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jueves, 15 de junio de 2017

El pudor de las venezolanas y la impudicia de Escarrá por @romanjoseduque


Por Román José Duque Corredor


Pensé dirigir una carta a Escarrá al leer su afirmación de que nuestras mujeres no son venezolanas porque como protesta ante el gobierno se quitaron su ropa y la arrojaron a la Guardia Nacional Bolivariana y al atribuirles falta de pudor por ese gesto y al poner en duda su origen, formación o educación. Pero enviarle una carta es entrar en una relación interpersonal con Escarrá, que hubiera sido rebajarme moralmente, porque he tenido como regla de conducta el de no dirigir palabra alguna, escrita o verbal, a los desvergonzados o impúdicos. Por eso decidí publicar un artículo que por su carácter público no es una conversación con quien por su comportamiento no merece ser mi interlocutor, no por soberbia, sino por su desvergüenza que me impide llamarlo por su nombre o tratarlo como señor y mucho menos ex alumno o colega.

Pienso que quien es ejemplo de impudicia no tiene autoridad ni condición moral para juzgar la falta de pudor. Además, olvida que la desnudez sin exhibicionismo o procacidad hoy día es una forma de expresión. Aún más, es también un modo de protestar contra la injusticia, y no por la sola desnudez, sin apreciar su razón, se puede calificar de falta de pudor a quien se desnude públicamente como forma de protestar contra la injusticia y no como exhibicionismo. A Escarrá lo que le molestó es que quienes protestaron fueran mujeres, puesto que no atribuyó falta de pudor al joven comunicador social, Hans Wuerich, que se desnudó en la marcha del 25 de abril, según sus propias palabras, “para hacerle entender a la Guardia Nacional Bolivariana que se estaban dejando conducir mal” . Es decir, como forma de expresión de la protesta pacifica, después de investigar sobre lo que significa protestar sin ropa, lo cual hizo, según declaró, con una Biblia en la mano, para denunciar la inseguridad y la muerte de tantos niños por pasar hambre, lo que le fue reconocido con una aprobación, muy respetuosa, muchas risas y muchos aplausos, pero muy reservados (El Nacional, 25.04.2017). Tal desnudez la opinión pública no la calificó de impúdica, por su justificación, y hizo de tal protesta un motivo de escándalo. En otras palabras, su gesto no se juzgó como un atentado a las buenas costumbres.


Aparte de lo injustificado, y hasta de extravagante de la afirmación de Escarrá, su descalificación como venezolanas de nuestras mujeres por desnudarse como protesta pacifica y de hasta de atribuirles un origen dudoso y falta de educación y de buena formación, es una conducta propia de quienes consideran a la mujer incapaz de valorar sus acciones y de poder decidir conscientemente sobre su participación en los asuntos públicos o en el debate político. En verdad, que no hay diferencia alguna entre la ponderada decisión del joven Hans Wuerich de protestar pacíficamente con su desnudez y las de nuestras mujeres opositoras al arrojar sus ropas a la Guardia Nacional Bolivariana. Esa asimetría social y conceptual califica a Escarrá como antifeminista. Porque, independientemente, de que se considere conveniente o no la desnudez como modo de protesta, la sola condición de mujer de las opositoras que expresaron su protesta contra el gobierno arrojando sus ropas, es el criterio de Escarrá para su demérito o discriminación.

La venezolana es hoy día tan ciudadana como los varones, y, por tanto, con capacidad y aptitud suficiente para adoptar sus decisiones; máxime cuando se trata de protestar contra la ausencia de libertad y la violación de los derechos humanos; o la de denunciar la falta de decisión de los militares ante tales atentados contra la institucionalidad y la dignidad de las personas. Creo que Escarrá pasará a la historia no como un consumado constitucionalista, ya desacreditado, sino como un antifeminista anticonstitucionalista. Frente a la descalificación de nuestras mujeres se alza su dignidad como venezolanas integrales, independientemente de su condición social o de su ideología.

