Por Luis Pedro España
Las contradicciones
socialistas parten de la propia experiencia de vida que finalmente tienen los
que militan obstinadamente en esas lides. Los feligreses de esta doctrina se
pretenden deslindados del mundo material, abogan por la sencillez y la
moderación a favor de la igualdad, hasta que, puede que por accidente,
disfrutan del ascenso material y se ven obligados a ocultarse para acariciar lo
que anhelan: buena ropa, viajes y artefactos que provienen de la riqueza.
Friedrich Engels, al que se
le atribuye la frase: “De la burguesía, la comida y sus mujeres”, expresa de
manera antropológicamente animalesca la propuesta en contravía que subyace en
el socialismo. Así como es cretino y subhumano relegar nuestra existencia al
disfrute material y a perseguir la satisfacción que de ello deriva, terminan
siendo hipócritas y cínicas las propuestas socialistas que rompen lanzas en
contra del consumo, la asignación de recursos según las capacidades y
consideran cuasi vulgar el comportamiento guiado por incentivos.
La contradicción socialista
es todavía más tórrida cuando quienes la padecen son personas con poca
formación intelectual, estiman que el límite del conocimiento de la humanidad
se equipara al de sus propias limitaciones cognitivas y, adicionalmente, se
encuentran en posiciones que les permite eludir la evidencia de su desnudez
intelectual.
Casi todos los líderes
populistas cuadran con este perfil. Desde Trump hasta Chávez, de Getulio Vargas
a Perón, pasando por pintorescos personajes como Velazco Alvarado en Perú, en
todos estos casos el menosprecio por el conocimiento es proporcional a la
convicción de su posesión. En otras palabras, a estos señores nada había que
enseñarles, ellos ya todo lo sabían, o de lo contrario, estaban a punto de
darse cuenta de la obviedad que se atrevió a enunciar algunos de sus “técnicos”
cuando, en un acto desesperado de tratar de enmendar las acciones disparatadas
de su jefe, se atrevió a contradecirlo.
Cuando bajamos al cuadro
administrativo la contradicción socialista se hace aún más clara y vergonzosa.
El discurso socializante, la demonización del materialismo, la alusión al
propio sacrificio, contrastan bochornosamente cuando los vemos en remotas
ciudades o en lugares donde se creían protegidos, jadeando y exultando placeres
materiales que solo serían simples caprichos o gustos normales si no
provinieran del empaque rígido que les impone el ascetismo hipócrita del
socialismo que profesan.
Digamos que hasta aquí no
hay mayores problemas si se tratara del comportamiento individual de personas
contradictorias y con algún problema de sociabilidad. El asunto es que no
estamos hablando de hijos de vecinos con alguna frustración o uno que otro
complejo. Se trata de individuos que, en nuestro caso, han manejado un país por
casi dos décadas y han permanecido en esa posición gracias al beneficio (sin
contraprestación) de 1 millón de millones de dólares, sin reparar en mayor
objetivo que atender sus propias contradicciones socialistas.
Al presente nos gobiernan
las contradicciones a secas. Sus propias percepciones les dan información
acerca del desastre sobre el que están montados, pero la aridez de ideas y la
imposibilidad de desprenderse de la estética que los trago hasta aquí (amén de
las contradicciones de origen), nos tienen a todos sumidos en la trampa de la
inmovilidad, del reiterado ensayo de lo mismo para que ocurra lo distinto, o a
la espera del verdadero y único milagro que puede tapar el abismo entre deseo y
realidad: el aumento del precio del petróleo.
No ocurrirá. No importa
cuántas reuniones o acuerdos hagan. El excedente de la renta está condenado por
el desarrollo tecnológico, consecuencia de ese conocimiento al que nunca
tendrán acceso, aunque alardeen de codearse con él. La renta, que permite
pensar como pobre y vivir como rico, tenderá a reducirse o, en el mejor de los
casos, a estancarse para todo el futuro previsible. Ese es nuestro destino, al
menos que como pueblo decidamos romper para siempre con la contradicción
socialista, abandonar la hipocresía y la doblez moral de un país que se creyó
“la gran cosota”, por tres o cuatro ventajas materiales que la caprichosa
naturaleza le concedió a nuestro territorio.
Superar la contradicción
socialista puede que al final sea superar la propia contradicción que tenemos
como país.
19-01-17
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