Por Leopoldo López
No es casualidad que en 2014,
fue un 23 de enero el día que decidimos plantearle a los venezolanos una salida
a este desastre. Ese día, dijimos claramente que en Venezuela había una
dictadura y que, por tanto, debíamos oponernos frontalmente a ella. Menos de un
mes después, fui encarcelado y luego juzgado por mis palabras, constituyó un
"delito" decir: "hay que salir a conquistar la democracia".
Increíble pero cierto, ese fue un alegato de la fiscalía aceptado y usado por
la juez para condenarme. Desde ese momento, muchos analistas, periodistas y
amigos a través de mi familia y mis abogados me preguntaban: Leopoldo, ¿por qué
dices que en Venezuela hay una dictadura?, ¿acaso no te parece una exageración
tal afirmación? Tal pregunta parecía una ironía hacérsela a un preso de
conciencia, a un preso por sus ideas, aunque sé que todos la formularon con la
mejor de las intenciones. Pese a la complejidad del asunto, la respuesta me
parecía muy simple: porque las cosas hay que llamarlas por su nombre.
A raíz de esas repetidas
preguntas, en septiembre de ese mismo año 2014 pude escribir un artículo que
titulé precisamente, "Las cosas hay que llamarlas por su nombre: en
Venezuela hay una dictadura", el cual fue publicado en distintos medios de
comunicación. Igualmente, al escribir una carta a los venezolanos de fin de año
2016 y publicada el 31 de diciembre decidí titularla "2017, democracia o
dictadura" porque siento que, hoy más que nunca, ese debate tiene
extremada importancia. Tener una clara definición de a qué nos enfrentamos por
parte del liderazgo democrático es un asunto vital para la estrategia de lucha
pero, más importante aún, para que ese liderazgo pueda darle respuesta al
venezolano de a pie, nuestro pueblo, que ve como su modo de vida ha sido
trastocado en todas sus dimensiones materiales y espirituales por un sistema
que no respeta en lo más mínimo las normas democráticas esenciales y cuyo
objetivo es CONTROLAR A TODO EL PUEBLO VENEZOLANO. Un sistema que quiere
controlar desde la forma de pensar, pasando por lo que podemos comprar hasta lo
que comemos. Un sistema basado en el control y la dependencia.
Los contrastes entre una
democracia y una dictadura se aprecian fundamentalmente en tres aspectos: el
origen y legitimidad del poder, el desempeño que se hace de ese poder y la
finalidad última del poder mismo.
Los venezolanos estamos
comprometidos con un fundamental principio: el origen del poder y fuente
primaria de la legitimidad de nuestra democracia está en la soberanía popular,
en la voluntad del pueblo, expresada mediante el ejercicio del sufragio. No es
posible hablar de democracia como sistema de gobierno sin que se haya
manifestado, mediante el voto, la soberanía popular.
Durante más de 15 años una
columna vertebral de la propaganda oficial fue el discurso electoral. "En
Venezuela han habido más de 18 procesos electorales en los últimos años"
se insistía. En Cuba hay elecciones y una sola familia se ha mantenido en el
poder por más de 50 años, en Corea del Norte, donde existen hasta campos de
concentración, también se realizan elecciones. Somos un país muy democrático,
el más democrático y con el mejor sistema electoral del mundo, según la verdad
oficial, por el hecho de que tuvimos muchas elecciones, pero se obviaba
precisamente el desempeño autónomo y legal que constituye el edificio
institucional del estado de Derecho. Hoy instituciones fundamentales para
conformar un sistema legal y de derecho, como son el Tribunal Supremo de
Justicia, la Contraloría General de la República, el Consejo Supremo Electoral,
los cuerpos de seguridad del Estado, representan instancias secuestras por una
cúpula desde el Poder Ejecutivo y puestas al servicio de una ideología y
partido de manera parcial, excluyente. Son acciones y desempeños propios de una
dictadura, sin duda alguna.
La legitimidad de un sistema
democrático requiere más que el voto universal, directo y secreto. Es
igualmente necesaria la legitimidad del desempeño del poder manteniendo la
vigencia de los principios de separación de poderes y la vigencia del Estado de
Derecho. Es fundamental que prevalezca la autonomía de los poderes públicos y
el compromiso de cada uno de éstos para con el resguardo y aplicación de la
ley. Es lo que entendemos como Estado de Derecho. O, en otras palabras, el
imperio de la ley. En contraposición está una dictadura, un esquema o sistema
de gobierno en el cual no existe frontera entre los poderes. Cuando se borra la
autonomía de estos y se violenta la ley, normalmente con la finalidad de
mantener el poder a quien lo ostenta.
En tercer lugar, ¿Para qué el
poder? ¿Con qué finalidad? Respondiéndonos estas preguntas se aprecia con mucha
claridad las diferencias entre democracia y dictadura. En democracia el poder
se ejerce con la finalidad de promover y mantener vigencia plena de los
derechos y libertades de los ciudadanos, mientras se busca y logra el
permanente bienestar de todos los ciudadanos, sin ningún tipo de distingo. En
contraste, en las dictaduras la finalidad en el ejercicio del poder es
mantenerlo a cualquier costo para una pequeña cúpula corrupta, generando
irremediablemente una fuerza inercial que de una u otra manera entrará en
conflicto con la vigencia de los derechos de todos los ciudadanos. Como me he
expresado tantas veces: privan en sus actuaciones la finalidad de mantener el
poder, no la de alcanzar bienestar y progreso para todos en el marco de la
legalidad.
