se mantiene intacto. El régimen tiene las
armas. Pero la oposición tiene a la mayoría, a la legitimidad democrática, el
apoyo inestimable de la OEA, y no por último, la fuerza moral que otorga la
Iglesia Católica en un país católico. Solo falta la dinámica de una dirección
política inteligente, dinámica que solo puede ser dada por los partidos y los
líderes, dentro o sin la MUD, pero jamás en contra de la MUD.
Ya escucho las voces airadas:
¿Y hasta cuándo vamos a seguir esperando? La respuesta solo puede ser la
siguiente: En política no hay que ponerse fechas. En política solo hay que
ponerse objetivos. Y mientras más claros son los objetivos, más cortas pueden
ser las fechas. ¡Elecciones regionales ya!
28-01-17
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