Por Gerardo Guarache Ocque
No está completa la narración
de la historia contemporánea de Venezuela si uno se conforma con libros sobre cada
período presidencial, sus aciertos y desaciertos, radiografías de las crisis,
ensayos sobre la correlación de fuerzas políticas, un repaso de la agenda
económica y una revisión de avances y retrocesos en educación, salud y
seguridad. No. No está completo el relato hasta que se les presta atención a
las letras de Desorden Público.
¿Dónde está el futuro, que yo
no lo veo?, se preguntaban los muchachos, todavía menores de edad, en la
primera presentación de la banda en un semiabandonado club campestre de El
Junquito, en las afueras de Caracas. Corría el mes de julio de 1985 y estos
jóvenes amantes del ska británico ya llevaban tatuada la desesperanza
venezolana en el cuerpo.
Dejaron de llamarse Aseo
Urbano —el nombre de su miniteca— para rendirles un punketo homenaje a los
camiones de Orden Público de la Guardia Nacional, campeones en la disciplina de
repartir peinillazos entre las piernas de adolescentes ociosos.
Cansados de la demagogia, la
corrupción y las promesas electorales, querían que los políticos fueran
paralíticos, catarsis que molestó al presidente Jaime Lusinchi. La censura del
entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones, que consideró el tema algo
“subversivo”, afianzó su carácter antiestablishment.
Respondían a las baladas
románticas edulcoradas del pop venezolano de los 80 sincerándose: No sé si
tu amor se lo llevó el viento, o si se lo llevó tu mal aliento. Sutilmente, se
hacían eco de campañas para el uso de condones, promoviendo la planificación
familiar —e insistiendo, de paso, en el sexo protegido, en plena epidemia del
Sida—. Un coro, Ska-ska-ska-escápate conmigo… Se me olvidó usar el
preservativo, seguido del cuento divertidísimo de una juventud interrumpida por
un embarazo no deseado.
Llegó la década de los 90,
cuando produjeron sus máximos hits, e inauguraron la Venezuela poscaracazo
develando una abominable realidad: Somos peces del Guaire. Los caraqueños
y habitantes de la capital debieron acostumbrarse a la idea de que viven en una
ciudad cortada por un río de mierda. La canción cobró un nuevo significado en
días recientes de este cruento 2017: la frase se volvió literal y por el
despreciado Guaire nadaron manifestantes despavoridos huyendo de la represión.
En el mismo disco,
titulado En descomposición (1990) y producido por Gerry Weil, aparece
de antemano un personaje harto conocido en la Venezuela del siglo XXI: el
hombre con la pistola, que te da lo que le pidas y a cambio de eso te
quita la vida. Dieron cuenta de un Skándalo como estrategia del
poder para generar desinformación. Entendieron que los peores hechos son
otros que no conoceremos nosotros.
Desorden Público enfrenta una
tragedia artística incontenible, activó una suerte de mina antipersonal. Sus
canciones desarrollaron una inusitada musculatura. La realidad le coqueteó
tanto a la sátira que ahora las dos caminan tomadas de la mano, y ellos, que
quisieran verlas convertidas en retratos de un tiempo pasado oscuro, no puedan
hacer nada al respecto.
***
A la par de una búsqueda
artística, una experimentación rítmica y armónica, un despliegue literario y la
intención de envolver todo en trajes conceptuales, la gran banda de ska ha
ejercido un rol de cronista de nuestro tiempo.
Sus dos álbumes más celebrados
llegaron justo antes del ascenso del chavismo al poder. Canto popular de
la vida y muerte (1994) venía vestido con un traje simpático y colorido
—porque no todo es ni puede ser sufrimiento y destrucción—. La tierra
tiembla, coreaban, cuando hablaban de la gente buena y trabajadora, su
paciencia y su esperanza, su mestizaje.
