Ocho de julio de 2017
Nos
pasa muchas veces lo que a aquel chico a quien su padre pidió que moviera una
maceta, que era evidentemente demasiado grande para las fuerzas del pequeño.
Después
de un buen rato de esfuerzos inútiles, el niño, tristón y desanimado, fue a
decir a su padre que no podía.
-
¿Pero has hecho todo lo posible?, preguntó el padre.
-
Sí, contesto el chaval, bien seguro de haber puesto todo de su parte–;
y
su padre le dijo:
-
Te equivocas: ¡te ha faltado pedir ayuda a tu padre!
Esta
es la lógica de la vida cristiana: contar con que habrá dificultades que exigen
lucha y esfuerzo por nuestra parte, y saber, al mismo tiempo, que siempre
contamos con toda la ayuda de Dios necesaria para vencer.
Es lo
que San Agustín expresaba magistralmente con esta fórmula infalible: Haz lo que
puedas y pide lo que no puedas y Dios te dará para que puedas.
Pero
muchos preferirían eliminar de sus vidas la incertidumbre y el sacrificio de la
lucha interior, y se preguntan: ¿no podría Dios, con su omnipotencia, hacernos
las cosas más fáciles, sin necesidad de que luchemos? Asimilar la respuesta a
esta cuestión tan natural es importantísimo para nuestra vida.
Sucede
que nuestra libertad es real: nuestra vida está realmente en
nuestras manos y podemos hacer de ella lo que decidamos hacer. La vamos
construyendo a base de nuestras decisiones: cada decisión nos va haciendo (o
deshaciendo).
Por
ejemplo, quien decide ceder a la pereza una mañana, no sólo hace un acto de
pereza, sino que "se hace" más perezoso; y si decide luchar, aunque a
veces se vea derrotado y tenga que volver a empezar, con cada decisión
sincera de combatir va venciendo la pereza y haciéndose diligente.
Luchar
con la gracia de Dios
Lo
mismo sucede con todas las demás facetas de la personalidad: el
Señor no quiere simplemente ponernos un disfraz de santidad sobre nuestras
miserias y dejar que sigamos siendo miserables, darnos un barniz de apariencia
externa para que seamos como aquellos sepulcros blanqueados de los que hablaba
Jesús para referirse a los hipócritas: por fuera estaban resplandecientes por
una mano de pintura, pero en su interior había sólo corrupción.
Dios
nos llama a ser santos de verdad, a crecer y desarrollarnos como hijos suyos,
semejantes a Él. Y eso supone la colaboración de nuestra libertad que, con la
gracia de Dios, nos va llevando poco a poco a querer, amar, desear, sentir,
juzgar y actuar como hijos de Dios.
Sin
nuestra lucha por corresponder a la gracia y quitar obstáculos a la voluntad de
Dios en nuestra vida, la gracia se hace infructuosa y el querer de Dios se
frustra en nosotros. Presta atención al siguiente relato:
"Viene
al caso contar aquí lo que le sucedió a un hombre que contemplaba un capullo de
seda en el que había visto que se abría una pequeña brecha. Observó después
cómo la mariposa luchaba durante horas para forzar el paso de su cuerpo a
través de ese estrecho agujero.
Al
cabo de bastante tiempo le dio pena, porque le pareció que la mariposa no podía
continuar y estaba sufriendo, así que decidió ayudarle abriéndole por completo
la salida con unas tijeras.
La
mariposa salió con gran facilidad. Tenía el cuerpo hinchado y unas alas muy
pequeñas. El hombre esperaba que las alas crecerían, pero no sucedió nada
más...
La
mariposa pasó el resto de sus días arrastrándose por el suelo con aquel cuerpo
hinchado. Nunca pudo volar: el hombre, en su afán de ayudar, amable y
precipitado, no había comprendido que el tiempo y la fuerza que la mariposa
tenía que hacer para pasar por la pequeña abertura era el modo natural de forzar
la salida de fluidos desde el cuerpo a las alas para que éstas se desarrollaran
y fueran capaces de volar".
Tantas
veces es la lucha lo que necesitamos en nuestra vida. Si Dios
permitiera que viviéramos sin obstáculos, o nos hiciera superarlos
como por arte de magia, no desarrollaríamos nuestras potencias y facultades
como debemos: jamás podríamos volar.
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