Por Claudio Nazoa
Señor Nazoa:
Soy una almeja macho. Estoy
fastidiado, al igual que mis hermanos chipichipis, ostras, guacucos, guaruras y
vieiras. Pasamos la vida en conchas pegadas a un madero, a un coral o sobre la
arena en el fondo del mar.
No soy presumido, pero estoy
convencido de que las almejas, gracias al yodo, somos brillantes, de buena
memoria, sabrosas, inteligentes e, incluso, algunos hasta escribimos. Guarde
eso como un secreto, ya que no quiero terminar en un circo donde una extraña
especie marina, a través de branquias, me anuncie como a una rara atracción.
—¡Pase! ¡Pase adelante! ¡Vea a
la extraordinaria almeja que escribe! ¡Vea al Rómulo Gallegos del mar, al
García Márquez de las olas, al Mario Vargas Llosa de las almejas!
Y usted se preguntará: ¿Por
qué me escribe esta almeja? Lo hago para explicarle cómo nos diferenciamos.
Las almejas somos largas, con
concha de color negro aplomado. Nos usan para preparar arroz y decorar paellas.
Las ostras se sirven
generalmente crudas y frescas, nadando en jugo de limón y acompañadas de jerez
seco.
Los chipichipis son conchas
chiquiticas. Se consiguen en muchas playas y dan un caldo delicioso. No se
horrorice, pero la gente de la costa los usan como afrodisíacos, una especie de
Viagra criollo. Y, hablando de eso, nunca he entendido a los humanos machos, en
cuanto ven a una mujer en hilo dental se vuelven como locos. A mí, eso no me
excita. Esos mujerones ni me van ni me vienen pero unas almejas desnuditas, sin
concha y atravesadas por un palito, ¡hmmmm....! ¡Eso sí que me vuelve loco!
Mi primo guacuco es una
conchita que parece un abanico. Se usa en arroces y caldos. La guarura es el
Arnold Schwarzenegger de la familia y se le consigue tirando físico en las
islitas del Caribe. De las vieiras no me gusta hablar. Se las dan de
afrancesadas por culpa de los chef que casi siempre las preparan a la crema y
las acompañan con champaña, por eso, lamentablemente, se les ha subido la
concha a la cabeza.
Por cierto, me gustó su
libro Humor y amor y siempre leo El Universal donde usted
es articulista y dibuja esos zapatazos tan valientes. ¡Ahhh…!, y no se
preocupe. No revelaré su secreto. Nadie sabrá que usted en realidad es Rodolfo
Izaguirre, hermano del profesor Jon Aizpúrua y padre de Carlos Baute, el que
escribió en el sur Un jardín al norte.
Ojalá nos veamos pronto señor
Laureano Mar y de mi parte, salude a su tío Alberto Soria.
Suyo:
Venerupis decussata.
30-01-17
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