Por Daniel Fermín
“¿Quién confía en el
presidente Maduro? ¿Quién se siente identificado con el PSUV?” La pregunta es
provocadora, sirve para abrir el tema de crisis de representación en una mirada
sociológica al Estado, la política y las instituciones. La reciben entre risas.
Nunca fue el oficialismo fuerte en las universidades. Si hay alguno, se guarda
el secreto. No hablo de política en clases, respeto demasiado el salón y a los
estudiantes como para ser de esos, a pesar de que siempre está a flor
de piel, de que la materia se presta y siempre alguno intenta llevar la
discusión por esos predios. Esta es la única oportunidad, abriendo este tema,
en el que, para ilustrar el punto teórico, cedo y los complazco. Seguidamente,
otra pregunta: “¿Quién confía en la oposición? ¿Quién se siente representado
por la MUD, por sus diputados y dirigentes?”. Nadie levanta la mano. Esta vez
no hay risas, sino silencio absoluto. No es el silencio de la indiferencia,
sino el de la insatisfacción.
Es un salón de 70 personas,
en una universidad de Caracas. “El futuro del país”, dice el cliché. Nada
estadísticamente representativo, pero sí un buen grupo para ilustrar el
espíritu de una preocupación. Hurgando, encontramos algunas pistas: no se
preocupan por la gente sino por sus propios problemas, son ingenuos, no hablan
claro, prometen y no cumplen, no saben enfrentar a la dictadura, no los
conozco, no nos hablan de nuestros temas. Es una larga letanía, he desatado un
demonio. La crítica crece, se retroalimenta. Cabezas asienten, onomatopéyicos
“ajá” concuerdan en cada crítica. Nadie hace la salvedad, ninguno dice “pero no
la tienen fácil…”.
La Mesa de la Unidad está en
problemas si la gente común y corriente la siente ajena. Más si se trata de los
estudiantes, siempre atentos, más que otros sectores, a la suerte del país.
Sería fácil encontrar la explicación en la juventud de los estudiantes, en su
supuesta indiferencia y apatía. “No les importa nada”. Así, la solución pasaría
por dejar de escuchar reggaetón y dedicarse, en su lugar, a leer más la prensa.
Dejar tanta holgazanería y comenzar a activar. Pero sería equivocado. Arrogante
y equivocado. La juventud, principal víctima de la tragedia revolucionaria, se
siente frustrada, cuando no engañada. No se siente interpretada por las élites
políticas. Se siente abandonada a su suerte, y muchos esperan un golpe de
gracia, algún hecho de fortuna que les permita fotografiarse los zapatos en el
Cruz Diez de Maiquetía y buscar futuro en otras latitudes.
No tienen la culpa. Solo
conocen esto: Chávez, Maduro, “la oposición” como categoría de identidad
política. La peleadera, el deterioro de las condiciones de vida año tras año.
Las promesas del inmediatismo y el desengaño que deja la resaca de las
propuestas irresponsables del liderazgo. Son los hijos de la revolución, aun
cuando jamás la hayan apoyado. Ellos, sí, los hijos de Chávez, y no creen en
nadie.
Son los políticos los que
deben ir al encuentro de la gente. Se han ensimismado y solo encuentran
audiencia entre ellos: políticos hablándole a políticos. La gente desde la
barrera, viendo el espectáculo mientras se las arregla para sobrevivir.
Los peligros son evidentes: el germen antipolítico, la desvinculación con lo
nacional, el engaño del claustro individualista como tabla de salvación, el
engorde de la diáspora.
En el país donde hay crisis
de todo, también existe una evidente crisis de representación. El liderazgo
debe abocarse a la discusión abierta y transparente con la gente para
construir, desde abajo, soluciones a los principales problemas del país. ¿Quién
le habla a los jóvenes de cómo superar el sitio del hampa, de qué propuestas
existen con respecto a una política habitacional que haga fácil acceder a un
alquiler o a un crédito para una vivienda que les permita crecer e
independizarse? Más allá del diagnóstico, ¿Dónde están las soluciones? Y así,
con todos los sectores.
Los partidos no se
fortalecerán cuando pase la “ola” del antipartidismo, lo harán cuando recuperen
su condición de luchadores por el bienestar social y las reivindicaciones,
cuando salgan al encuentro del venezolano de a pie, no con promesas vacías ni
con planteamientos inalcanzables en los cuales ni ellos mismos creen, no para
vender su marca y posicionarse como franquicias electorales, sino con el
compromiso de organizar el reclamo ciudadano y cristalizarlo en un cambio, no
de caras ni colores, sino que permita a la gente vivir mejor. Solo entonces se
apropiarán los venezolanos de sus partidos y de sus políticos y los sentirán
suyos. Solo entonces podrá romperse el ensordecedor silencio de los inocentes.
20-01-17
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