Por Luz Mely Reyes, 29/01/2017
Cada vez que se asoma el tema de las personas que
deciden irse del país y se confronta a los que deciden quedarse se genera una
discusión que muchas veces es agobiante y termina con heridas de ambos lados.
Quedarse o irse nunca ha sido motivo de discusión
para mí, porque nadie sabe gotera de techo ajeno y porque es algo tan personal
que me imposibilita debatirlo.
Recientemente en una conversación improvisada con
el periodista Alonso Moleiro, él aseguraba que ya la discusión de irse o
quedarse en el país debía ser superada principalmente porque no es un secreto
la crisis sin parangón que vivimos, que obliga a irse hasta a
personas de los sectores menos pudientes.
Los medios brasileros han reportado la invasión
de venezolanos. En este caso se trata de indígenas warao que se han
visto obligados a vivir de la mendicidad. La deportación de 400 de ellos motivó
un pronunciamiento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
y a tratar a estas personas con la calificación de refugiados.
Pero no es solo allí. Ya son decenas las historias de
paisanos que se van a otros países sin estar preparados para ello.
En Panamá hicieron una manifestación
antivenezolanos; en Miami se reportan deportaciones
de ciudadanos que -por cierto- viajan en situación legal; a Curazao tratan de
irse en endebles embarcaciones; Aruba endureció su política para los turistas
criollos. Tan solo el gobierno de Perú ha tenido un gesto de apertura hacia los
migrantes venezolanos al contemplar un permiso temporal para los que ingresaron
hace tres años.
Generalmente, cuando uno toma una decisión de
vida, las dudas pueden aflorar así como la necesidad de reafirmarse en la
confianza de que se toma la decisión correcta.
Quedarse en el país por decisión, puede obedecer a distintas razones.
Quedarse en el país por decisión, puede obedecer a distintas razones.
Yo, como tal vez mucho de los que me leen,
permanezco en mi país por varias razones, algunas de las cuales no sé cómo
explicar, aunque pueda argumentarlas. La principal es que yo creo que
Venezuela tiene futuro. Y, mientras ayudo a construirlo, uso un escudo
antidesaliento para inmunizarme de las razones que hay para salir de nuestra
patria.
La buena noticia es que sé
de muchos que también tienen esa confianza y eso les anima a permanecer y hacer. Sé de otros que
igualmente hacen desde afuera. Es decir, para tener esa esperanza
no hace falta quedarse en el país, sino hacer algo por él.
¿Y a qué llamo hacer?
Retomo a Moleiro que comentó que en su red de
Twitter se armó un zafarrancho porque él dijo algo como que hay gente opositora
que quiere marchar con un Toddy frío ( exactamente no fue así, pero es lo que
recuerdo).
Y he aquí donde vuelvo a una idea que me da
vuelta y vueltas.
Como sociedad- no enumero las excepciones- nos
adaptamos muy bien al paternalismo y al liderazgo vertical,
tipo caudillo, tipo: quien manda es el o la que sabe. O, en
todo caso, el liderazgo tipo Chávez tiene seguidores de distinto signo, incluso
en el ámbito no político.
¿Y a que nos lleva eso?
Primero a un gran individualismo,
aunque parezca paradójico, pero que en nuestro caso no usa las ventajas del
individualismo en sí, que puede terminar por generar mejor ambiente para la
colectivización. Nos lleva a un “sálvese quien pueda”. Luego, nos lleva a poner
el control en lo externo, en que “alguien haga por nosotros”, que nos salve de
este desastre ( ya de esto hay mucha bibliografía). Se nos olvida que fue esa
misma conducta la que llevó al poder a la clase política que hoy tiene al país
sumido en esta gravísima situación.
Pero más que nada nos genera paralización,
lleva a la queja sin acción y a desconfiar de nuestras propias
capacidades para incidir de alguna manera en nuestro entorno.
Pero más que nada nos genera
paralización, lleva a la queja sin acción y a desconfiar de nuestras propias capacidades para
incidir de alguna manera en nuestro entorno. En algunas ocasiones nos
produce desesperación y nos incita a creer que la violencia
per se puede funcionar. Y, sobre todo, nos lleva a depositar nuestras
vidas en las manos de otros. Esto pasa en lo político, en lo social, en lo
económico. Hablo en términos generales, porque por supuesto hay excepciones.
Cuando hacemos esto también perdemos la capacidad
de organizarnos para tener incidencia y trasformar desde las alianzas nuestro
entorno. ¿Paradójico verdad?
Entonces, allí puede ser que nos inmovilicemos
porque de entrada creemos que nada de lo que hagamos puede cambiar la
“realidad”. O que ante el más mínimo revés tiremos la toalla.
Para resumir, mientras no entrenemos el músculo
de agruparnos por intereses comunes -que no necesariamente visiones comunes-,
desarrollemos espacios de encuentros, tolerancia, discrepancias, disensos y
consensos, y erradiquemos la costumbre de dejar nuestras vidas, así como el
futuro de nuestros hijos, en manos de cúpulas, vamos a repetir la historia una
y otra vez. De manera que no es un asunto de si me voy o me quedo, sino de todo
el contexto y la historia colectiva que hay detrás de una aparente decisión
individual.
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