Por Pedro Trigo S.J.
Lo que ocurrió el domingo fue
un verdadero acontecimiento. Un suceso es algo que pasa en continuidad con lo
que venía pasando, un elemento más de una serie. Un acontecimiento es un evento
inédito, es decir, que rompe la secuencia de lo que venía pasando y que
introduce algo nuevo, transformador. Lo que venía pasando eran sucesos
reiteradísimos y muy negativos: carencia cada día mayor de lo más elemental,
menos poder adquisitivo, carencia de medicinas indispensables, inseguridad
básica e impune; dominio despótico del gobierno que no obra como representante
de la ciudadanía, sino que sólo aspira a perpetuarse en el poder con los
métodos inhumanos de los totalitarismos fallidos. Esta larguísima secuencia,
tan a contrapelo con la convivencia sana y el bien común, acaba haciendo mella,
aun en las personas más humanas, que sufren un tremendo desgaste para vencer el
mal a fuerza de bien.
Pues bien, la votación del
domingo fue una experiencia completamente distinta. Uno se acercaba al punto y
veía confluir a gente y en él se encontraba con muchos más. Todos estaban
tranquilos, esponjados, haciendo algo que les nacía de lo más hondo. Teníamos
conciencia de hacer algo positivo. Por eso la gente andaba esponjada. Por eso
nadie se quejaba y todo fluía como si lo hubiéramos ensayado durante mucho
tiempo. Y no era ningún centro de votación sino en la calle, en mi caso en una
cancha pública, a un lado de la calle. Y no había ningún funcionario ni, menos
aún, ningún militar. Todos éramos civiles. Y no solamente no había ningún
desorden, sino que nadie pensaba que pudiera haberlo. Nadie había sido
entrenado en el CNE y sin embargo todo marchaba expedito. No había máquinas
capta huellas y sin embargo todo era absolutamente confiable. Las urnas eran lo
más simple: cajas de servilletas de papel y sin embargo, todos sabíamos que los
votos estaban seguros. Porque todos habíamos venido a eso: a contarnos. Y todos
queríamos saber cuántos éramos.
Sabíamos que éramos muchos más
del total de los votos que se contarían hasta la media noche, porque muchos
funcionarios y mucha gente popular que depende de los Claps no habían podido
venir por las amenazas de despedirlos del trabajo o no darles comida. Unas
amenazas absolutamente injustas, porque lo que hacíamos no contravenía ninguna
ley, pero que ponían en evidencia que el gobierno se cree dueño del país, se
sabe en minoría, sabe, pues, que no es representante del pueblo venezolano y
por eso no quiere contarse por nada del mundo.
Nos enteramos a media noche
que, a pesar de haber pocos puntos de votación, a pesar de las dificultades de
muchos votantes para hacerlo porque les dificultaron el acceso o los intimidaron,
a pesar de que la única publicidad fue la que va de boca en boca porque el
gobierno había amenazado a los medios de comunicación con cerrarlos si
difundían el acontecimiento, a pesar de que no hubo plan de la patria ni
presupuesto ni funcionarios, ni proceso automatizado, concurrió tanta gente y
el proceso fue tan expedito que, casi a la misma hora en que el CNE da la cifra
en una elecciones convencionales, se difundió que habíamos votado más de siete
millones cien mil venezolanos.
Nos ratificó lo que ya
sabíamos: que la inmensa mayoría de los venezolanos no queremos asamblea
nacional constituyente y por tanto que el gobierno la está imponiendo
dictatorialmente, no solamente contra la legalidad vigente y contra la
constitución bolivariana sino contra la voluntad explícita de la mayoría
abrumadora de los venezolanos; y que por tanto ese pretendido poder
constituyente no es tal sino la usurpación de una minoría, que pretende
blindarse fraudulentamente en el poder, no sólo mal habido sino pésimamente administrado
porque, habiendo tenido muchísimo más del doble de divisas que los más de
cuarenta años de democracia, ha llevado al país a una postración tan espantosa
como nadie se podía haber imaginado.
Pero también ha revelado algo
muy positivo de lo que muchos no se habían percatado Son dos aspectos que
juntos componen nuestros haberes para superar esta crisis: el primero es la
capacidad que tenemos para conjugar voluntades y componer habilidades y ser
capaces de ejecutar lo que en este mundo contemporáneo se entiende que sólo lo
puede realizar una institución muy compleja y sofisticada. Y llevarlo a cabo
solventemente, casi sin medios y casi de la noche a la mañana. Esto es tan
inaudito que no creo que pueda realizarse en ningún otro país. Pero lo segundo
es tan importante como lo que acabamos de decir: volcamos esa capacidad
gerencial para llevar a cabo obras afirmativas, positivas, realizaciones de
libertades verdaderamente liberadas. Es decir que sacamos lo mejor en
capacidades técnicas y organizativas cuando las volcamos en algo
fundamentalmente afirmativo.
Por eso calificábamos lo que
pasó el domingo de acontecimiento de envergadura histórica y llamado a hacer
historia. Lo que pasó fue demasiado grande. Sería una pena que tanto la
ciudadanía como los líderes no nos percatemos de este tesoro y no lo explotemos
y nos vayamos hacia otras vías no fecundas. La más infecunda, la que el
gobierno quiere provocar, es la confrontación total: la fuerza contra la fuerza
para ver quién puede más. Eso sería perder la razón. Tenemos que mantenernos en
nuestro terreno: vencer al mal a fuerza de bien.
Dios nos ilumine para que
veamos claro y no nos desviemos del buen camino
18-07-17
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