Trino Márquez 05 de
octubre de 2017
@trinomarquezc
El chavismo-madurismo
ha tenido que tragarse la descentralización, especialmente la elección directa
de gobernadores y alcaldes, como si se tratase de aceite de ricino. Al caudillo
no le quedó más remedio. Cuando asomó la posibilidad de volver al antiguo régimen
en el cual el Presidente de la República designaba a dedo y removía a su antojo
a los mandatarios regionales, hasta los dirigentes de su propio partido se
sublevaron. Llegó a hablar de la “descentralización neoliberal”, para referirse
al proceso iniciado cuando la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado
(Copre) lideró un conjunto de reformas institucionales que permitieron la
elección a través del voto universal, directo y secreto de los gobernantes de
los estados y municipios.
Hugo
Chávez contraatacó con la “nueva geometría del poder” y el Estado Comunal,
adefesios que borraban de un plumazo las conquistas que los ciudadanos de la
provincia habían alcanzado, ante unas
élites partidistas negadas a renunciar al privilegio de nombrar como mandatarios
estatales a sus amigos, compadres y familiares. El referendo del 2 de diciembre
de 2007 -cuando Chávez sometió a votación la reforma de la Constitución
del 99- lo perdió, en gran medida,
porque los gobernadores del Psuv se resistieron a realizar campaña para aprobar
unos cambios que al final iban a decapitarlos.
Actualmente, forzado por la circunstancias,
Nicolás Maduro se vio obligado a convocar la cita electoral de octubre. Desde
luego que no lo anima el deseo de fomentar la descentralización, ni realzar la
autoridad de los gobernadores que serán electos dentro de pocos días. Maduro ha
continuado la tradición autocrática iniciada por Chávez. Es más: la ha
exacerbado. Ambos han sido los presidentes más centralistas que han gobernado
la nación, desde Juan Vicente Gómez. En este plano, incluso, superan al
Benemérito. Los presidentes de los estados de aquella época -así se les llamaba
a los gobernadores, gozaban- de mayor autoridad y autonomía que los actuales
mandatarios regionales.
Lo que está en juego el 15 de octubre, por lo
tanto, no es rescatar la descentralización. La vocación presidencialista y
centralista del régimen forma parte de su esencia autoritaria y
militarista. No existe ningún modelo
totalitario que promueva la autonomía funcional y política del Estado. Para
relanzar la descentralización como proyecto orientado a profundizar la
democracia y elevar la eficacia del sector público, aparece como condición sine
qua non salir del madurismo, súmmum del populismo autoritario.
Entonces,
¿dónde se encuentran las bondades de acudir a las urnas electorales el 15 de
octubre? La elección popular de los gobernadores y alcaldes, junto a la
elección directa del Presidente de la República y el voto universal de las
mujeres, fueron las reformas políticas más importantes del siglo XX. Cada una
significó una victoria frente a las fuerzas retrógradas que se oponían a las
trasformaciones que acompañaron la modernidad en Occidente. En el campo de los
derechos civiles, constituyeron puntos de quiebre. Cambios históricos.
Venezuela no debería retroceder a una época ya superada, como aspiran Maduro y
su corte. Si por ellos fuese, la escogencia de los mandatarios regionales no
pasaría de ser un ritual para complacer a la comunidad internacional y aplacar
las presiones de los liderazgos regionales dentro del Psuv.
Sin
embargo, la gente de la provincia, cuando se organizó y luchó para conseguir
elegir a sus propios gobernantes, no estaba pensando en ritualizar esa elección
y convertir sus gobernantes en comparsas del Presidente de la República y de
los mandamases del gobierno nacional, sino en figuras combativas que
representaran las aspiraciones de la provincia ante el Estado central. Los
abanderados del Psuv encarnan ls intereses de la burocracia indolente y
cleptómana del alto gobierno. Balarán como mansas ovejas cuando les hable el
pastor desde Miraflores.
Lo que
aspiran los habitantes de los estados es que sus gobernantes sean capaces de
denunciar los maltratos que padece la
provincia y demande que se satisfagan las necesidades de sus pobladores.
No da lo mismo que, por ejemplo, en Miranda gane Carlos Ocariz a que triunfe
Héctor Rodríguez. Este ha sido un dirigente oficialista que ha ganado sus
galones apegado a la más estricta ortodoxia oficialista y a la obsecuencia que
se les exige a los militantes ante las barbaridades cometidas por el régimen.
Miranda
y todos los demás estados necesitan líderes regionales que asuman, en medio de
las enormes dificultades actuales, la defensa de sus territorios y encarnen el
viejo sueño de convertir el voto popular en instrumento para elegir líderes
comprometidos con el elector local, no con la autocracia instalada en
Miraflores.
Votar
representa una manera de homenajear y reafirmar la descentralización.
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