Por Román José Duque Corredor
Pensé dirigir una carta a
Escarrá al leer su afirmación de que nuestras mujeres no son venezolanas porque
como protesta ante el gobierno se quitaron su ropa y la arrojaron a la Guardia
Nacional Bolivariana y al atribuirles falta de pudor por ese gesto y al
poner en duda su origen, formación o educación. Pero enviarle una carta es
entrar en una relación interpersonal con Escarrá, que hubiera sido rebajarme
moralmente, porque he tenido como regla de conducta el de no dirigir palabra
alguna, escrita o verbal, a los desvergonzados o impúdicos. Por eso decidí
publicar un artículo que por su carácter público no es una conversación con
quien por su comportamiento no merece ser mi interlocutor, no por soberbia,
sino por su desvergüenza que me impide llamarlo por su nombre o tratarlo como
señor y mucho menos ex alumno o colega.
Pienso que quien es ejemplo de
impudicia no tiene autoridad ni condición moral para juzgar la falta de pudor.
Además, olvida que la desnudez sin exhibicionismo o procacidad hoy día es una
forma de expresión. Aún más, es también un modo de protestar contra la
injusticia, y no por la sola desnudez, sin apreciar su razón, se puede
calificar de falta de pudor a quien se desnude públicamente como forma de
protestar contra la injusticia y no como exhibicionismo. A Escarrá lo que le
molestó es que quienes protestaron fueran mujeres, puesto que no atribuyó falta
de pudor al joven comunicador social, Hans Wuerich, que se desnudó en la
marcha del 25 de abril, según sus propias palabras, “para hacerle entender a la
Guardia Nacional Bolivariana que se estaban dejando conducir mal” . Es decir,
como forma de expresión de la protesta pacifica, después de investigar sobre lo
que significa protestar sin ropa, lo cual hizo, según declaró, con una Biblia
en la mano, para denunciar la inseguridad y la muerte de tantos niños por pasar
hambre, lo que le fue reconocido con una aprobación, muy respetuosa, muchas
risas y muchos aplausos, pero muy reservados (El Nacional, 25.04.2017). Tal
desnudez la opinión pública no la calificó de impúdica, por su justificación, y
hizo de tal protesta un motivo de escándalo. En otras palabras, su gesto no se
juzgó como un atentado a las buenas costumbres.
Aparte de lo injustificado, y
hasta de extravagante de la afirmación de Escarrá, su descalificación como
venezolanas de nuestras mujeres por desnudarse como protesta pacifica y de
hasta de atribuirles un origen dudoso y falta de educación y de buena formación,
es una conducta propia de quienes consideran a la mujer incapaz de valorar sus
acciones y de poder decidir conscientemente sobre su participación en los
asuntos públicos o en el debate político. En verdad, que no hay diferencia
alguna entre la ponderada decisión del joven Hans Wuerich de protestar
pacíficamente con su desnudez y las de nuestras mujeres opositoras al arrojar
sus ropas a la Guardia Nacional Bolivariana. Esa asimetría social y conceptual
califica a Escarrá como antifeminista. Porque, independientemente, de
que se considere conveniente o no la desnudez como modo de protesta, la sola
condición de mujer de las opositoras que expresaron su protesta contra el
gobierno arrojando sus ropas, es el criterio de Escarrá para su demérito o
discriminación.
La venezolana es hoy día tan
ciudadana como los varones, y, por tanto, con capacidad y aptitud suficiente
para adoptar sus decisiones; máxime cuando se trata de protestar contra la
ausencia de libertad y la violación de los derechos humanos; o la de denunciar
la falta de decisión de los militares ante tales atentados contra la
institucionalidad y la dignidad de las personas. Creo que Escarrá pasará a la
historia no como un consumado constitucionalista, ya desacreditado, sino como
un antifeminista anticonstitucionalista. Frente a la descalificación de
nuestras mujeres se alza su dignidad como venezolanas integrales,
independientemente de su condición social o de su ideología.
