Por Roberto Patiño
El diputado Gilber Caro es
un amigo que, en estos momentos, se encuentra secuestrado por un gobierno
dictatorial, bajo cargos y acusaciones fraudulentas, que buscan, además,
convertir sus logros de vida en elementos para el escarnio y la
descalificación.
Gilber Caro no es un
golpista. Lo conozco desde el 2007, cuando yo participaba en el movimiento
estudiantil. Mi aprecio por Gilber fue en aumento a medida que conocí su
historia, sobre la que él ha sido siempre franco y sincero. Tuvo una juventud
de “malas juntas” y de delincuencia, que lo llevó por diferentes cárceles hasta
cumplir una condena de 10 años en el Rodeo 1. Allí, luego incluso de formar una
banda carcelaria, Gilber decidió cambiar y se rehabilitó. Se convirtió al
cristianismo y a su salida formó una organización, Liberados en Marcha, que
trabaja en la reinserción de los privados de libertad.
Como ya he dicho, Gilber es
franco a la hora de hablar de su pasado. No lo oculta y lo asume con
responsabilidad. En años recientes hemos coincidido en numerosos foros y talleres,
relacionados a la cultura de la violencia, la prevención de la inseguridad y la
organización de las comunidades. Su testimonio es un ejemplo de redención
a pesar de las dificultades, de asumir la responsabilidad de nuestros actos, de
rehabilitación y reinserción, como aspecto primordial para el control y
disminución de la criminalidad. Ha hecho cursos en el IESA e incluso logró una
beca para estudiar en una universidad del extranjero. Un largo camino y un arco
vital impresionante desde su juventud problemática, logrado a punta de
esfuerzo, responsabilidad y autodeterminación.
El 11 de enero fue detenido
de forma irregular, junto con su novia, por el Sebin, en una de las primeras
acciones del Comando Anti Golpe liderado por el vicepresidente El Aissami. Se
le acusó de llevar armas y explosivos y se presentó un perfil de su persona,
replicado después en distintos medios afectos al oficialismo, en el que se le
presentó como a un criminal, manipulando groseramente su biografía.
Como ha sido usual en estos casos,
Gilber está incomunicado y se desconoce las condiciones a las que está siendo
sometido o su estado y el de su compañera. Al momento de escribir estas líneas
no ha podido ser visto por familiares, allegados ni representantes legales. En
días pasados se han dado a conocer grabaciones de una conversación de Gilber
con Lilian Tintori, cuyo contenido se pretende utilizar, bajo una
interpretación forzada y sin bases, como prueba de una conspiración
desestabilizadora. Todo lo anterior ha sido utilizado por el régimen para
vincular al partido Voluntad Popular a un plan golpista e inhabilitarlo.
La historia de
rehabilitación de Gilber es un caso atípico y motivador frente a situaciones de
impunidad, crisis carcelaria o la exaltación de los antivalores del pranato que
tristemente se han vuelto tan comunes en nuestro país. Es inaceptable que el
régimen lo tergiverse y lo emponzoñe en la creación de un falso chivo
expiatorio. En vez de usarla como un ejemplo de superación, la pervierte,
explotando la procedencia y pasado delictivo de esta persona y
contradiciendo, de forma hipócrita, el falso discurso progresista e de
aceptación de una pretendida revolución.
La militancia de Gilber en
un partido político, en el que organiza manifestaciones y promueve la
activación de un RR, por ejemplo, son actividades democráticas, consignadas en
nuestra Constitución. Es inaceptable que se criminalicen como acciones
golpistas o maniobras desestabilizadoras, por un Gobierno que ha destruido toda
vía democrática para el entendimiento y resolución de conflictos.
Su detención y acusación
junto con su pareja, la manera en como funcionarios y voceros gubernamentales
han presentado supuestas pruebas y declaraciones, saltándose normativas
legales, procesos judiciales y utilizando medios del Estado, es completamente
ilegal y fuera de derecho. Es inaceptable que el régimen pretenda normalizar
este comportamiento dictatorial, así como las acciones del Sebin y el Comando
Anti-golpe, que funcionan sin control alguno de instituciones como la Fiscalía
o la Defensoría del Pueblo.
Defiendo a Gilber porque es
mi amigo y estoy convencido de su inocencia. Pero también, sencillamente,
porque no puedo aceptar la forma, absolutamente ilegal y criminal, en la que ha
actuado el régimen, y el discurso, violento, represor, falso e hipócrita, que
pretende sustentar semejantes acciones.
Como muchos venezolanos he
llegado a la terrible conclusión de que en estos momentos el país está sometido
a un régimen dictatorial. El caso de Gilber es la expresión reciente de esto y
un llamado de alarma. Como muchos, también me pregunto cómo enfrentarnos a esta
situación. Este no es régimen dictatorial como el que padecieron los
venezolanos hace más de 60 años. ¿Cómo adversarlo sin ceder al miedo, la
violencia y la anomia? En la construcción de esta respuesta debemos participar
todos, ya que signará los tiempos por venir y nuestro destino como país.
Es mi creencia que, en un
principio, debemos cuestionar el discurso de quienes quieren someternos y
denunciar sus falsedades, mentiras y amenazas.
En el caso de mi amigo
Gilber yo defiendo su verdadera historia, una historia de rehabilitación y
responsabilidad, por sobre esa farsa atroz de biografía que el régimen se
esfuerza en presentar. No acepto que se nos señale como un crimen su labor de
demócrata, activista social y líder comunitario. Y denuncio como acto criminal
y violatorio a los derechos humanos, su detención, encarcelamiento y el
desconocimiento de las condiciones de su estado actual.
Coordinador de Movimiento Mi
Convive
Miembro de Primero Justicia
23-01-17
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