Por Arnaldo Esté
El gobierno le ha declarado la
guerra al pueblo, reprime, tortura y mata y lo dice con alaridos paranoides.
Trata de invadir todos los territorios de los derechos de la gente y ve
marchitarse, sin haber nacido, ese parapeto constitucional tan mal armado e
irrealizable que romperá el chinchorro donde lo colgaron y, en la medida en que
lo hace, destapa, uno tras otros, sus propios hormigueros.
A los funcionarios los
transforma en cómplices y se pueden ver las caras caídas en sombras de
magistrados con una luz rojinegra, en la que se confunden ineptitud, temor y
descaro.
Se viene abajo en un
barrialoso chapoteo, de tal manera que ya me alcanzan los dedos de las manos
para contar los fieles de su equipo íntimo, incluyendo a un inseguro defensor
del pueblo, cegato para su delgada cuerda floja; y también la imagen de un
coronel, personaje ya de cuentos de terror, que con tono de cabo de presos nos
humilla en la persona del presidente de la Asamblea Nacional, y descubre así la
catadura de los gobernantes y generales en puestos prestados de gobierno para
los cuales nunca fueron educados.
En ese cuadro uno termina por
preguntarse, con cierta ingenuidad, ¿para qué podría servir esa constituyente?
¿No será acaso una improvisación para tener oportunidad de evaluar sus fuerzas
y con esa evaluación decidir si “profundiza” su revolución o sí, por lo
contrario, sería mejor y más conveniente negociar? ¿No será que, en medio de
graves discusiones y discrepancias, decidieron recurrir a un curioso arbitraje?
Estas conjeturas, más bien
llenas de buena voluntad, suenan absurdas. Pero absurda es nuestra situación y
los altos costos que ya tiene en vidas y daños.
En todo caso, con esa gente y
con esos gobernantes hay que negociar, entendiendo que una negociación política
no es un trajín personal. Nada que ver. Es darle curso a un proceso que implica
la vacancia de la muerte y la construcción de una nación. Es la necesidad de
llegar a un gobierno de transición, de coalición, que los incluya. Una
negociación que responda a esta crisis general que, cada vez más, muestra la
peligrosa autonomía del hambre tomando la calle, como el martes en Maracay.
Ese camino requerirá de una
adecuada mediación: un grupo de expertos y autorizados que podría incluir a los
gobiernos “amigos” sin excluir a los patrocinadores cubanos. Un campo de
política real y pragmática para salvarnos de la masacre.
01-07-17
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