Por Soledad Morillo Belloso, 13/01/2017
Por lo que más quieran, no lo tumben. No lo
saquen a medianoche en pijama para montarlo en un avión y sacarlo del país.
Nada de emborracharlo y encerrarlo en un baño. Tampoco le desvíen el avión
cuando venga de regreso de un viaje. No serviría para nada y haría mucho daño.
La salida de este desastre va a ser electoral. No
se sabe cuándo, ni cómo. Ni si esos comicios serán hasta de una nueva Miss
Venezuela. Sabemos que esta situación no se soporta más. Que esto no es un
simple momento de vacas flacas. Esto es una hecatombe del sistema. Y sólo el
sistema puede generar anticuerpos para luchar contra un régimen que se
convirtió en una calamidad pública.
Estamos en presencia de una guerra de tronos. Ya
la etapa de juego ha sido superada. Y en esta guerra hay reyes, príncipes que
esperan heredar, duques, condes, marqueses. Y mucho pueblo. Hay salas de guerra
en varios palacios y, claro está, en oficinas, bancos internacionales, empresas
y cuarteles. Este conflicto no será bélico; es una guerra fría, pero de mucha intensidad.
Seguramente habrá algunos disparos con armas de fuego, pero el verdadero
enfrentamiento no será con explosivos. Este tipo de guerra usa otras armas, por
cierto mucho más peligrosas.
El régimen le declaró la guerra a la
Constitución. Y también a la Asamblea Nacional, a la República, al
sistema democrático, a la Iglesia católica, a las universidades, a los
empresarios, a los partidos políticos, al pueblo. También a los organismos
internacionales, a los intelectuales mundiales, a vecinos. Y en cuanto alguien
del Poder Ciudadano, el TSJ, el CNE y los uniformados, tenga el coraje de
revirar, también le caerá encima este decreto de guerra a muerte escrito sobre
el aire pero al cual los jerarcas le otorgan total validez como si tuviera
sello legal.
Comienzan a aterrizar en Maiquetía los
mediadores. Llegan con poca o ninguna esperanza. Saben que son escasas, casi
nulas, las posibilidades de negociación exitosa con un régimen que habla
cruzando los dedos tras la espalda, que miente sin que se le sonroje la calva a
Jorge Rodríguez o al Presidente se le despeine el bigote. Pero vienen como para
sentar el precedente, para que no se diga que no lo intentaron; algunos quizás
para justificar los emolumentos recibidos y cerrar algunos negocios muy
convenientes. Esas reuniones, que ocurrirán con tirios y troyanos, serán un
saludo a la bandera. Negociar es un arte que requiere dignidad y un mínimo de
franqueza. Una negociación sería y sensata no puede prosperar montada sobre una
hoguera de falsedades o con una pistola en la frente.
La situación se pondrá mucho peor. En todo
sentido y aspecto. Económicamente, financieramente, socialmente, políticamente.
Mucho se advirtió que los problemas que no se atienden con inteligencia y
diligencia tienden impepinablemente a agravarse. Pero la ceguera y sordera se
impuso. Y la lujuria del poder que está tatuado en el ADN de este régimen. Y
así estamos. Una economía enferma de desgracia, de negligencia, de maluquerías
de trashumantes y traficantes. Una sociedad víctima de un Estado cooptado por
un régimen que de los gruesos errores y violaciones pasó a los
monumentales horrores y pecados.
Los historiadores, a saber los curucuteadores del
pasado, tratan de decirnos que de ésta, aunque nos cueste creerlo, también
saldremos. Y así será. Entretanto, bueno, no lo tumben, por favor. Que tanto
sufrimiento tiene que tener un final medianamente feliz, votando, como debe
ser, como siempre debe ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico