Trino Márquez 05 de julio de 2017
@trinomarquezc
Los
maduristas están tomando de su propia medicina. Creían que podían introducir la
democracia refrendaria y plebiscitaria en la Constitución de 1999, sin que sus
principios los afectaran. Se aprovecharon de ellos aplicándolos hasta el
cansancio cuando eran mayoría electoral. Sabían que cualquier evento comicial
que convocaran, ajustado o no a derecho, lo ganarían porque contaban con el
favor popular. Ahora que el pueblo les ha dado la espalda, reniegan de esos
postulados, invocan una legalidad ficticia y se valen de esperpentos para
desconocer la constitucionalidad del plebiscito convocado por la oposición para
el domingo 16 de julio. El remedio les sabe a hiel.
La
Constitución de 1999 se elaboró a partir de algunos principios trazados en sus
líneas más gruesas por Hugo Chávez. Fue el comandante quien impuso la doctrina
de la democracia directa y protagónica, influido por algunos autores marxistas
y, sobre todo, neomarxistas que hablaban de la postdemocracia, la superación de
la democracia representativa y capitalista, el principio de la soberanía
popular, tan extendido en la modernidad alumbrada por el Iluminismo y la
Revolución Francesa. De esos pensadores, tal vez quien haya ejercido mayor
influencia sobre la recalentada mente de Chávez haya sido Tony Negri y su libro
El poder constituyente, publicado en 1994. Este texto se lo inyectó Chávez de
forma intravenosa. Uno de sus planteamientos centrales es que la enmohecida
“democracia burguesa”, con sus instituciones raídas, había que superarla para
conectarse directamente con el espíritu, los intereses y la voz del pueblo. La
democracia capitalista se había convertido en un ritual burocrático, perdiendo toda
la carga subversiva que había tenido. Esa energía trasformadora había que
rescatarla de las garras de las élites que la habían confiscado.
Encandilado
por las ideas de Negri, y en cierto modo de Ernesto Ceresole, en 1999 presionó
a los magistrados de la antigua Corte Suprema de Justicia para que aceptaran la
convocatoria por parte del Ejecutivo de la Asamblea Nacional Constituyente,
figura que no estaba contemplada en la Carta Magna de 1961. Vencida esta
resistencia inicial, luego forzó a sus
diputados en la Asamblea Constituyente para que, desde el Preámbulo de la nueva
Constitución, le dieran sustancia a la democracia participativa y protagónica. En la Carta del 99 había que
elevar la democracia a una nueva dimensión y la participación del pueblo, colocándolas
en un plano donde nunca antes la burguesía y las “cúpulas corruptas” la habían
situado.
Uno de
los ladrillos de este andamiaje eran los referendos consultivos previstos en el
Art. 71 de la CRBV, de los cuales se derivan, por analogía, los plebiscitos. Al
pueblo, sin mayores trámites engorrosos, había que consultarlo sobre materias
que fuesen de interés para la comunidad. Prohibido levantar alcabalas
insalvables. El procedimiento tenía que ser expedito. La voz del Pueblo es la
voz de Dios. La verdadera democracia es aquella conectada con la mayoría, sin
importar los riesgos que entrañe conocer su opinión.
Maduro
invirtió los términos de la ecuación. Ya no importa lo que piense la mayoría.
La soberanía popular estorba porque ahora lo
importante es el poder de los fusiles y de la burocracia judicial
enquistada en el TSJ. La consulta popular
y la voz del pueblo le producen náuseas. Ahora resulta que el referendo
popular fijado para el 16 de julio es ilegal e inconstitucional. Se apoya en la
opinión de cagatintas que, como debido a su peso no pueden saltar la
talanquera, se arrastran como serpientes cuando le asoman un billete verde.
Pronto veremos también a los juristas del horror, integrantes de la Sala
Constitucional, descalificando la consulta de julio.
Ante
su aislamiento, Maduro será capaz decir: lo que no pudimos con el pueblo lo
haremos con los militares y los paramilitares. Anda enloquecido por el temor
cerval que le produce la posibilidad de que el 16 de julio se movilicen
millones de venezolanos a estampar su firma contra la constituyente comunal,
con la cedula de identidad y un bolígrafo como únicas armas. La decisión de la
gente parece irreversible: esa constituyente procubana, que eternizará al
madurismo en el poder, sólo pasará aplastando la voluntad y, a lo mejor, el
cuerpo de la inmensa mayoría.
El
cobarde asalto el 5 de Julio a la
Asamblea Nacional por los criminales financiados por el régimen, demuestra el
pánico que le tiene Maduro a la voz de la gente. Tratará de disuadir a los firmantes
inoculándoles el miedo. De nada le servirá. Ese plebiscito es legítimo,
constitucional, democrático y, especialmente, necesario para demostrar el amor
a la libertad de los venezolanos. Nos vemos ese día.
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