Sabiamente, convocaron
a La danza de los esqueletos, una ingeniosa fábula fantasmagórica contra
los prejuicios y la discriminación en cualquiera de sus formas. Describieron
con picardía unas cosquillas que no dan risa, y reinventaron el cortejo
desganado. Imaginen un bar oscuro y un amante furtivo que no quiere esforzarse
demasiado. Ve a la mujer en la barra y piensa: Quisiera que fueras como
‘el perro de Pavlov’, quisiera que babearas cuando suene la campana de mis
ganas.
A pesar del abreboca luminoso
y de toda la picardía que se coló con insistencia en emisoras radiales,
incrustándose en la memoria colectiva de una generación completa, Desorden
Público siguió advirtiendo que la nuestra es una patria mal amamantada con
tetero de petróleo. Siguió advirtiendo que, en Venezuela, o brincas o te
encaramas o te tragas la pólvora negra.
Para el siguiente trabajo, de
cuyo lanzamiento se cumplen 20 años por estos días, decidieron sumergirse en la
realidad violenta del país. Denunciarla, retratarla, condenarla. En Plomo
revienta (1997) nos dibujaron en la mente la imagen de una sangre
que mancha la calle, mancha la historia, mancha de lágrimas incoloras la
ciudad de la madre que llora inconsolable. Y esto fue un hit. Allá
cayó fue un hit que sonó hasta el cansancio, compitiendo con canciones que
hablaban de la playa, el sexo, los romances, la fiesta, la vida loca.
Desde entonces, ¿de cuántos
han dibujado un muñequito de tiza en la acera? En 2016, según la Fiscalía
General de la República, se registraron 21.752 homicidios, para una tasa de
70.1 por cada 100.000 habitantes, que mantienen a Venezuela entre los
deshonrosos primeros puestos en la lista de países con mayor violencia letal en
el mundo.
En ese mismo álbum, en el que
describieron en una cumbia-ska a un personaje mítico llamado Simón Guacamayo
para ilustrar el universo de lo mágico-religioso en El Caribe, también
bautizaron a Caracas, su ciudad, la que atraviesa el Guaire, como un Valle
de balas. Caracas, la misma que actualmente está codo a codo con San Pedro Sula
(Honduras) en otro sangriento ranking.
***
En Desorden Público han
convivido chavistas y antichavistas, y de ambos lados han recibido porrazos.
Los tragos más amargos de su carrera fueron macerados desde la polarización
política que creció en tiempos de Hugo Chávez. “Andanadas de odio” —cito a su
vocalista y letrista Horacio Blanco— les han llegado a través de las redes
sociales.
En 2011 decidieron, desde su
disco Los contrarios, hacer un llamado a la tolerancia política.
Celebraron el ímpetu de quienes, cuando Sale el sol, se levantan de sus
camas para echar pa’ lante a pesar de la tempestad. Celebraron, con un calipso,
a esos mismos próceres anónimos que siguen sobreviviendo en una Tierra de
gigantes. Pero no dejaron de recordar que el poder emborracha a
multimillonarios, magnates y presidentes. Y después —se
preguntan— ¿quién cura esa resaca?
En un bolero-ska reflejaron
cómo todo venezolano de estos tiempos llora por un dólar. En directo,
suelen lanzar billetitos de Monopolio mientras hablan del lúgubre
desconsuelo de quienes procuran encontrarse de frente con Benjamin
Franklin en un país cuya moneda se ha devaluado vertiginosamente y donde sigue
operando un férreo control cambiario desde 2003.
Fotografía de Daniel Guarache
Ocque
Desorden Público no para.
Entendió hace rato que la realidad y la sátira están de luna de miel. Todo
está muy normal, corearon en uno de sus temas más recientes. ¡Una
maravilla!, exclamaron, con sentido crítico, sobre una Venezuela agobiada por
la inseguridad, una profunda escasez de productos básicos, una brutal inflación
y un gobierno que promete que nada de eso cambiará. Todo lo contrario.
Blanco, el frontman, y más
miembros de la banda, han participado en manifestaciones antigubernamentales
recientes, donde el plomo también revienta, y se siguen preguntando lo mismo
que hace 30 y tantos años en aquella fiesta en El Junquito: ¿Dónde está el
futuro, que yo no lo veo?
01-07-17
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