Por Ángel Oropeza
Partamos de un elemento
clave que algunos olvidan con preocupante facilidad: enfrentar una dictadura
militarista, armada y corrupta, con herramientas y estrategias democráticas no
solo es difícil, sino que requiere –para tener éxito– de la participación
conjunta y coordinada de todos los sectores de la sociedad.
Es por ello que, a pesar de
las diferencias de enfoque estratégico que coexisten en el seno de la oposición
venezolana, todos coinciden en la importancia de la presión popular en
cualquier hoja de ruta conducente al cambio político, y de la presencia del
componente “calle” como elemento esencial de la estrategia.
Ahora bien, “calle” no es
solo ocupar con gente metros cuadrados de asfalto, ni “presión popular” es
llamar sin más a la expresión catártica de legítimas indignaciones. Para que la
protesta y la presión social tengan el éxito que de ellas se espera, se
requiere dotarlas de tres componentes esenciales: organización, disciplina y
direccionalidad política. Sin ellas, la calle no podrá alcanzar la necesaria
eficacia para convertirse en el elemento clave de una estrategia de presión
sistemática, inteligente e insoportable que socave las bases institucionales y
de soporte del régimen autoritario, y le obligue, buscando para sí el menor
daño, a permitir que el pueblo pueda finalmente expresarse por vías
electorales.
Los índices de
conflictividad social hoy en Venezuela revelan una situación de literal
ebullición. No obstante, las protestas y acciones de calle, si bien cada vez
más frecuentes, siguen siendo fragmentadas e inconexas entre sí. Es
imprescindible articularlas y agregarlas si se quiere transformarlas en agente
eficaz de cambio.
Sobre esta necesidad
ineludible se acaban de pronunciar hace pocos días los obispos venezolanos a
propósito de su 107 Asamblea Plenaria ordinaria. Luego de un agudo análisis
sobre la situación del país, la Conferencia Episcopal presenta algunas propuestas
y cursos de acción, unos dirigidos al gobierno, y otros, a la dirigencia
democrática. Pero el numeral 14 de su documento final hace un exhorto a todos
los integrantes de lo que se conoce como sociedad civil, “a lograr puntos de
encuentro que favorezcan la articulación de los diversos sectores en un
proyecto común de país”.
En nuestro país, desde hace
rato la gente está en la calle, en una agotadora lucha de supervivencia
cotidiana y expresando de muchas maneras su descontento e indignación. Diversos
sectores sociales –sindicales, estudiantiles, vecinales, universitarios,
obreros, gremiales– vienen multiplicando sus acciones de calle y sus
movilizaciones particulares. Sin embargo, para lograr progresivamente el
objetivo de convertir a la ciudadanía en sujeto activo y protagónico de la
transformación política, es necesario comenzar por diseñar y conformar una
plataforma de conexión orgánica tanto entre la multiplicidad de sus actores y
componentes, como entre estos y la dirigencia política democrática.
Esta plataforma permitiría
la necesaria comunicación entre las distintas organizaciones sociales, que cada
una sepa qué hace la otra, apoyarse mutuamente y potenciar su acción, reforzar
la eficacia política de su actividad o movilización, y establecer mecanismos
mínimos de coordinación de sus protestas, no solo para erosionar las
estructuras de soporte oficialista sino para que esa misma organización se
convierta en un factor de gobernabilidad cuando se materialice el cambio
político. Además, una red de esta naturaleza se convertiría en un crucial
recurso de apoyo a la estrategia de la Mesa de la Unidad Democrática,
respetando tanto la dirección que corresponde a los partidos políticos como la
autonomía de las organizaciones sociales.
Los meses por venir requieren,
como nunca, de unidad. Unidad en los objetivos, la movilización y la
estrategia. Pero no solo unidad del liderazgo político. Una plataforma de
conexión entre nuestros principales sectores sociales organizados puede
resultar la clave que hacía falta para voltear definitivamente el juego.
24-01-17
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