Por Luisa Pernalete
Apreciados compañeros de
camino:
Es posible que muchos de
nosotros pensemos que no hay nada que celebrar. Los comprendo y en parte tienen
razón: la situación está muy difícil, aunque ser educador nunca ha sido tarea
fácil, sin embargo yo sigo pensando que ser maestro es una gran oportunidad
para la realización personal: ¡Yo soy maestra y a mucha honra!
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Creo que no nos ayuda andarnos
quejando de lo que en realidad afecta a la mayoría de los venezolanos, y a la
mayoría de los niños, niños y adolescentes que están en las aulas, mucho peor
para los que se fueron o para los que nunca han ido. Entonces, no debemos
sentirnos las mayores víctimas de este país. Es verdad que la sociedad en
general no valora mucho nuestra profesión. No resulta atractivo, los milagros
que somos capaces de hacer no agarran centimetraje, ser una miss genera
aplauso, ser buen maestro ni se nota, aunque haya maestras que parecen misses,
pero la valoración de lo que hacemos no va a venir de fuera: somos nosotros los
que tenemos que valorar lo que hacemos.
Cuando me inicié en las aulas,
hace 43 años, aún estudiaba en la universidad,
empecé con cuatro horas a la
semana. Mis alumnos eran adolescentes de primer año de bachillerato docente -lo
que se conocía como “normal”-, debo decir que cada clase era un reto: tenía que
conseguir que a esos futuros maestros les gustara la Historia -materia con fama
de aburrida- y la Geografía Económica -“¿y eso para qué sirve profe?”; tenía
que lograr que le agarraran gusto a la lectura, que el aula -futuro lugar de
trabajo para ellos- fuera un espacio de encuentro, de creatividad permanente, y
yo tenía que ser coherente con lo que decía: se puede ser feliz entre
pupitres.
Colegas, nosotros tenemos un
poder que a veces desestimamos, incluso en esta era de Facebook y Twitter. No
importa si no disponemos de videobeam, créanlo, yo mantengo en esos casos mi
“video-bond” y resulta. ¡Se los digo yo! La humanidad no se sustituye por nada.
Y Mientras más riesgos tienen nuestros alumnos de perder la vida, o perderla en
una banda, más grande se vuelven nuestros retos. Insisto: nadie dice que sea
fácil, pero las sonrisas son gratis, no requieren ni dólares, ni cédula, no hay
que hacer colas para adquirir, se contagia. Los nuevos retos rejuvenecen, las
canas en realidad son “ideas luminosas”, en este trabajo se enseña y se aprende
sin límites, no hay tiempo para el aburrimiento.
Tenemos tres opciones: renunciamos
y nos dedicamos a otra cosa, nos pasamos la vida quejándonos y poniendo mala
cara a los chamos, o decidimos que nuestra vida valga la pena, nos quejamos 3
minutos al día, y nos dedicamos a desarrollar nuestras inteligencias múltiples,
nuestro cerebro creativo, practicar la “pedagogía de la mano extendida”, tratar
a los alumnos como “ahijados” y a las madres como “comadres”: ¡verán que vale
la pena! Tú decides. Conozco muchos que ya lo decidieron.
Afectuosamente,
La maestra Luisa
12-01-17
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