Por Roberto Patiño
Venezuela se enfrenta en estos
momentos a un régimen de fuerza bruta. Un régimen generador de la crisis,
despojado de popularidad y recursos, que de forma violenta busca sostenerse en
el poder estableciéndose como una dictadura militar. Con la imposición de un
proceso constituyente fraudulento pretende darle una supuesta legalidad a esta
situación.
Este camino irresponsable,
tomado por el gobierno, agudiza la conflictividad en el país a niveles de una
preguerra. Se genera un escenario de violencia y represión que irá
intensificándose hacia el 30 de julio, día en el que se pretende celebrar este
plebiscito ilegal, sectario y excluyente, que busca sellar el destino de la
nación y que es rechazado por la inmensa mayoría.
El núcleo radical que encabeza
Nicolás Maduro ha puesto al país en una disyuntiva existencial: o aceptamos la
opresión y sometimiento, el hambre y la violencia que este significa o lo
enfrentamos para volver a un marco democrático que nos permita darle solución a
la crisis y asegurar la convivencia para el futuro de Venezuela. Al igual que
la exigencia de soluciones inmediatas a la crisis, el reclamo contra de la
constituyente ilegal se suma ahora a la protesta popular en contra del gobierno
y su modelo antidemocrático.
La rebelión y el rechazo
activo de la población contra la dictadura debe darse con la conciencia de que
nos enfrentamos a un aparato represivo sumamente violento que actúa bajo la
mayor impunidad, atacando y hostigando sin reparos desde organizaciones
políticas, sociales e instituciones públicas, hasta comunidades, urbanizaciones
y población civil.
La semana pasada vivimos
distintas expresiones de esto: los desmanes de la GN en la Asamblea Nacional y
el antejuicio a la fiscal general, en medio de los confusos y violentos sucesos
producidos en el centro de Caracas. También, los ataques con tanquetas a
edificios de Caricuao, así como la brutal detención de los estudiantes de la
Universidad Simón Bolívar, con violaciones flagrantes a los derechos humanos
registradas y difundidas por medios digitales.
Esta agudización de la
violencia, incitada por el gobierno para generar contextos de represión y de
ocupación militarizada, se está desbordando cada vez más. En el momento de
escribir estas líneas la ciudad de Maracay se ha mantenido, durante casi una
semana, en un estado de conflicto generalizado. Allí se producen un conjunto de
episodios de saqueo y vandalismo, actuaciones ilegales de cuerpos de seguridad
y participación de fuerzas paramilitares, con trágicas consecuencias para la
población en las localidades afectadas. Una muestra del país de pesadilla que
proyecta, para mantenerse en el poder, el madurismo y quienes lo apoyan.
A la población general y el
liderazgo político, se nos presenta ahora la urgente necesidad de generar
estrategias y acciones que posibiliten condiciones reales de salida del régimen
fuera de estos escenarios de conflagración. Por un lado debe contrarrestarse,
desde la protesta organizada y lucha no violenta, la fuerza bruta con la que se
maneja el Estado opresor, y que hemos vivido en carne propia, no solo en estos
tres meses de manifestaciones con su espantoso saldo de asesinatos, detenciones
masivas y vejaciones, sino en expresiones anteriores tan cruentas como las OLP.
Por otra parte la protesta
debe tener como objetivos políticos sumar y articular diferentes sectores
sociales de manera activa y diversa, en base a necesidades y exigencias comunes
a la realidad de crisis e imposición dictatorial que todos estamos sufriendo. Y
también debe vincular efectivamente a sectores traicionados del chavismo, así
como funcionarios y trabajadores de las distintas ramas del gobierno que
disienten del proyecto dictatorial.
En nuestro trabajo en pro de
la convivencia en el municipio Libertador, hemos visto la fortaleza y
efectividad de las iniciativas que surgen desde las comunidades, en conjunto
con organizaciones civiles e instituciones con alto grado de confianza, como la
iglesia, para enfrentar y dar soluciones a la violencia y el hambre. Estas
iniciativas responden al trabajo en conjunto de todos los involucrados, sin
importar ideologías, y aprovechando experiencias diversas, locales y externas,
usando un alto grado de imaginación, compromiso y participación.
Esa manera de organizarse,
reaccionar y materializar cambios en la realidad es un inmenso activo que debe
aprovecharse en estos momentos en que es prioritario estructurar una protesta
activa, cohesionada y eficaz. Sobre todo sabiendo el peligro cierto que
corremos contra la violencia desbocada del gobierno. Una violencia que ha
fijado como objetivo a los venezolanos, en todos los espacios de su vida, y que
constituye el único recurso del régimen para mantenerse.
Nicolás Maduro aseguró el
pasado martes que “lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas”.
Revela la inviabilidad de una constituyente que no fue, porque ya ha sido
reconocida como una farsa por todos, y ante esto solo le queda la violencia.
Frente a esa fuerza bruta, de ejército y grupo armando, debemos reconocer y
ejercer un poder superior: el de todo un pueblo, el de todo un país, que en su
entera diversidad lo rechaza. Con la inteligencia, cohesión, y de manera sostenida,
debemos rebelarnos efectivamente para enfrentarlo.
Coordinador de Movimiento Mi
convive
Miembro de Primero Justicia
03-07-17
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