Modernamente, desde el punto
de vista social, psicológico y hasta moral, se ponderan las nuevas formas
de protesta, entre ellas, el desnudo, al lado de la huelga de
hambre, por ejemplo, como un modo de protestar contra ciertas rigideces. Así,
estos modos han dejado de ser tabús porque es darle sentido de rechazo a la
injusticia, la arbitrariedad y el abuso. El desnudo, en este orden de ideas, se
utiliza no por seducción o por estética, ni siquiera por arte, sino por razón
de ideas o de principios. Baste recordar que Walt Whitman, enfrentó
hedonismo con puritanismo y destacó que la desnudez , no el nudismo, se
convirtió en manifestación de protesta contra la injusticia y la opresión. Un
Rector de la Universidad Nacional, como Antanas Mockus, exhibió la
desnudez de sus partes posteriores, como protesta ante los estudiantes que se
resistían al diálogo con las autoridades universitarias. Y tal gesto se
incorporó en la cultura colombiana como un símbolo contra la intolerancia. En
estos casos, no se trata de exhibicionismo, no se busca el ser admirado por ese
gesto, porque no existe el placer de ser admirado o de seducir o de ser
obsceno, sino de hacer patente u ostensible la injusticia, la opresión, la
intolerancia o la falta de libertad. Hoy, la desnudez es un instrumento de
disidencia ante la violencia y la opresión. Que si es el desnudo femenino, que
por definición es oculto, su expresión como protesta es más significativo que
el masculino, por su autenticidad de hacer público la violencia oculta o la
represión encubierta o la ausencia de democracia o de libertad, o de
hacer ostensible los crímenes de lesa humanidad. Es una forma de desnudar la
tiranía soterrada o la falta de valentía de quienes tienen la obligación moral
y legal de combatirlas.
Oyendo a Escarrá, es
ostensible su impudicia, cuando en el Foro Constituyente con los trabajadores
petroleros, dijo, “yo voy a acompañar con la piel, los pelos, el sudor, las
lagrimas, la esperanza, la ilusión, y con mi vida, al Presidente Maduro cuando
dijo que la constituyente la debe caracterizar una mayoría de mujeres”. Si se
recuerda, además, como lo
señala Claudio Nazoa en la carta pública que le dirigió el
15 de abril de este año, que Escarrá afirmaba que había que salir de este
gobierno, que era una dictadura, de comunistas criollos enloquecidos, dirigido
por cubanos, que nos arruinan y nos humillan, y que había que ir a Miraflores
en una marcha sin retorno; su desnudez ética salta a la vista. Escarrá, se
desvistió éticamente ante la dictadura que antes denunciaba. No puede uno
menos, que concluir con Nazoa, “(….), quiero que me explique, ¿cómo es posible,
que un gentleman como usted, con su elegante porte, exquisitos modales y
sabiduría, se enlode ayudando a a preparar el barro putrefacto en el que nos
hundimos los venezolanos?. Ese barro, Dr. Escarrá, lo manchará por dentro
eternamente, aunque por fuera usted luzaca impecable”. Vestido Escarrá se
desnuda moralmente ante el dictador e impúdicamente muestra sus partes
inmorales ocultas.
Ante la impudicia de Escarrá
al renegar de la gallardía y dignidad de nuestras mujeres, por mostrar su
desnudez, como protesta para hacer públicos los crímenes de la dictadura y la
violencia política, desconociendo su gesto simbólico, de hacer ostensible sus
crímenes y la falta de voluntad de los hombres de uniforme de defender la
institucionalidad democrática; debe recordarse que la no participación de las
mujeres en la vida política frente la injusticia es propia de las
culturas donde no existe paridad entre hombres y mujeres y donde es subestimada
y discriminada por su sola condición femenina, sumiendo a la sociedad en un
mutismo que impide su progreso, al no respetar su dignidad idéntica a la de los
varomes. Porque, como lo recitaba Andrés Eloy Blanco, al referirse a la
mujer: “Cuando tú te quedes muda, cuando yo me quede ciego, nos quedarán las
manos y el silencio”. Más pudor tienen nuestras mujeres que se quitan la ropa
para rechazar la dictadura, que un Escarrá bien vestido que se desnuda
moralmente para servir al dictador.
14-06-17
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