Modernamente, desde el punto de vista social, psicológico y hasta moral, se ponderan las nuevas formas de protesta, entre ellas, el desnudo, al lado de la huelga de hambre, por ejemplo, como un modo de protestar contra ciertas rigideces. Así, estos modos han dejado de ser tabús porque es darle sentido de rechazo a la injusticia, la arbitrariedad y el abuso. El desnudo, en este orden de ideas, se utiliza no por seducción o por estética, ni siquiera por arte, sino por razón de ideas o de principios. Baste recordar que Walt Whitman, enfrentó hedonismo con puritanismo y destacó que la desnudez , no el nudismo, se convirtió en manifestación de protesta contra la injusticia y la opresión. Un Rector de la Universidad Nacional, como Antanas Mockus, exhibió la desnudez de sus partes posteriores, como protesta ante los estudiantes que se resistían al diálogo con las autoridades universitarias. Y tal gesto se incorporó en la cultura colombiana como un símbolo contra la intolerancia. En estos casos, no se trata de exhibicionismo, no se busca el ser admirado por ese gesto, porque no existe el placer de ser admirado o de seducir o de ser obsceno, sino de hacer patente u ostensible la injusticia, la opresión, la intolerancia o la falta de libertad. Hoy, la desnudez es un instrumento de disidencia ante la violencia y la opresión. Que si es el desnudo femenino, que por definición es oculto, su expresión como protesta es más significativo que el masculino, por su autenticidad de hacer público la violencia oculta o la represión encubierta o la ausencia de democracia o de libertad, o de hacer ostensible los crímenes de lesa humanidad. Es una forma de desnudar la tiranía soterrada o la falta de valentía de quienes tienen la obligación moral y legal de combatirlas.

Oyendo a Escarrá, es ostensible su impudicia, cuando en el Foro Constituyente con los trabajadores petroleros, dijo, “yo voy a acompañar con la piel, los pelos, el sudor, las lagrimas, la esperanza, la ilusión, y con mi vida, al Presidente Maduro cuando dijo que la constituyente la debe caracterizar una mayoría de mujeres”. Si se recuerda, además, como lo señala Claudio Nazoa en la carta pública que le dirigió el 15 de abril de este año, que Escarrá afirmaba que había que salir de este gobierno, que era una dictadura, de comunistas criollos enloquecidos, dirigido por cubanos, que nos arruinan y nos humillan, y que había que ir a Miraflores en una marcha sin retorno; su desnudez ética salta a la vista. Escarrá, se desvistió éticamente ante la dictadura que antes denunciaba. No puede uno menos, que concluir con Nazoa, “(….), quiero que me explique, ¿cómo es posible, que un gentleman como usted, con su elegante porte, exquisitos modales y sabiduría, se enlode ayudando a a preparar el barro putrefacto en el que nos hundimos los venezolanos?. Ese barro, Dr. Escarrá, lo manchará por dentro eternamente, aunque por fuera usted luzaca impecable”. Vestido Escarrá se desnuda moralmente ante el dictador e impúdicamente muestra sus partes inmorales ocultas.

Ante la impudicia de Escarrá al renegar de la gallardía y dignidad de nuestras mujeres, por mostrar su desnudez, como protesta para hacer públicos los crímenes de la dictadura y la violencia política, desconociendo su gesto simbólico, de hacer ostensible sus crímenes y la falta de voluntad de los hombres de uniforme de defender la institucionalidad democrática; debe recordarse que la no participación de las mujeres en la vida política frente la injusticia es propia de las culturas donde no existe paridad entre hombres y mujeres y donde es subestimada y discriminada por su sola condición femenina, sumiendo a la sociedad en un mutismo que impide su progreso, al no respetar su dignidad idéntica a la de los varomes. Porque, como lo recitaba Andrés Eloy Blanco, al referirse a la mujer: “Cuando tú te quedes muda, cuando yo me quede ciego, nos quedarán las manos y el silencio”. Más pudor tienen nuestras mujeres que se quitan la ropa para rechazar la dictadura, que un Escarrá bien vestido que se desnuda moralmente para servir al dictador.

14-06-17




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