Y este empeño y desempeño
inevitablemente conduce a una nueva etapa de la dictadura: ya la vía electoral
solo es posible cuando le favorezca, si no le favorece debe manipular las
condiciones al máximo para influir sobre los resultados y si aún haciendo esto,
no le es posible mantener el poder, necesario es suspenderla. Aquí es donde nos
encontramos hoy. El sistema cruzó una raya que los demócratas venezolanos y el
mundo democrático no debemos tolerar con pasividad: el desconocimiento a la AN,
el desmantelamiento institucional y del Estado de Derecho a través del control
total de los poderes públicos en especial del TSJ y CNE y, lo más grave, la
eliminación arbitraria del Referéndum constitucional, que suspendió el ejercicio
del voto popular en nuestro país.
Hoy 23 de Enero insisto en
este punto porque estoy convencido que, el no tener una postura clara y en
consecuencia firme y sistemática, acerca del tipo de régimen al que estamos
enfrentando, ha permitiendo el avance de la dictadura y la destrucción del país
y por eso he afirmado siempre que éste es el primer paso para una estrategia
compartida por todas las fuerzas democráticas. Este debate es particularmente
importante entre las organizaciones políticas, sociales y económicas que en sus
distintos ámbitos tienen funciones de conducción y liderazgo y que debe ponerse
a la altura de nuestro pueblo. Hago esta afirmación porque, afortunada y
orgullosamente, podemos decir que los venezolanos están muy claros y cada día
tienen niveles mayores de conciencia sobre la causa y el origen de su situación
política, social y económica. Hoy, según los más serios estudios de opinión, el
70% de los venezolanos considera que este gobierno no es democrático y se ha
convertido en una dictadura.
No es cierto, como he leído en
algunos análisis, que al pueblo no le interesa si estamos en dictadura o si
estamos en democracia y que eso no tiene mayor importancia mientras le
resuelvan sus problemas. Mi respuesta frente a ese argumento es que la inteligencia
de nuestro pueblo no debe subestimarse. El venezolano tiene tantas necesidades
materiales y básicas como necesidades espirituales de libertad. El pueblo de
Venezuela sin duda hoy está agobiado por los problemas más básicos, pero
también está asfixiado por un régimen que lo quiere controlar todo, por una
dictadura que busca suprimir nuestras libertades. Frente a esto, nos
corresponde definir una meta y orientar una ruta común y unitaria para el 2017:
RECUPERAR EL VOTO POPULAR Y SALIR DE LA CRISIS.
Hermanos y hermanas, estando
aquí ratifico mi más profunda convicción de seguir luchando contra este sistema
represivo, ineficiente, corrupto y antidemocrático que se ha construido a lo
largo de más de tres lustros. Necesario es tener una visión clara de hacia
dónde vamos y asumir los riesgos para llegar allí. Nos guste o no, entramos en
una fase distinta, una fase de resistencia. Nuestra actitud ante esta dictadura
violadora de los derechos humanos tiene que ser de permanente irreverencia,
debemos desafiarla y promover un cambio profundo, un cambio democrático. No
podemos, dadas las circunstancias que vivimos, asumir una timidez paralizante
que impida que la oposición en su conjunto sea de manera creíble una opción de
cambio. Ni mucho menos ser presa de un miedo paralizante al momento de tomar
decisiones que impliquen riesgos, que desafíen la dictadura y nos permitan
avanzar en la lucha. Ese temor nuestro y la administración del terror por parte
del régimen han sido elementos fundamentales de su permanencia en el poder. Si
no logramos derrotar ese miedo, no tendremos la capacidad de concebir y liderar
un proceso de cambio.
Este proceso me ha llevado a
pensar mucho sobre la naturaleza de una lucha no violenta. La lucha no violenta
no es pasiva, ni contemplativa, ni complaciente. Todo lo contrario. Los más
importantes referentes de la política de no violencia, Gandhi, Mandela, Luther
King, han sido figuras profundamente irreverentes y desafiantes del status quo.
La no violencia es irreverente y desafiante, es una forma de lucha que también
está llena de riesgos por su naturaleza rebelde. Y es que exige ser rebeldes,
ante cualquier atropello a nuestros derechos, es necesario protestar,
alzar nuestra voz, alzar nuestra conciencia.
Venezuela clama por un cambio
auténtico y profundo. Siempre he sido optimista y hoy he fortalecido esa
condición. Nuestro peor adversario no es, ni mucho menos, Maduro ni la élite
corrupta que lo acompaña. Nuestro peor adversario es la desesperanza, es el pesimismo
y por ello hoy 23 de Enero los invito a renovar nuestras convicciones y nuestro
espíritu y en estas horas aciagas les digo: ¡Ni un centímetro para la
desesperanza, Venezuela!
22-01-17
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